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Butaca no numerada por Alberto Haj-Saleh

Sentado en una vieja Butaca no numerada de terciopelo rojo, el autor se lanza a una reflexión impúdica todos los miércoles sobre cualquier cosa que se atreva a moverse por las pantallas, sean éstas de cine o no. Alberto Haj-Saleh es editor de LdN y autor de la columna Teatro Abandonado.

Las películas

Con cuatro días por delante fui en un tren nocturno a Galicia a pasar el puente, y Galicia me recibió como sólo ella sabe hacerlo: lloviendo todo el rato. Cuando se visita a la familia y es familia a la que ves poco, las comidas pantagruélicas son la principal razón de ser de tus familiares que, al ritmo de la famosa canción “no he preparado nada para comer”, llenan durante horas la mesa de manjares como albóndigas, fideos con mejillones, espárragos y mayonesa casera, pollo asado, tarta de manzana y otras cinco mil cosas más.

Cuando uno acaba de comer y sigue lloviendo y sigue otoñeando, la única solución decente es agarrar al gato y a la manta y decidir que hace mucho tiempo que no tienes cuatro días por delante para leer y ver películas. Pillé el primer DVD que encontré por ahí y me puse a ver Exit through the gift shop, ese documental extraño y fullero de Banksy que empieza contando una cosa para terminar contando otra, que tiene una mitad casi naturalista y convencional para derivar en una screwball delirante en su tramo final con momentos brillantes, sobre todo en las declaraciones a cámara (“Siempre le digo a la gente que tiene que buscar su manera de expresar su arte. He dejado de decir eso”).

“¿Qué te apetece esta noche?”, le dije al gato 24 horas más tarde, cuando nos arrastramos desde el banquete propio de aldea gala que nos había preparado su madre como cena. “Un clásico”. Siempre le apetece un clásico, no sé por qué pregunto. Eché mano de una lata de películas de Preston Sturges y Ernest Lubitsch que andaba por ahí y saqué una película que no conocía de este último, Una hora contigo, de 1932. Y vaya comedia musical descocada y sinvergüenza que nos echamos a la cara. Maurice Chevalier haciendo de doctor parisino casado felizmente con una alegre y algo alocada muchacha que se encuentra de repente con la mejor amiga de esta, Mitzi, que decide echarle el lazo al marido de su amiga cueste lo que cueste. Impúdica, frívola, atrevida y divertida a rabiar, esos momentos de Chevalier cantando a cámara buscando comprensión y solidaridad por parte del sector masculino de los espectadores han entrado ya a formar parte de mi panteón cómico para siempre.

Entre las quince horas que dormí la noche anterior y mi estómago trabajando a destajo para digerir todo lo ingerido, me encuentro insomne y con ojos de lechuza y dejo la cama para no molestar al gato, que duerme plácidamente, y me acomodo en el sofá a ver si encuentro algo que ver en la tele. “Hombre, Anchorman, la película favorita de Noel Ceballos, y justo empieza”. Y ahí está la comedia delirante sobre el equipo de las noticias de televisión de San Diego y la amenaza en forma de presentadora voraz con la cara y piernas de Christina Applegate y con un humor tan profundamente americano que a mí me deja un poco sin encontrarle el punto.

Después de la película me adormilo un par de horas y vuelvo a abrir los ojos con el primer sol en tres días entrando por la ventana y con los títulos de crédito de inicio de una tal Napoleon Dynamite de Jared Hess que empieza en ese momento. Y ahí es donde encuentro esa película alucinante que uno a veces se topa por casualidad sin saber qué demonios está viendo y que ya sabe que no se le va a olvidar en la vida. Una película sobre un adolescente en una pequeña ciudad de Idaho y en la que todos, absolutamente todos los personajes que aparecen son marcianos y disfuncionales, como el reverso cómico —y mucho menos cruel— de las películas de Todd Solondz.

En la última tarde antes del domingo, día de tren de vuelta, me quedo solo en casa mientras el gato va con su madre a acicalarse los bigotes. Ando un poco zombie por el insomnio anterior y busco algo con lo que pasar la tarde cuando doy con la autonómica gallega y sí, ese es Clint Eastwood y no tardo en reconocer el principio de Gran Torino. Trato de ponerla en V.O pero la tele gallega decide que o en gallego o nada, así que me pongo cómodo y me dispongo a pasar dos horas con ese maldito polaco racista que, maravillas de la tecnología, va a hablarme en gallego durante todo ese tiempo. Fuera se va a haciendo de noche y creo que ha sido un gran fin de semana después de todo.

Alberto Haj-Saleh | 07 de noviembre de 2012

Comentarios

  1. Roberto Amaba
    2012-11-07 17:18

    Curiosidad de la muerte por la traducción al gallego del glorioso “¿Qué tramáis morenos?”

    Un saludo Alberto.

  2. Alberto
    2012-11-07 17:20

    Pues ahora mismo no me acuerdo, pero sí se me quedó grabado el modo magnífico de llamar Clint Eastwood a los asiáticos: “arroziño”.

  3. El Gato
    2012-11-24 17:47

    ¡Miau!


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