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Butaca no numerada por Alberto Haj-Saleh

Sentado en una vieja Butaca no numerada de terciopelo rojo, el autor se lanza a una reflexión impúdica todos los miércoles sobre cualquier cosa que se atreva a moverse por las pantallas, sean éstas de cine o no. Alberto Haj-Saleh es editor de LdN y autor de la columna Teatro Abandonado.

Una cuestión personal (III): Stand and deliver

Con la serie aperiódica ‘Una cuestión personal’ pretendo rescatar pequeñas películas que pasaron de puntillas entre público y crítica y que por razones completamente personales forman parte de mis favoritos.

Habrá que reconocerlo: todos tenemos nuestras debilidades que pasan por encima de cualquier juicio coherente sobre cine. Cuando era pequeño, el novio de mi prima decía de vez en cuando “esta noche echan una peli de las buenas buenas”, lo que quería decir invariablemente que el protagonista era o Charles Bronson o Chuck Norris. A él le daba igual de qué iba la película, si el protagonista era un policía, un marine, un ranger de Texas o un piloto de aviones: la película iba a gustarle sí o sí.

A mi señora no es capaz de no gustarle una película en blanco y negro de antes de 1960, sea la que sea. Mi padre se queda siempre clavado ante la pantalla cuando aparece una película antigua de la Segunda Guerra Mundial. A mi madre con que sea algo de espías ya le va bien. Mi hermano es incapaz de resistirse a una película de James Bond, hasta la peor suya la ha visto por lo menos tres veces. Al bueno de John Tones le gustan todas las películas de Jean Claude Van Damme, hasta las que no le gustan.

Yo tengo un par de debilidades de esas (bueno, tengo una tercera, pero es más bien una perversión y no la contaré aquí, de momento). La primera son las películas de corte puramente político, de corporaciones, conspiraciones desde arriba, desde Todos los hombres del presidente hasta Michael Clayton. Y si me las ambientas en los setenta, aún más.

La segunda son las películas protagonizadas por profesores. Siempre me quedo enganchado a ellas, ya sean peliculones como La clase de Laurent Cantet o la chorrada aquella que protagonizaba Michelle Pfeiffer, a mí me da igual: me gustan las películas de profesores. Y de entre ellas mi favorita posiblemente sea Stand and deliver, que se estrenó en España con el espantoso título de Lecciones inolvidables. Dirigida por Ramón Menéndez en 1988, la película cuenta la historia de Jaime Escalante, un inmenso Edward James Olmos en un papel que le valió su única nominación al Oscar, un profesor de matemáticas de origen boliviano que comienza a enseñar su materia a los adolescentes de un colegio público de un barrio deprimido de Los Angeles.

No tengo mucho más que añadir, porque se pueden imaginar como sigue la historia: los adolescentes son problemáticos (en especial un jovencísimo Lou Diamond Phillips), de familias desestructuradas y en condiciones económicas lamentables, pero gracias a su profesor conseguirán pasar el examen de matemáticas avanzado del Estado que les permitirá acceder a una buena universidad. Lo que hace especial a esta película es su protagonista, el buen profesor Kimo Escalante, que hace de su trabajo una cuestión de convicción y de dignidad, y no de heroicidad. Escalante no es un superhombre, no comprende a sus alumnos mejor que nadie, no tiene respuestas para todo, no siempre acierta. Pero tiene clara su función y su misión, y sobre todo respeta profundamente a sus estudiantes, y les hace notar ese respeto. Esa defensa de la dignidad de la profesión de enseñante (qué falta hace ahora mismo) sin sermones ni moralinas, sobrevuelan una película que consigue algo tan complicado a veces como la elevación del propio espíritu. Que no es moco de pavo.

Alberto Haj-Saleh | 21 de septiembre de 2011

Comentarios

  1. Merche
    2011-09-21 23:20

    Su señora no ha quedado muy convencida con lo de la afirmación del blanco y negro pre-1960, pero lo que tiene claro es que su Debilidad, así, con mayúsculas, es cualquier western. Va a ser que sí, que todos tenemos una.

    No es exactamente una película de profesores, pero recuerdo haber pensado viendo a Luppi en el arranque de “Lugares comunes” que yo querría tener un profesor así…

    Luppi en Lugares Comunes

    ¡Y fuma en clase, como mi viejo profe Don Julio!


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