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Butaca no numerada por Alberto Haj-Saleh

Sentado en una vieja Butaca no numerada de terciopelo rojo, el autor se lanza a una reflexión impúdica todos los miércoles sobre cualquier cosa que se atreva a moverse por las pantallas, sean éstas de cine o no. Alberto Haj-Saleh es editor de LdN y autor de la columna Teatro Abandonado.

Sí, pero no me lo creo

En el imprescindible libro Las aventuras de un guionista en Hollywood, el guionista William Goldman cuenta en uno de sus episodios la historia agridulce que vivió con el desarrollo y resultado de uno de los filmes más ambiciosos que había escrito. Se trataba de Un puente lejano (A bridge too far, 1977) una superproducción dirigida por Richard Attemborough basada en la exitosa novela del mismo título de Cornelius Ryan. Ambientada en la Segunda Guerra Mundial, la película narra la historia de la ‘Operación Market Garden’, un intento fallido en 1944 por parte del ejército aliado de tomar diversos puentes tomados por los alemanes para tratar de rodearlos y obligarles a replegarse, abandonando así los Países Bajos.

La película fue un fracaso, al menos con respecto a las expectativas que se habían puesto en ella, y todo a pesar de tener todos los mimbres para triunfar a lo grande: una gran historia, un director de prestigio, un guión cuidado hasta el milímetro y un reparto impresionante en el que se incluían nombres como los de Dirk Bogarde, James Caan, Sean Connery, Laurence Olivier, Michael Caine, Robert Redford o Gene Hackman, y todavía me dejo por decir un buen puñado de actores de relumbrón. ¿Qué fue entonces lo que pasó para que aquello no funcionase?

Bueno, Goldman no tenía la respuesta, claro, pero sí recopiló las impresiones que pudo de entre la gente que había visto la película. Se mezcló con el público normal en algún pase, preguntó a amigos de corazón que NUNCA le mentirían, leyó cada crítica y cada comentario que se le puso por delante. La conclusión fue descorazonadora: nadie se creía nada.

Por ejemplo: nadie se creía que el joven y guapo Ryan O’Neal pudiese ser de verdad el General de Brigada Gavin. La gente pensaba: ¿que hizo, la carrera militar con doce años? Los generales son veteranos de piel dura, no jovencillos como este. Sin embargo —pensaba Goldman desconcertado— el auténtico General Gavin ¡sólo tenía un año más que O’Neal cuando la ‘Operación Market Garden’! Otro ejemplo, aún más clamoroso: la secuencia en la que la división al mando del Mayor Cook (Robert Redford) tiene que atravesar en lanchas plegables el río en Nimega, a plena luz del día, quedando vendidos ante el ejército enemigo. Los alemanes masacraron a aquellos soldados pero la división no dejaba de embarcarse y tratar de cruzar. Más de uno viendo aquello en pantalla sacudió la cabeza incrédulo: ¿cómo narices iban a ir esos soldados a una muerte segura, de cara, y además viendo a sus compañeros cayendo como moscas? Goldman se subía por las paredes: ¡es que aquella batalla fue así! ¡Esos soldados se inmolaron, trataron de cruzar ese río a pesar de ser un suicidio clamoroso!

Así que el problema era realmente grave: la gente no se creía lo que pasaba en la película a pesar de que lo que se contaba había pasado realmente. Así que ahí descubrimos una de las grandes verdades del cine: la verdad no importa ni lo más mínimo, o al menos no importa en relación con la verosimilitud. O lo que es lo mismo, si la realidad te está jodiendo una buena historia, hazla desaparecer.

Dicho de otro modo: da lo mismo que el perro de Jaime Herrero hiciera cinema veritè en el cortometraje Tapón. Si sus espectadores no se lo creen.

(NOTA: Que conste que yo sí me lo creo. Pero desde luego hay pocas barreras más difíciles de aceptar por un espectador que tragar con algo que no le resulta verosímil).

Alberto Haj-Saleh | 09 de diciembre de 2009

Comentarios

  1. Miguel A. Román
    2009-12-09 11:52

    Algo de verdad hay en eso, pero es más profundo. Cuando se hizo “Un puente lejano”, el público estaba acostumbrado a hazañas bélicas heroicas y triunfalistas; pero en la película de Goldman los personajes y las situaciones son pesimistas, derrotistas, están inermes y sin recursos efectivos ni ideas brillantes y se les ve en los rostros y en los diálogos.

    La cara de Bogarde(*) en todo el metraje es un poema, Redford está gafado y Connery no hace sino maldecir y lamentarse de un problema tras otro para concluir aquello de “¿Cree que todo esto lo va a solucionar una taza de té?”.

    A la gente de los 70 le gustaban las películas de guerra cuando se ganaba bien, fácil, con inteligencia, ridiculizando al enemigo, siendo cuatro contra miles y con solo una muerte heroica y al final de la película. El desafío de las águilas, Doce del patíbulo e incluso Los violentos de Kelly, y si había que ponerse “histórico”, Patton o Tora-tora-tora: O sea, pasarlas putas pero ganar y sonreir. Nada de crudezas, tragedias ni fatalismos, tal vez porque Vietnam estaba demasiado cercana en el recuerdo.

    Goldman se adelantó a su tiempo, si su película se hubiera estrenado en los 90, con las versiones lúgubres de la guerra del Vietnam, La colina de la hamburguesa, la chaqueta metálica, etc…, la cosa hubiera sido distinta, como se demostró en Salvar al soldado Ryan o La delgada linea roja, cuando al público no le importaba ya reconocer que la guerra es una putada y que morir por la patria es solo una forma de morir y no necesariamente gloriosa.

    (*) Dirk Bogarde, que me hace mucha ilusión corregir a un cinéfilo en estas cosas }:-)

  2. Alberto
    2009-12-09 12:02

    Cagüen… le he llamado “pene” al pobre señor!

    Corregido y gracias por el comentario. Eso sí que es aportar matices :-)


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