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Butaca no numerada por Alberto Haj-Saleh

Sentado en una vieja Butaca no numerada de terciopelo rojo, el autor se lanza a una reflexión impúdica todos los miércoles sobre cualquier cosa que se atreva a moverse por las pantallas, sean éstas de cine o no. Alberto Haj-Saleh es editor de LdN y autor de la columna Teatro Abandonado.

Tokio

No comprendemos Tokio ni la comprenderemos nunca, y por eso no podemos dejar de mirarla. No es como Nueva York, como Mumbai o como Los Angeles, ni como Londres o París, que a fuerza de verlas en la pantalla nos hacen pensar que las conocemos, que sabemos como respiran y que sabríamos vivir en ellas y convertirnos en ciudadanos, como los demás. No, Tokio es lo contrario, y mientras más la vemos en el cine menos la entendemos.

Sofia Coppola filmó una maravillosa película llamada Lost in translation en la que aparte de contarnos en qué consiste la soledad, el nacimiento de la intimidad o la necesidad de un faro humano en cualquier parte, también nos enseña el trabajo imposible que es intentar formar parte y asumir como normal el funcionamiento de la capital japonesa. Scarlett Johansson y Bill Murray sólo aspiran a ser mascotas de los demás, sólo encuentran alivio en su asunción de que no son más que extraterrestres, sólo pueden vivir en Tokio desde la categoría eterna de extranjero. Es como si Tokio sólo pudiese mirarse pero no tocarse, aunque estemos allí.

En 2008, y siguiendo la línea de otras películas sobre ciudades, Michel Gondry, Leos Carax y Boon Joon-ho dirigieron cada uno un capítulo de Tokyo!, con una vocación fantástica y de ciencia ficción. ¿Acaso puede uno acercarse a Tokyo de otro modo?

El género está representado por elementos frontalmente fantásticos como la transformación en silla de la protagonista del primer capítulo, Interior design, o la propia concepción de la criatura terrible y monstruosa pero humana que habita en las cloacas del segundo capítulo, Merde, o incluso en el botón mágico de recarga tatuado en la pierna de la chica de las pizzas del tercer episodio, Shaking Tokyo. Sin embargo ese fantástico provoca una menor fascinación y asombro que el simple proceso de búsqueda de piso por parte de una pareja joven, o el funcionamiento del telediario tras una catástrofe, o la mera existencia de la figura del hikikomori como algo asumido y normal. La Tokyo fantástica es menos increíble que la Tokyo realista.

Este fin de semana Japón ha temblado como nunca y el temor nuclear se ha disparado en todas las direcciones. En las redes sociales leemos comentarios más o menos humorísticos sobre la llegada de Godzilla o sobre el parecido de todo lo que ocurre con la mitología cinematográfica que tenemos sobre el país nipón, una mitología que nació después de la Segunda Guerra Mundial, como consecuencia directa de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki. No podemos ni imaginarnos qué es lo que vendrá ahora, en ninguno de los sentidos. Y mucho menos en el cine.

Alberto Haj-Saleh | 16 de marzo de 2011

Comentarios

  1. Miguel A. Román
    2011-03-17 11:48

    En 1974 se estrenó El hundimiento de Japón, japonesa hasta las cachas aunque contaba con la aparición estelar de Lorne Greene (en aquellas calendas todavía conocido como Papá Bonanza). Recuerdo (porque tengo la provecta edad como para haberla visto de estreno) que el filme abundaba en látex y cartón piedra, demasiado metraje (142 min.) para una producción decepcionante. Hicieron un remake hace algunos años. Ni lo intenté, claro.

    Mi visión cinematográfica de Japón y Tokio es algo más antediluviana que la tuya (una simple cuestión generacional), pues se remonta a títulos como La casa de bambú (Fuller, 1955) o las incursiones proniponas de Brando (Sayonara y La casa de té de la luna de agosto). Te recomiendo Cuentos de Tokio (Yazuhiro Ozu, 1953) y Escapada en Japón (Lubin, 1957) con un veinteañero “figurante” llamado Clint Eastwood.

  2. Alberto
    2011-03-17 13:59

    He visto tres de las cinco que mencionas, y el Japón que vemos es el mítico, el que parece sumido en su propia fábula, y eso uno lo acepta porque no necesita reconocerlo como propio, tal y como pasa con, por ejemplo, en las películas de aventuras, como El hombre que pudo reinar o las de Indiana Jones.

    Pero el Tokio de Tokyo! o de Lost in traslation pretende enseñarnos algo reconocible como propio y entonces el efecto es parecido al que se tiene cuando se ve a un robot demasiado humano. El robot-armazón humanoide es gracioso, el robot “real doll” provoca el rechazo del extrañamiento.

  3. Miguel A. Román
    2011-03-17 21:26

    Vaya por delante, y a riesgo de ser lapidado sin juicio previo, confesaré que Lost in traslation me pareció una película aburridísima; con mensaje, pero mensaje aburrido. Tokyo! no la he visto, pues me temo que ni siquiera la han estrenado en una sala a mi alcance geográfico.

    No confundamos mítico con tópico. No hablo de los topicazos de Mi dulce geisha, sino de intentos de acercamiento cultural, aunque debidamente filtrado; al fin y al cabo, las películas que citamos (menos Cuentos de Tokio) son las visiones de extrajeros que de alguna manera buscan un paisajismo desacostumbrado, y es posible (solo posible, tendría que contrastarlo) que para un director japonés ese escenario fuera tan cotidiano como para nosotros la Barcelona de Allen.

  4. Alberto
    2011-03-17 22:51

    No te preocupes, Sofia Coppola y su cine son lo suficientemente controvertidos como para que haya mucho que discutir, aunque igual sea materia mejor de otra columna; en particular aquello que a ti te pareció (y a muchos otros) aburridísimo, no sólo en esta película sino en otras de un estilo parecido, y que crea bastante controversia.

    La película de Coppola tiene como objetivo sumir al espectador en el desconcierto de sus protagonistas, y es posible que incida en ello en el propio modo de filmar; Tokyo!, sin embargo, pretende filmar la ciudad nipona desde dentro, con protagonistas japoneses (menos en el capítulo de Leos Carax, por pura lógica de la historia que cuenta), es decir, pretenden ser relatos en primera persona de Japón, y no una visita turística Woodyalleniana. Eso es lo sorprendente, eso es lo sorprendente en general de las películas ambientadas en Japón: que no se vuelven cotidianas nunca, al menos yo no consigo “cotidianizarlas”.


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