Comenzaremos hablando de Koko, cuyo caso es tan impresionante que, de hecho, ha servido de inspiración para el personaje de Amy, la simio «parlante» de la novela de ciencia ficción “Congo”, escrita por Michael Crichton (también autor de Jurassic Park), llevada también al séptimo arte.
Koko es una gorila que fue adoptada y adiestrada desde su primer año de vida por la Psicóloga Penny Patterson y otros científicos de la Universidad de Standford, hace ya más de 39 años, con la finalidad de poder comunicarse con ella mediante el lenguaje de signos americano (ASL). Según los investigadores, en la actualidad, Koko conoce y maneja más de 1000 señas del ASL y comprende más de 2000 palabras en inglés, siendo sus acciones coherentes con el lenguaje utilizado. Pero otros científicos más cautos o escépticos afirman que la gorila realmente no comprende el significado que hay detrás de lo que hace y que simplemente aprende a completar los signos porque los investigadores la premian por ello, por lo que todas sus acciones (señas) no serían mas que un producto del condicionamiento al que ha estado sometida, de igual manera que un perro es entrenado a hacer trucos como dar la pata o traernos el periódico. Otra crítica a las interpretaciones de Petterson y sus colegas atañe a la supuesta habilidad de Koko para expresar pensamientos coherentes a través de la lengua de señas. Los críticos argumentan que las conversaciones con el gorila están sujetas a la interpretación de su interlocutor, que puede estar perfectamente atribuyendo significados a concatenaciones y combinaciones improbables de señas.
Finalmente, la mayoría de las críticas de la comunidad científica apuntan al hecho de que la mayoría de todo lo publicado referente a los estudios del lenguaje de Koko provienen de la prensa y medios de comunicación de masas, y solamente dos publicaciones, ya muy antiguas (de 1978 y 1981) provienen de revistas científicas sujetas a revisores cualificados. En este sentido, el debate científico se centra principalmente en lo que implica realmente “aprender” y “utilizar” un lenguaje.
Por el contrario, la Psicóloga Petterson atribuye a Koko muchas más habilidades de las que muchos creen que posee esta especie: creación de nuevos signos para comunicar nuevas ideas, comprensión del lenguaje, comunicación de sentimientos, etc. Así, por ejemplo, afirma que Koko inventó por sí misma la palabra “anillo”: combinando dos palabras que ya sabía, “dedo” y “pulsera”, llegó a “pulsera de dedo”. Un evento que sugiere que Koko comprende sus expresiones tuvo lugar durante un encuentro de chat por Internet abierto al público, cuando a Koko le preguntaron en presencia de la Dr. Patterson sobre la posibilidad de tener hijos con su pareja, el gorila Ndume. Koko indicó decididamente que no, incluso usando términos como “retrete” y “malo” para referirse a Ndume. A pesar de esto Patterson contestó al entrevistador que si más hembras fuesen introducidas al recinto, Ndume podría ser más receptivo y podría emparejarse con Koko. Ante esto, Koko de nuevo respondió que no, indicando supuestamente que comprendió y que no estaba de acuerdo con la interpretación de Patterson de su respuesta (como anécdota decir que, actualmente Ndume continua mostrándose poco dispuesto a tener crías con Koko).
Muchas de las observaciones de Petterson, que han dado lugar a sus interpretaciones, están filmadas y a disposición del público para que este mismo juzgue. Por ejemplo en este video, que acaba de circular esta semana en las noticias, se muestra cómo Koko supuestamente demuestra su tristeza dando la espalda a una escena de la película “Te con Mussolini” en la que un niño es separado de sus seres queridos y comunica sus sentimientos por medio del lenguaje de señas:
Sus estados emocionales también se muestran en este otro video en el que se observa a Koko “afectada” cuando le comunican la muerte por atropello del gato que era su mascota:
Muchos más videos en la misma línea se pueden ver en el canal de la fundación que estudia a la gorila.
Viendo estos videos y la metodología empleada, junto con las interpretaciones dadas por la psicóloga, uno puede plantearse si está yendo más allá de lo que se observa e interpretando la conducta en su totalidad con un sesgo claramente humano. Así, por ejemplo, cuando tras de revisar un diccionario de lenguaje de signos y puntos señala a uno de ellos, por lo que la doctora pasa a intentar explicarle el signo ¿realmente entendió la explicación? Petterson no realiza posteriormente ninguna prueba experimental que lo demuestre. Tampoco hay una prueba experimental para comprobar lo que ocurre cuando el gorila se mira en el espejo y se asume que era capaz de reconocerse en el espejo y mostrar auto-conciencia (siendo que estas pruebas existen, véase El animal ante el espejo). Juzguen ustedes mismos:
A los críticos todos estos videos sólo les parecen anécdotas y claros ejemplos de la falacia antropomórfica. Para mi, el comportamiento de Koko hace difícil decantarse por una aproximación que explique todo meramente en términos de condicionamiento tal como argumentan los críticos, pero hay que tener mucho cuidado en no caer de lleno en el antropomórfismo y creer que Koko actúa exactamente por las mismas razones y con los mismos mecanismos que los humanos. Si bien sin evidencia experimental no podemos aceptar que lo que plantea Petterson sea tal cual ella afirma, cierto es que tampoco podemos negar el mundo emocional y mental que ciertamente Koko parece poseer. Personalmente creo que pese a lo interesante, sugerente, llamativo y mediático del caso, lamentablemente el método empleado por la doctora Petterson carece de la rigurosidad necesaria como para permitir llegar a conclusiones claras de lo que realmente esta pasando en los procesos mentales de la gorila. Un intento más serio en esta misma línea a la hora de someter los hallazgos a la comunidad científica ha sido el llevado a cabo en el bonobo Kanzi por la doctora Sue-Savage-Rumbaugh, pero de ello hablaremos en una próxima ocasión.
No obstante, pese a todo lo expuesto, no deja de resultar paradójico que, aunque la teoría de la evolución parece estar asumida por una inmensa mayoría, no podemos evitar sentir que somos, nosotros los seres humanos, un caso muy especial y que existe un abismo insalvable con el resto de las especies. Cuesta considerar que compartimos ciertos rasgos que hemos considerado únicos y genuinos durante mucho tiempo. En cualquier caso, la ciencia irá delimitando qué es y qué no es exclusivo, pero para ello , las creencias, sean del lado que sean, deberán dejarse a un lado.
]]>Pero en la especie humana, el sentimiento de empatía, entendido como sentir lo que otros sienten, es decir, “sentir y padecer” lo que el otro padece, no solamente actúa en relación a los congéneres sino que también somos capaces de identificarnos con el sufrimiento de otras especies, ayudándolos en consecuencia, formando grupos e instituciones para su protección y llegando en algunos casos al el extremo dar la vida por otros animales. Pese a al visión voraz que se da muchas veces del ser humano, parece que somos capaces tanto de lo peor como de lo mejor. Sin embargo, al parecer, esta capacidad empática con otras especies puede que tampoco sea exclusiva de la evolución humana. Hace poco me enviaron este video sorprendente de un orangután que “supuestamente” rescata a una pequeña ave de un inminente ahogo en el agua…
Si bien para la mayoría de los lectores es muy posible que parezca claro que el simio rescata al ave porque quiere ayudarla, para otros la explicación podría ser mucho más simple y menos romántica: el orangután estaría cogiendo y manipulando al ave por mera curiosidad. Pero quizá en los siguientes casos puede resultar más difícil dar una explicación alternativa a la empatía como puede ser la de la mera “curiosidad”, y realmente estemos ante un mecanismo empático animal que se activa también con otras especies. Analicemos el primero de ellos en el que se observa a un hipopótamo intentando salvar a un impala de las fauces de un cocodrilo.
Aunque finalmente su intento es infructuoso, claramente el hipopótamo no desea atacar al impala y resulta poco plausible que se “arriesgue” a intervenir por mera curiosidad.
En este otro caso, un leopardo, tras atacar a un macaco y estar a punto de devorarlo, observa que este llevaba a una cría y cambia abruptamente de comportamiento abandonando temporalmente a su presa y dedicándose a cuidar a la cría.
Aquí podríamos pensar que la forma o apariencia infantil del macaco, es decir, los estímulos característicos de una cría, serían semejantes a los de una cría de leopardo, y que fueron éstos los que mecánicamente activaron los “instintos maternales” en el predador. Algo similar podría decirse del caso recientemente observado por Robert L. Pitman y John W. Durban quienes se encontraban estudiando a un grupo de orcas cazando una foca de Weddell cuando sorpresivamente observaron a un par de ballenas jorobadas agitándose en el agua, golpeándola fuertemente con la cola y con las aletas pectorales. Al comienzo, los científicos pensaron que las ballenas estaban siendo atacadas por el grupo de orcas, pero luego observaron cómo una de las focas, que cayó al agua por efecto de las olas creadas por las orcas, nadó rápidamente hacia una de las ballenas jorobadas. Según relatan, a medida que se acercaba, la ballena se dio vuelta sobre su espalda permitiendo a la foca subir a su pecho, entre sus aletas dorsales. Mientras las orcas se aproximaban, la ballena arqueó el pecho, levantando a la foca fuera del agua. A pesar de ello, el agua que se deslizaba entre los pliegues del pecho de la ballena amenazaba con devolver a la aterrorizada foca al agua. Sorprendentemente, la ballena realizó un delicado movimiento de su gran aleta pectoral retornando así a la foca a la seguridad de su cuerpo. Cuando las orcas se alejaron del lugar la foca regresó al agua y rápidamente quedó a salvo al subirse a un bloque de hielo.
Si bien todos estos casos podrían ser “excepcionales”, más conocidos son los numerosos casos en que los delfines, además de ayudar a focas, leones marinos y ballenas, han ayudado a seres humanos. Los delfines ayudan de forma natural a los delfines recién nacidos empujándolos y a subiéndolos a la superficie para que puedan respirar, lo que también puede, en algunos casos, extenderse a las situaciones en las que delfines adultos tienen problemas. Puede ser que este mismo mecanismo se “active” en casos excepcionales cuando los delfines observan a un ser humano con problemas. Aunque quizás también podría ser que los humanos seamos meramente un nuevo objeto con el cual jugar en la superficie. Está última hipótesis me parece poco plausible, sobre todo en los casos en que los delfines han ayudado a los surferos y bañistas a evitar ataques de tiburones, formando un círculo alrededor de ellos, protegiéndolos y salvándoles la vida de estos feroces depredadores.
Quizás este comportamiento de ayudar a otras especies, como observamos en el caso de las ballenas, el leopardo y el hipopótamo o el de los delfines que ayudan a seres humanos, sea una “anomalía” o una mutación de un mecanismo que en principio sirve a la función de empatizar con otros congéneres. Así, el ataque de las orcas podría haber activado el mecanismo de defensa maternal de las ballenas del mismo modo en que en el ataque del cocodrilo al impala se habría activado en el hipopótamo. Esta conducta, conocida como alomaternal, se caracteriza por el cuidado que entrega un animal a otro que no es su cría. Más impresionante es el caso del leopardo ya que siendo él mismo el depredador, una vez capturada la presa, al observar a la cría de macaco se activa su conducta de defensa maternal. Este mecanismo sería el mismo que está a la base de la crianza y cuidado de mascotas que realizamos los seres humanos. Como dicen Pitman y Durban “cuando un ser humano protege a otra especie amenazada de peligro, lo llamamos compasión pero cuando lo hace una ballena o un delfín lo llamamos instinto”.
]]>Así que en ausencia de un lenguaje común con los demás animales, nunca podemos estar realmente seguros de si lo que nosotros creemos que les pasa es lo que les sucede exactamente. Con los bebés pasa algo parecido. Una madre ante el llanto de su bebé no estará segura de por qué llora hasta comprobar las consecuencias en el bebé de sus acciones (darle leche, tocarlo, pasarle un juguete etc.) Es decir, lo que éste haga en respuesta a la acción de la madre le dará una pista de qué es lo que realmente le sucedía. Finalmente la madre saca sus conclusiones a través de la observación de su comportamiento. Y eso mismo es lo que sucede con los animales: a través de su “conducta” también “comunican” lo que les pasa interiormente. Nuevamente el problema es que si con sus propios hijos las madres pueden fallar en la interpretación, mucho más podemos fallar con los demás animales, y caer fácilmente en el error de atribuirles los mismos estados emocionales y mentales que nosotros mismos experimentaríamos en situaciones similares. A esta tendencia natural que todos inevitablemente tenemos se le ha llamado “mentalismo” o “antropocentrismo”, y es algo con lo que debemos tener cuidado a la hora de interpretar el comportamiento de otras especies.
Si la atribución de emociones se discute, aún más polémico es el aceptar que estos puedan llegar a ser capaces de sentir lo que otros sienten, es decir, de tener la capacidad de empatizar, “sentir y padecer” lo que el otro padece. Y mucho menos, que a partir de este sentimiento decidan ayudar a otro. La empatía, palabra que etimológicamente proviene del vocablo griego antiguo εμπαθεια, formado por εν, “en el interior de”, y πάθoς, “sufrimiento, lo que se sufre”, tiene sus bases neurológicas en las llamadas neuronas espejo (una de sus manifestaciones más básicas, en el caso de los seres humanos sería el contagio de los bostezos).
Para Rousseau, el sentimiento de piedad existe de forma natural tanto en el ser humano como en los demás animales. Gracias a él nos compadecemos por el dolor de nuestros semejantes e intentamos aliviar su sufrimiento, es decir, empatizamos con los otros. Y uno se ve tentado a creer esto cuando observa algunos comportamientos en el reino animal. Y para muestra, el caso de este gato en Turquía que, “supuestamente” ayuda e intenta salvar la vida a otro gato en problemas:
Pero si bien no es que no exista la cooperación o el altruismo en el reino animal (LdN La cooperación por la supervivencia y El gen altruista), y la explicación periodística sea mucho más atractiva y “romántica”, podría haber explicaciones mucho mas simples a este video que la supuesta intención del gato de realizarle un masaje cardíaco a su congénere para salvarle la vida. Por ejemplo, también podría ser que el gato esté realizando los típicos movimientos alternados de las garras cuando ronronean o tocan una superficie agradable, es decir, que el gato se esté comportando con el herido de la misma manera en que se comportaría con un peluche o incluso con un cojín, por lo que el gato podría no tener ni la menor idea del estado de salud de su congénere y menos, por tanto, que esté intentando ayudarle.
Mucho más claro (e impresionante por cierto), es este video registrado en Chile, que impactó de igual manera al mundo entero, en el que se observa cómo un perro ayuda e intenta rescatar a otro atropellado en plena carretera:
Si este último video no les convence (alguien podría argumentar como en el caso del gato que el perro realmente quiere jugar con su compañero), existe un estudio clásico realizado a principios de la década de los sesenta que podría demostrar científicamente que otras especies pueden sentir y empatizar con lo que el otro siente. En el estudio en cuestión se colocaba a un mono dentro de una caja y se le entrenaba a apretar un botón como único medio para obtener comida. Una vez entrenado en ello se cambió el aparato y se le colocaba al lado, en otra caja, a otro mono, pero esta vez, cada vez que el mono que controlaba el botón lo apretaba para obtener la comida, el nuevo vecino recibía una pequeña descarga eléctrica que lo hacía saltar del susto. Lo que ocurrió, a sorpresa de todos, es el los monos al ver la reacción de sobresalto que provocaban en su congénere cada vez que estos apretaban el botón, dejaban de apretarlo durante un periodo de tiempo que fue de 5 a 12 días y, por ende, dejaban de comer en este período. Sin embargo, este experimento (que se replicó también en ratas con resultados similares) podría tener diferentes interpretaciones. La primera de ellas, y más simple, es que los saltos y gritos del mono de al lado fueran tan desagradables y molestos para el mono que controlaba los botones que este dejara de apretarlos para evitarlo. La segunda, es que este deja de apretar el botón por reciprocidad, es decir, “mañana es posible que tu me des la descarga y yo no quiero que me pase eso, así que dejo de apretar el botón”. La tercera habla de la “simpatía”, es decir, sería algo así como “si bien NO sé lo que se siente en tu lugar, no me gusta lo que veo y no quiero que te hagas daño”. Y finalmente, otra posible explicación apelaría a la empatía, es decir “yo sé que mis acciones te afectan y si yo me pusiera en tu lugar me sentiría muy mal, incluso estoy dispuesto a dejar de comer por no hacerte daño”. Para algunos investigadores esta última explicación es la más plausible: el animal dejaría de apretar el botón aunque con ello deje de alimentarse, con tal de no hacerle daño al mono al lado, es decir, el dolor del otro realmente afectaría su comportamiento por lo que podemos concluir que otras especies animales además de la humana sí que serían capaces de percibir y ser sensibles al dolor ajeno de un congénere y actuar en consecuencia.
]]>Si recuerdan, en esta misma película el policía Deckard debe en un momento saber diferenciar una serpiente biológica de la artificial “creada” por la compañía Tyrell. Aquí tenemos un prototipo actual de una serpiente “replicante”:
Si bien este prototipo de serpiente no está mal, los animales robots actuales han seguido un desarrollo igualmente impresionante que los de aspecto humanoide, y quizás en su funcionamiento interno se asemejen aún más a un organismo biológico que el mejor de los robots actuales con apariencia humana. Esto es porque los científicos, además de estar pensando en el diseño de robots para tareas específicas como, por ejemplo, un ensamblador de tuercas de coches, o que se parezcan en su forma a un ser humano, se han volcado en el desarrollo de robots más complejos, lo cuales puedan lidiar con circunstancias cambiantes e impredecibles. Para ello, están imitando cómo funcionan los organismos biológicos inspirándose principalmente en los animales. Estos animales robots de han denominado “ANIMATS”, palabra acuñada 1991 por S.W. Wilson que integra en un sola palabra el término ánima y el de “materia”, tanto para referirse a los animales artificiales o animales robots como a los programas simuladores de animales virtuales. Estos robots, que están inspirados en los mecanismos internos de funcionamiento de los animales, pueden o no tener formas que los asemejan a los animales reales y/o imitar su biología interna, pero claramente los más impresionantes son los que los imitan tanto en su funcionamiento interno como en su forma.
Así los investigadores están comenzado a imitar la mecánica de movimientos animales tales como caminar, nadar, correr y gatear. Estos movimientos, a diferencia de los robots comunes que están controlados por un set de comandos programados, están coordinados por clusters (conjuntos de elementos agrupados comportándose de forma similar) de neuronas en la columna vertebral, llamados generadores centrales de patrones (GCP). Estos GCPs producen impulsos neuronales que contraen rítmicamente los músculos y, dependiendo del patrón de pulsos que emitan, se producirá el tipo de movimiento específico, como por ejemplo, caminar o correr. Para esto no es necesario el cerebro en los animales (de hecho, esta es la razón por la que una gallina recién decapitada puede igualmente salir corriendo). En los animales, eso sí, simples signos provenientes del cerebro pueden dar las instrucciones para cambiar de un modo de movimiento a otro.
Así, por ejemplo, han logrado crear una salamandra que imitando a su par biológico se mueve igualmente del agua a la tierra gracias a que posee una columna vertebral “eléctrica”. Esta salamandra-robot actúa de la misma forma que la biológica, aunque la salamandra artificial no tiene sensores que le indiquen si está en el agua o en la tierra (es decir, un cerebro), por lo que estos fueron reemplazados por un control remoto manipulado por los investigadores. Del mismo modo han imitado a los llamados (al menos en Chile) “zancudos de agua”, creo que en España insectos “saltones” o “zapateros”, construyendo su animat con trozos finos de metal que se doblan cuando la electricidad pasa por ellos. Así utilizan, de la misma forma que el insecto, la tensión de la superficie del agua para desplazarse. Incluso se han creado robots que por medio del olor controlan a las cucarachas para indicarles dónde deben dirigirse.
Aquí os dejo algunos videos ilustrativos:
En este vemos con más detalle el pez robot, que aparecía al comienzo del anterior:
También en este mismo video se puede apreciar el ”Waalbot”, un robot que camina en las paredes imitando las ventosas adhesivas de los geckos (salamanquesas). Y aquí lo tenéis en mayor detalle:
Otro robot que imita el Waalbot y que tampoco necesita de nada parecido a una cabeza y un cerebro es el M-TRAN, aue utiliza algoritmos genéticos artificiales para realizar gran diversidad de movimientos y adaptarse así a situaciones nuevas. Además está construido con 20 módulos independientes que de alguna manera, al igual que un gusano segmentado, tiene cada uno su propio cerebro y, por tanto, podría perder cualquiera de sus partes sin afectar a las demás.
Y Acá tenéis un prototipo que imita el mecanismo de salto de los saltamontes y, dados su logros (hasta el momento es el robot que ha logrado saltar con mayor éxito), se espera que robots saltamontes de este tipo se utilicen en la exploración de otros planetas debido a su mayor adaptabilidad a distintas superficies en relación a otros robots de propósito similar.
Finalmente, les presento al “SMARTBIRD”, un ave electrónica que imita la anatomía y la estructura de una gaviota, de manera tal que esta gaviota robot tiene plena autonomía para emprender el vuelo y para aterrizar, consiguiendo así un vuelo que confundiría a cualquier gaviota. De hecho, como verán, la cabeza, la cola y las alas son las zonas a las que se ha dotado de movimiento para conseguir un pleno control sobre el ave y el vuelo:
Más informanción en http://www.festo.com/cms/en_corp/11369_11378.htm#id_11378
Si bien robots como estos se parecen sorprendentemente a los animales, lo fundamental en lo que se está investigando no es tanto en replicar las formas de la naturaleza sino el entendimiento de los principios biológicos del funcionamiento de los animales, para luego transferir estos principios más útiles a los robots. Todo indica que más que imitar la forma y que podamos confundir una serpiente biológica y una replicante, los modelos del futuro apuntarán cada vez más a imitar el sistema nervioso y el cerebro que operan, sobre todo a la hora de adaptase a entornos cambiantes. Como plantea Stan Franklin en su libro “Mentes artificiales”, un animat podría ser capaz de aprender de forma independiente acerca de su medio ambiente a través de la aplicación y la evolución de las “taxas”, o las reglas de ajustes a los prototipos con que aprenden los animales.
Por el momento, los muchos esfuerzos por perfeccionar el vuelo de Juan Salvador Gaviota podrían verse igualados (o superados) por Juan Salvador Smartbird. ¿Podrá igualarlo en un futuro en su “deseo de superación”?
]]>Si recuerdan, en esta misma película el policía Deckard debe en un momento saber diferenciar una serpiente biológica de la artificial “creada” por la compañía Tyrell.
]]>Descartes, el más famoso de los filósofos franceses argumentó que los animales eran meramente bestias mecánicas, bête-machines. Poseían sensaciones y pasiones, pero estas eran meramente reacciones orgánicas, ya que carecían del pensamiento y del lenguaje, por tanto, de abstracción y de metacognición. Los animales eran cuerpos sin mente, al igual que las máquinas y a diferencia de los seres humanos, poseedores de un “alma racional” que existía fuera de nuestro cuerpo y era responsable de dirigir el movimiento corporal a través de la glándula pineal. Los animales quedaban relegados a la categoría de simples autómatas, con un comportamiento mecánico –al igual que relojes–. Frente a esto, la razón humana, a la que denominó el “instrumento universal”, permitía a los seres humanos responder flexiblemente a cualquier condición al mismo tiempo que alcanzar el dominio sobre toda la naturaleza.
El panorama actual es muy distinto. Por un lado, el avance tecnológico en el desarrollo de la inteligencia artificial (IA), y por otro, el avance en el entendimiento del cerebro y los procesos mentales (mejor llamados cognitivos) de animales tanto humanos como no humanos, hacen ya insostenible esta concepción dualista cartesiana por varios motivos. Uno de ellos es que hoy tenemos evidencia de que muchos animales piensan y, además, que algunas máquinas actuales también lo hacen, en el sentido de que procesan información de manera tal que la retienen en su memoria, la recuperan y, finalmente, toman decisiones en el presente basadas en esta información. Incluso en algunos casos llegan a demostrar la capacidad de planificar hacia el futuro (pero eso da para un nuevo tema). En todo caso, parte de nuestro conocimiento actual, tanto el biológico como el tecnológico, podría calzar mejor con las ideas posteriores que tuvo el filósofo La Mettrie, quien estando de acuerdo con Descartes en que los animales eran meras máquinas y carecían de alma, llevó esta idea al extremo hasta afirmar que incluso los seres humanos también éramos meras máquinas carentes de alma, éramos “l’homme machine”. Sospecho que este filósofo tampoco debía creer mucho entonces en el libre albedrío en el ser humano, y menos en el de los animales. Ver esto y esto.
Influenciado por ambos filósofos en el año 1738 el ingeniero Francés Jacques Vaucanson llevó estas ideas a una realidad técnica al crear la anatomía en movimiento (anatomie mouvante) a través del diseño del “Pato con aparato digestivo”, el primer animal autómata de la historia. El pato tenía más de 400 partes móviles, y podía batir sus alas, beber agua, digerir grano, y ¡defecar! (eso sí en términos muy burdos, ya que no había ninguna clase de metabolismo o transformación de la materia en todos estos procesos).
Aunque haya sido una máquina muy básica, con este invento, Vaucauson influenció gran parte de las ideas en las ciencias psicológicas acerca del comportamiento y la mente animal, que se mantienen hasta nuestros días. Básicamente son dos las implicaciones filosóficas que este primer autómata animal ha tenido desde su invención, 250 años atrás: que los animales son meramente máquinas y que la vida animal es reducible a mecanismos.
Estas dos ideas se refuerzan aún más debido al avance que ha experimentado desde aquel pato hasta nuestro días el desarrollo de estos animales autómatas. Es cada vez más común ver en los anuncios, tiendas y hogares a estas mascotas electrónicas que semejan animales domésticos verdaderos. Si observamos algunas de estas mascotas autómatas o robots que actualmente se ofrecen en el mercado nos damos cuenta de que la evolución desde el pato digestivo hasta ahora es realmente notable:
Pollitos:
Gatos:
Perros:
…y un cada vez mas largo etcétera. No es extraño que estos animales autómatas puedan llegar a confundir a veces tanto a seres humanos como a los mismos animales. ¿no? Y si no vean la interacción de este gato con un gato artificial:
Aunque… no sé a ustedes, pero a mí no me queda muy claro que el gato finalmente estuviera convencido de su replica. Por ejemplo, en mi experiencia con gatos, perros, gallos y otros animales que he criado he visto como pueden interactuar de la misma forma con peluches, zapatillas e incluso realizar algunas conductas muy similares en el “vacío”, es decir, sin ningún estimulo parecido a un animal presente en el ambiente. ¿Cómo podemos estar seguros, entonces, de que el animal en cuestión realmente confunde al robot con un miembro de su especie?. Un ejemplo gráfico de este mismo problema fundamental lo encontramos en el lanzamiento al mercado de AIBO, el perro autómata de la corporación Sony. Básicamente, este perro artificial dispone de sensores que le evitan chocar contra objetos y una cola que funciona de antena, además de “sentido del tacto”. También es capaz de reconocer los gestos e incluso la actitud corporal de su dueño. Es sensible a las caricias, tiene una enorme capacidad de movimientos, equilibrio y flexibilidad y, lo más importante de todo, es capaz de “aprender”. Según palabras emitidas por la propia compañía, AIBO “verdaderamente tiene emociones” e instintos programados en su cerebro. Así, según la situación, AIBO moverá las piernas vigorosamente o “mostrará mal humor” si no recibe la atención que pide. El modo en que nosotros los humanos respondemos a las “expresiones emocionales” de AIBO afectarán enormemente, por tanto, a su “personalidad y crecimiento”. Muchos de los dueños de AIBO no dudan en atribuir estas y otras capacidades a sus mascotas robóticas, los tratan igual que a perros mimados, los llevan a concursos de adiestramiento, deportivos e incluso de belleza. Estos perros artificiales no solamente pueden confundir a algunos seres humanos sino también a los mismos perros. En un estudio reciente llevado a acabo por expertos tanto en comportamiento de perros como en el diseño de IA se concluyó que AIBO puede en efecto confundir fácilmente a un perro real al interactuar con éste. En el estudio se utilizaron perros adultos y cachorros de entre 4 y 5 meses de edad. Los perros fueron observados en situaciones en las que se encontraban con 4 tipos de compañeros distintos: (1) un coche con mando a distancia, (2) un robot AIBO, (3) un robot AIBO pero cubierto de pelos y de olor a cachorro, y (4) un cachorro real de entre 2 a 4 meses de edad. Los resultados mostraron que si bien los perros diferenciaban en cierta medida los perros reales de los artificiales, el AIBO cubierto de pelos y de olor aumentó significativamente las respuestas evocadas en comparación con el coche. Según los autores estos experimentos muestran los primeros pasos hacia la aplicación de este tipo de robots en los estudios de comportamiento, a pesar de que en la actualidad la limitada capacidad de movimiento del AIBO supone un obstáculo para su eficacia como compañeros sociales para los perros.
Ver video
mas detalles del estudio en cuestión en:
http://www.fkaplan.com/en/multipage.xml?pg=6&id=96650&from=1&to=10
Creo que falta mucho avance para esto pero vamos en esa dirección. Claramente si emulas y añades estímulos naturales y al final tienes una configuración “artificial” que incluye todas las variables de una situación animal natural la respuesta que evocará tanto en animales no humanos como en nosotros será similar a la que evocaría la configuración de estímulos natural. Pero basta que quitemos algunos de estos estímulos para que la artificialidad sea de algún modo “descubierta”. Por ejemplo, el músico y diseñador de juegos japonés Masaya Matsuura que habita con un perro y un AIBO describe cómo el perro perdió interés rápidamente por su AIBO, atribuyéndole esto a la falta de olor de la máquina y, por ende, a su imposibilidad de reproducirse con ella.
Puede llegar a ser fácil que los animales artificiales actuales confundan tanto a seres humanos como a los mismos animales, pero eso hablaría de nuestra dificultad de reconocimiento o de la calidad de la “apariencia” pero ¿acaso esto implica que los procesos que le ocurren internamente a los animales artificiales son de naturaleza similar a los del resto de los animales e incluso a los nuestros? Esta distinción es fundamental, tanto a la hora de evaluar el comportamiento de los animales artificiales, que en el fondo son robots, como a la hora de evaluar el comportamiento de robots, se parezcan o no a animales, incluso aunque sean programas virtuales emulando los mecanismos de funcionamiento de los animales, y por ende quizás si que se pueda afirmar que sean en cierto grado como éstos. Estos “agentes animales artificiales” que están inspirados en los mecanismos internos de funcionamiento de los animales son los denominados “Animats” de los cuales ya hablaremos…
]]>“No estamos aquí porque somos libres, sino porque NO lo somos”
Agente Smith: Matrix II
Se trate de una mosca u otro animal, un robot o un extraterrestre, ¿cómo podemos realmente discernir si alguno de estos seres tiene libre albedrío? El científico Stephen Hawkins en su último libro “El gran diseño” plantea que en el caso hipotético en el que nuestra especie se encontrara con un alienígena, realmente no tendríamos cómo saber y estar seguros de si este es realmente un ser vivo con voluntad propia o solo un robot biológico incapaz de tener libre albedrío. La clave es que el comportamiento del robot estaría completamente determinado, a diferencia de un ser con libre albedrío, por lo que podríamos, en principio, detectar al robot frente a de un ser ”consciente” de otro planeta si verificamos que éste es un ser cuyas acciones pueden ser totalmente predichas. Esto parece fácil en términos conceptuales, pero a la hora de elaborar una prueba práctica puede ser muy difícil o prácticamente imposible si el ente es de gran tamaño y complejo en su estructura, ya que aún la ciencia ni siquiera puede resolver exactamente todas las ecuaciones posibles para tres o más partículas simples en interacción mutua. Dado que un alienígena del tamaño de un humano contendría unos mil billones de billones de partículas, aunque este fuera un robot sería imposible resolver sus ecuaciones y predecir lo que va a hacer. Por lo tanto, según Hawkins, tendríamos que decir que cualquier objeto complejo (con gran cantidad de componentes) tiene libre albedrío, no como característica fundamental, sino como una admisión de nuestra incapacidad para llevar a cabo los cálculos que nos permitirían predecir sus acciones.
Pero el problema del libre albedrío no solo atañe a otras especies animales diferentes de la humana, a los robots, a los programas de inteligencia artificial o a posibles extraterrestres, sino que incluso discernir si nuestra propia especie realmente posee libre albedrío es un asunto peliagudo. Por ejemplo, el filosofo Spinoza comparó la creencia del hombre en el libre albedrío con una piedra que piensa que escogió el sendero al cual llegó por el aire y el lugar en el cual aterrizó. En palabras del filósofo, “las decisiones de la mente no son nada salvo deseos, que varían según varias disposiciones puntuales”, “no hay en la mente un absoluto libre albedrío, pero la mente es determinada por el desear esto o aquello, por una causa determinada a su vez por otra causa, y ésta a su vez por otra causa, y así hasta el infinito”, “los Hombres se creen libres porque ellos son conscientes de sus voluntades y deseos, pero son ignorantes de las causas por las cuales ellos son llevados al deseo y a la esperanza”. Schopenhauer, en la misma línea que Spinoza, escribió, “Todos creen a priori en que son perfectamente libres, aún en sus acciones individuales, y piensan que a cada instante pueden comenzar otro capítulo de su vida… pero a posteriori, por la experiencia, se dan cuenta —a su asombro— de que no son libres, sino sujetos a la necesidad; su conducta no cambia a pesar de todas las resoluciones y reflexiones que puedan llegar a tener. Desde el principio de sus vidas al final de ellas, deben soportar el mismo carácter…”
Sin entrar en un asunto tan complicado y debatido como la posible rigidez del carácter de cada uno, pensemos en cualquier acción compleja que podamos realizar, como tocar un instrumento musical, o en algo más extendido entre la población, como conducir una bicicleta o un coche, ¿cuántas de las acciones requeridas parea realizar la maniobra esta pensando realmente y “eligiendo” conscientemente mientras las ejecuta? Al comienzo, para aprender a realizarlas, usted fue paso a paso de forma deliberada y consciente y, tras mucho ejercitarlas, estas se hicieron prácticamente “automáticas”. Mientras usted conduce decide asuntos como virar hacia la izquierda o la derecha, pero la mayoría de las acciones implicadas en esta acción son ya automáticas e inconscientes, y si se le cruza sorpresivamente un peatón seguramente racionalizará lo sucedido pero (menos mal) después de haber apretado el freno y haberlo esquivado. Pues bien, nuestra conducta habitual está llena de automatismos inconscientes que hemos adquirido a partir de la interacción entre nuestra información genética y el aprendizaje en el ambiente en el que nos desarrollamos, siendo nuestro razonamiento la punta del iceberg de toda una suma de procesos neurológicos que responden de forma automática al ambiente que nos rodea.
En un famoso experimento realizado en década de los 80, el neurólogo pionero en el estudio de la conciencia Benjamín Libet constató que los llamados “potenciales de preparación” para una acción eran anteriores en unos 300 milisegundos a la conciencia del sujeto de tener voluntad para realizar esta acción. Esto significa para muchos investigadores que es más bien la “preparación cerebral” la que activa la decisión de realizar una acción y no al contrario, como se suele pensar. Esto condujo a la conclusión de que el mecanismo necesario que lleva a la acción se produce en el cerebro inconsciente al margen de la decisión del individuo, y la “conciencia de la voluntad” surge después como la “ilusión” de haber sido su causa real. Estas resultados apoyaban de alguna manera la teoría “epifenomenalista” de la conciencia según la cual ésta no causa efectos neuronales físico-químicos (no causa las acciones), sino que es sólo un testigo del determinismo neural de la conducta. No es más, por tanto, que una “ilusión” el que la conciencia cause la conducta. Así, en cualquier conducta realizada en forma automática, los potenciales de acción han ido activando, sucediendo y consumando acciones no sólo con anterioridad a la “conciencia voluntaria” como la llamó Libet, sino incluso en ausencia absoluta de ésta. Esto es exactamente lo que ocurre cada vez que realizamos acciones “sin darnos cuenta”.
Si este fuera el único proceso que rige nuestra conducta y, por ende, solamente fuésemos una suma de automatismos, entonces no tendríamos más remedio que afirmar, como Spinoza, entre otros muchos pensadores, que estamos totalmente determinados, que somos realmente meros “autómatas”. Como diría Schopenhauer “Un humano puede hacer muy bien lo que él quiere, pero no puede hacer lo que él quiere”. El asunto crucial es que, tal como decía en la primera parte de este artículo incluso las moscas no tienen un comportamiento meramente automático, pueden elegir con cierta “flexibilidad” entre varios cursos de acción!
¿Tenemos o no tenemos, entonces libre albedrío?
Podemos considerar al libre albedrío como la elección del organismo de uno (o varios) automatismos (conductas ya aprendidas) más adecuados para responder a un ambiente y contexto determinado. Visto así, sería una capacidad no exclusiva del ser humano. El “Yo soy yo y mis circunstancias” de Ortega y Gasset, entendiendo que el “yo” es el libre albedrío y “mis circunstancias” son las condiciones del ambiente y los automatismos que nos constituyen.
En este sentido, aunque existe la determinación neural de la conducta para todos, animales humanos y no humanos, disponemos de un abanico de posibilidades de comportamiento. De este modo, la conducta está construida y se apoya sobre comportamientos automáticos, siendo estos absolutamente necesarios para la supervivencia (ya que sería imposible que los animales prestáramos atención de forma consciente y reflexiva a todo lo que nos rodea y a todas nuestras acciones). El punto clave es que, al mismo tiempo que existen estos automatismos, existe un mecanismo que en algunos momentos interviene y que es capaz de decidir cuál de estos automatismos activar y cuáles otros inhibir y, justamente, es esta “posibilidad” de elección lo que permite el libre albedrío. Así concebido, el libre albedrío es lo que permite a los animales coordinar la información para luego dirigir las acciones automáticas. De este modo la conciencia cumpliría una función de vigilancia sobre los automatismos y la eficacia adaptativa de estos. Incluso cuando algo sale mal, la conciencia puede interrumpir bruscamente el automatismo. Hoy somos testigos de que hasta las moscas son capaces de hacer esto, por lo que, en este sentido, tendrían algún tipo de “conciencia” que les permite ser libres, a su modo, y elegir entre sus automatismos. Así que quizá nos tengamos que conformar con que nuestro libre albedrío no es más que la posibilidad de elegir entre una mayor cantidad de automatismos genéticos y aprendidos que la que poseen las moscas.
]]>Recuerdo que una vez mi hermano pequeño preguntó a un rabino qué es lo que quería decir que el hombre había sido creado a “imagen y semejanza” de Dios. El rabino contestó que la diferencia del ser humano con el resto de la creación es que, a éste, Dios lo había creado con el “don del libre albedrío” y era justamente esta cualidad la que marcaba la gran diferencia con el resto de las especies y la que, finalmente, nos asemejaba con el creador. Esta no es solamente una de las interpretaciones de la religión judeo-cristiana. Al menos en nuestra cultura occidental, independiente de la religión a la que uno se adscriba, muchos asumen que es el libre albedrío, incluso más que la propia conciencia, aquella cualidad única y exclusiva del ser humano y la que nos separa inexorablemente del resto de los animales. Nuestra especie siempre se ve a sí misma esencialmente libre, aunque esta libertad esté limitada muchas veces por las circunstancias. Nos percibimos a nosotros mismos y nuestros congéneres como seres intencionales capaces de hacer planes y llevarlos a cabo de forma voluntaria sin que nadie nos obligue a ello (bueno, en muchos casos) o al menos esto es lo que intentamos mientras las condiciones nos lo permitan. Así el “libre albedrío”, entendido como la acción voluntaria elegida deliberadamente, sin que sea la consecuencia inevitable de uno o varios factores causales, es un ingrediente esencial de la autoimagen humana. A diferencia de los animales, máquinas biológicas autómatas, los seres humanos nos autodenominamos animales “racionales”, seres “biológicos y espirituales”, que gracias a nuestra razón y/o a nuestro espíritu, a nuestra capacidad de discernimiento y a nuestro libre albedrío, podemos elegir nuestras acciones, tomando a voluntad el camino del bien o el mal. Esta postura dualista fue de hecho adoptada incluso en los albores de la ciencia actual, ya en el siglo XVII, cuando Descartes sostuvo que la conducta humana tenía su origen en la mente, siendo ésta voluntaria y libre y que, por lo tanto, no se regía por las leyes naturales propias de la realidad material (a excepción de los reflejos innatos, desencadenados por el mundo físico, pero de escasa relevancia en las personas).
Pero al parecer la biología no hace ni a los animales tan esclavos ni a nosotros tan libres como se suele pensar. El padre del psicoanálisis, Sigmund Freud dio un golpe bajo a nuestro autoconcepto cuando afirmó que gran parte de nuestro comportamiento estaba movido por motivos “inconscientes”. El fisiólogo ruso Sechenov, por su parte, en los orígenes de la psicología experimental, enfatizó el peso que tenían los reflejos en nuestro comportamiento, señalando que muchas veces pequeños estímulos pueden desinhibir los mecanismos que desencadenan conductas variadas y complejas. En la misma línea, Pavlov, a principios del siglo XX con su “reflejo condicionado” demostró cómo a través de la experiencia, por asociación, se podían aprender muchas otras reacciones reflejas. Posteriormente, y con base en este descubrimiento, se dio paso al conductismo de Skinner, que concebía el comportamiento humano, fuese simple o complejo, como producto del condicionamiento, es decir, determinado en su totalidad por asociaciones de estímulos y respuestas que ocurrían en la interacción del organismo con el ambiente.
A partir de ahí, tanto la evidencia experimental (de la mano del conductismo), como la clínica (de la mano del psicoanálisis) apoyaron la idea de que que muchas veces la conducta humana no responde al supuesto de libre elección personal y autocontrol que se suele atribuir. La evidencia dejaba claro que en muchos casos la acción individual viene desencadenada por factores internos y/o externos que en ocasiones incluso pasan inadvertidos y cuyos efectos, en cualquier caso, resultan incontrolables. Pasamos, por tanto, de una concepción cartesiana o dualista de la mente humana, en la que se independiza la realidad física de la mental (lo que Antonio Damasio en 1999 señaló como “el error de Descartes”) a la instauración del determinismo en la psicología, que barrió de alguna manera el concepto del libre albedrío en el ser humano al afirmar que todo lo que sucede en el mundo se debe a una serie de “causas” o condiciones antecedentes naturales que conducen de forma inexorable a un “efecto” particular. Para cada actitud, sentimiento, motivo, pensamiento, recuerdo, acción o decisión hay condiciones antecedentes, conocidas o desconocidas, que hacen que las cosas sean como son y que no podrían haber resultado de otra manera (si hubieran sucedido de otra manera simplemente es que habrían cambiado las causas que las antecedían y que, por tanto, las determinaban). Ante este panorama, si todo esta determinado de antemano por las causas que preceden a nuestras decisiones y actos ¿qué papel quedaba para la voluntad y, en última instancia, para nuestra libertad personal?
La biología y la psicología actual nuevamente arremeten y cuestionan esta idea determinista, y no solamente en el ser humano, sino incluso en los demás animales. Este mes acaba de publicarse un artículo en la revista Proceedings of the Royal Society, “Hacia un concepto científico de la voluntad libre como un rasgo biológico: acciones espontáneas y toma de decisiones en los invertebrados” en el que se afirma que hasta las moscas de la fruta, que siempre nos han parecido animales tan simples y carentes de espíritu, manifiestan de alguna manera una conducta con libre albedrío. Su autor, Björn Brembs, afirma que el comportamiento de las moscas, aunque no es completamente libre, no está completamente constreñido. El trabajo aporta evidencia obtenida de cerebros de moscas, cerebros considerablemente más pequeños que el nuestro, pero que sin embargo parecen estar dotados de flexibilidad en la toma de decisiones. El científico se atreve a señalar que la capacidad de elegir entre diferentes opciones de comportamiento, incluso en la ausencia de diferencias en el medio ambiente, sería una capacidad común a la mayoría de los cerebros, si no de todos, por lo que los animales más simples no serían autómatas totalmente predecibles. Así, hasta las sanguijuelas parecen comportarse, según dicen científicos que las han estudiado, como “les da la real gana” ante un mismo estímulo eléctrico, eligiendo entre moverse nadando o reptando. Esta decisión ocurre en las neuronas que se encuentran en algún lugar de los ganglios de la sanguijuela, por lo que el estímulo que marca la diferencia de movimiento es “interno”, y no externo.
Ya en el año 1967 Seymour Benzer, uno de los fundadores de la Neurogenética se había dado cuenta que al poner moscas al final de un tubo y una luz en el otro extremo de este, algunas moscas volaban a la luz y otras no. Si luego se separaban en grupos, las que habían ido a la luz y las que no, y se volvía a repetir la prueba, en ambos grupos se volvían a comportar de las dos maneras en el mismo porcentaje que la vez anterior, y si se repetía el test sucesivamente seguía sucediendo lo mismo una y otra vez. Así que las moscas parecían tomar su “propia decisión”. Diez años después Quinn y colaboradores hicieron prácticamente el mismo experimento, pero esta vez utilizaron, en lugar de luz, un aroma particular, encontrando el mismo resultado. Estos y otros experimentos sugieren cierta ”flexibilidad “en los comportamientos de las moscas debida a factores “internos”. Por ejemplo en otro tipo de experimentos en los que a las moscas se les exponía a situaciones sensorialmente ambiguas se ha comprobado que éstas pueden cambiar activamente su foco de atención, restringiendo sus respuestas conductuales a sólo ciertas partes de todo su campo visual. Y la atención selectiva, como sugiere Martín Heisenberg, supone el tipo de libertad fundamental que se requiere para un concepto moderno de lo que es el libre albedrío.
Así que, si el comportamiento de una “simple” sanguijuela o una mosca no está completamente constreñido, entonces ¿podemos retomar la idea de libre albedrío? Eso sí, habrá que seguir buscando elementos distintivos para el ser humano porque parece que el libre albedrío tampoco es algo tan exclusivo. En este sentido la biología le contestaría al Rabino que quizás todos los animales estamos creados en algún grado a imagen y semejanza de Dios.
]]>Los pulpos tienen el cerebro más grande de todos los invertebrados, superando incluso a muchos vertebrados como peces y anfibios. En comparación con otros moluscos su cerebro resulta sorprendente. Así mientras que caracoles o babosas, pueden llegar a tener unas 20.000 neuronas que se organizan en redes muy difusas, el pulpo, en cambio, tiene medio millón de neuronas organizadas en una compleja red masiva en forma de lóbulos, al igual que nuestro propio cerebro. Dos tercios de su sistema nervioso, al igual que el de las aves y los mamíferos, se encuentran situados en el cerebro y el resto está repartido en sus tentáculos, proporción superior con respecto a la que presentan otros cefalópodos tales como las sepias y los calamares. Pero a pesar de estas notables diferencias no hay que perder de vista que los pulpos siguen siendo moluscos invertebrados cuyo cerebro contiene un número menor de células y una organización anatómica más simple que el cerebro de cualquier otro vertebrado. Pese a ello, sus características exclusivas han sido empleadas como modelo para encarar una de las cuestiones más interesantes en neurociencia: el enigma de cómo almacena y recupera recuerdos nuestro cerebro. Por ejemplo una investigación realizada con pulpos por el Dr. Benny Hochner, del Departamento de Neurobiología de la Universidad Hebrea de Jerusalén descubrió la importancia que tienen estas conexiones “sinápticas” en el aprendizaje y la memoria del pulpo. Hochner señala que es interesante destacar que en el cerebro del pulpo, al igual que en el de otros mamíferos y de seres humanos, la memoria de corto y largo plazo también está dividida en dos sistemas separados, cada uno de los cuales se localiza en una región diferente del cerebro, si bien no se sabe del todo cómo se interconectan ambos sistemas. Sin embargo, la organización resulta más sofisticada en el pulpo que en otros animales, puesto que esos sistemas actúan en forma paralela, pero no en forma independiente, aunque aún no se tenga muy claro lo que implica esta diferencia en términos cognitivos.
Por el momento al menos podemos encontrar cuatro características cognitivas fundamentales a la hora de distinguir lo que diferencia a los pulpos del resto de los invertebrados e incluso de otros vertebrados: en primer lugar, también pueden ser zurdos o diestros, es decir su cerebro también tiene un comportamiento de lateralización, lo cual es para muchos un signo de la complejidad del cerebro humano caracterizado porque las estructuras de sus dos lados no son idénticas. Si bien los pulpos con sus ocho tentáculos realmente no pueden ser zurdos o diestros, si que al parecer lo son en la utilización de sus ojos ya que se ha observado que cuando los pulpos se encuentran fuera de sus madrigueras, algunos consistentemente prefieren sentarse con su ojo izquierdo hacia afuera, y otros con su ojo derecho, (sin embargo por el momento aún faltan experimentos que permitan descartar la posibilidad de que los pulpos tal vez no tienen ninguna preferencia al uso de uno u otro ojo y simplemente sea una cuestión de azar). En segundo lugar los cefalópodos y en especial los pulpos pueden generalizar lo que aprenden en un contexto y aplicarlo en otro dominio, es decir podrían tener algo similar al aprendizaje conceptual. En tercer lugar, como plantea la psicobióloga Jeniffer Mather, los pulpos podrían tener un grado de “conciencia” en el sentido de que estos animales pueden combinar sus percepciones no solo con el momento presente sino también utilizando sus recuerdos. Finalmente, en lo que respecta a sus habilidades cognitivas, un descubrimiento reciente ha demostrado que los pulpos son el único invertebrado capaz de usar herramientas, lo cual los coloca en un selecto grupo de animales que poseen esta capacidad tales como los cuervos, los simios, los monos, las nutrias, los delfines y, por supuesto, los humanos. La especie Amphioctopus marginatu de Indonesia fue observada acarreando mitades de cocos para luego convertirlas en refugios. Lo primero que observaron los científicos fue al pulpo quitándole el lodo a unos cocos enterrados, luego su sorpresa llegó cuando este pasó a almacenarlos y posteriormente los transportó (un proceso que requiere que los pulpos caminen de puntillas) para finalmente convertirlos en una tiendas para resguardarse, ya que el efecto que se observó desde el exterior es el de un coco cerrado. Lo sorprendente es no sólo que use cáscaras como refugio sino que las porte para un uso futuro. Así, claramente, mientras el pulpo carga con la cáscara del coco por ahí, no le sirve para nada, como de nada nos sirve una tienda de campaña mientras cargamos con ella. Se vuelve útil cuando montamos el campamento. De la misma manera, la cáscara del coco se convierte en algo útil cuando el pulpo se detiene, gira y se mete en el interior. Esta planificación de futuro otorga un mayor nivel cognitivo al uso de herramientas por parte de los pulpos con sus casas de coco como su tecnología propia. En palabras de la propia investigadora Julia Finn, bióloga del Museum Victoria: “podía ver que el pulpo, ocupado manipulando unos cocos, estaba tramando algo, pero nunca esperé que tomara los cocos y saliera corriendo, fue una imagen muy cómica, nunca me había reído tanto debajo del agua”. También el hecho impresionó a otro de los autores del estudio publicado en Current Biology, el doctor Mark Norman, quién señaló entre otras cosas lo sorprendente que fue verlos excavar una de estas cáscaras, utilizar sus brazos para aflojar el barro para luego girarlas, y ver cómo esos brazos de puro músculo se convertían en rígidas barras permitiéndoles correr casi como una araña de alta velocidad. Mejor véanlo ustedes mismos a ver que les parece:
Si esto no les sorprendió tanto como a mí, reto a su capacidad de asombro con otras sorprendentes capacidades. Finalizaré contándoles uno de los aspectos más alucinantes tanto de los pulpos como de las sepias y los calamares: su sistema de comunicación basado en la extraordinaria habilidad de controlar el pigmento de su piel. Gracias a esta capacidad, estos animales logran enviar mensajes a sus congéneres por medio del color del fondo de su cuerpo, de lunares de colores muy vivos y llamativos así cómo también a través de manchones de su piel. Esta habilidad es posible gracias a que en los cefalópodos el cerebro se conecta en forma directa con unos músculos especiales que les permiten cambiar de color en una fracción de segundo mediante la relajación o contracción de los cromatóforos, unas células de la superficie de la piel que están llenas de pigmentos de color rojo, amarillo y negro, lo que les permite pasar de la expansión a una fuerte contracción en milisegundos. Para mejorar la comunicación, los cefalópodos también pueden cambiar la textura de su piel acentuando o atenuando las protuberancias de aspecto verrugoso que la cubren. Combinando todos estos mecanismos algunos calamares y sepias pueden crear dramáticos patrones alterando los colores del cuerpo entero o bien sólo de partes del mismo. En algunas especies, se han catalogado 31 variaciones que afectan a todo el cuerpo y se ha calculado un repertorio potencial de 300 diseños en los que se combinan variaciones de color de todo el cuerpo o sólo de algunas partes, de la textura de la piel y de posturas corporales. Estos despliegues se utilizan principalmente en el cortejo sexual pero también, como vemos en las siguientes imágenes, esta habilidad es utilizada gran parte del tiempo para camuflarse en forma impresionante con su entorno.
Dada la complejidad de este sistema ¡incluso algunos científicos se atreven a sugerir que los patrones cromáticos de cuerpo entero actuarían a modo de nombres y verbos, y las pequeñas manchas y dibujos como adjetivos y adverbios! En este sentido la postura y el movimiento corporal, además, podrían ayudar a establecer el contexto de lo que se comunica. Por ejemplo, una sepia puede destacar una banda en un lado de su cuerpo, y al mismo tiempo, remarcar una cejas doradas por encima de los ojos, y levantar los brazos, de manera tal que quizás el significado de la banda haya sido modificado por las cejas doradas y el brazo levantado, de modo que representen algo más complicado o incluso diferente de lo que la banda signifique por sí sola. Para poder investigar con más profundidad la comunicación visual de los cefalópodos Mather y otros investigadores están intentando aprender y comunicarse en la propia “lengua” de estos animales, por ejemplo, imitando las claves visuales con modelos artificiales de colores.
Al ver estas imágenes no es de extrañar que el famoso etnobótanico Terence Mckenna, uno de los gurús del movimiento psicodélico, viera en el pulpo a la especie sobre la cual se iba a modelar la realidad humana en el futuro (pensaba que tal como ocurrió en la era industrial con el caballo, la era virtual que se avecinaba sería influida principalmente por este cefalópodo). Según él los cefalópodos, dada su capacidad de cambiar el color y la textura de su piel, “visten su mente”, de manera tal que el pulpo y las sepias podrían experimentar un pensamiento privado solamente cuando desprenden una cortina de tinta en el agua en la que pueden resguardarse brevemente y esconder su desnudez mental de sus seguidores. Mckeenna no estuvo muy lejos de la realidad debido a que en las sepias y calamares sí que podría decirse que tienen una mente distribuida en su cuerpo ya que más de la mitad de sus 500 millones de neuronas está en sus tentáculos, (y en los pulpos un tercio). Según Mckenna este hecho es una especie de ventana biológica intrínseca al potencial del lenguaje que posiblemente los humanos podamos imitar en el futuro, creando así una sintaxis visual que sería el equivalente humano a la danza de luz, textura y postura corporal que constituye la gramática de los calamares y los pulpos. Así aspiraremos a lograr la piel caleidoscópica del pulpo, con trajes mutantes de colores cambiantes (algo así como los trajes de la película basada en la novela de Philip K. Dick “una mirada a la oscuridad” o en inglés “a Scanner darkly”).
Se cumpla o no esta predicción, deseo o si gustan “ciencia ficción”, no hay que ser necesariamente un científico psicotrópico como Mckenna para inspirarse y ahondar en la inteligencia y en la belleza y aparente complejidad de la comunicación de los cefalópodos. Si efectivamente estos ya están siendo modelos para estudiar nuestro propio cerebro y cognición entonces las aplicaciones de esta mente inteligente almacenada y distribuida en un cuerpo invertebrado y marino aún de seguro continuará dándonos sorpresas y aplicaciones relevantes mucho más allá de un oráculo basado en meras supersticiones.
]]>Los pulpos, así como todos los cefalópodos, entre los que se encuentran los calamares y las sepias, son considerados los invertebrados más inteligentes debido a que poseen un gran cerebro, gran capacidad de memoria y de aprendizaje, comparables en su complejidad a las de los vertebrados más avanzados. Partamos por un caso interesante que ocurrió en el acuario de Vancouver. Un pulpo, todas las noches, se metía por el desagüe y se iba a otras exhibiciones para comerse los peces del estanque contiguo. Lo sorprendente es que, tras esto, el pulpo regresaba a su tanque de modo que al otro día por la mañana todo seguía en su sitio, bueno, todo, excepto los peces que se había comido. Los cuidadores se tardaron un buen tiempo en descubrir al culpable. El rastro de agua que dejaba el pulpo entre su tanque y el de los peces, terminó delatándolo. La capacidad de manejo del espacio que queda de manifiesto en esta anécdota viene apoyada por los trabajos de Jean Boal y sus colegas, que muestran cómo los pulpos son buenos en el aprendizaje de la geografía. En un experimento, Boal puso a varios pulpos, de uno en uno,, en tanques en los que introdujo una serie de objetos, como jarras de plástico, platos de guijarros y macizos de algas. Tomó sólo unos pocos ensayos para que los pulpos encontraran la ruta más rápida hacia una salida, escondida en la parte inferior del tanque. Hasta aquí esto sería simplemente un aprendizaje de señales del ambiente como el que realizan muchas especies animales, pero lo que hizo que los resultados de Boal fueran particularmente impresionantes es que los pulpos ¡aprendieron de forma simultánea dos laberintos totalmente diferentes! Durante el ensayo en un laberinto, mientras lo recorría, Boal permitía al pulpo observar otro laberinto contiguo. Tras esto, se le pasaba la prueba en el segundo laberinto y también lo recorría exitosamente. De alguna manera, los pulpos podían hacer un seguimiento de dos geografías simultáneamente, lo que sugiere que cuando los pulpos se están moviendo a través de nuevos terrenos, tal vez puedan estar abriendo, paralelamente, vías alternativas de escape e incluso poder decidir la mejor manera de escapar de los depredadores.
Pero los pulpos escapan de los depredadores no sólo escondiéndose rápidamente, sino también engañándoles. Un ejemplo impresionante de engaño es lo que el biólogo marino Roger Hanlon llama “el truco del movimiento de roca”, que consiste en que el cefalópodo adopta la forma de una roca para luego escapar a través de un espacio abierto, totalmente a la vista del depredador, evitando ser atacado. Además. el pulpo logra esta maniobra haciendo coincidir su velocidad de escape con la velocidad de los movimientos de la luz en el agua circundante, logrando con esto que los depredadores no puedan detectar su movimiento. Para Hanlon, lo que hace que este tipo de comportamiento sea notable es que se trata de una combinación creativa de comportamientos previamente aprendidos, utilizados para hacer frente a una nueva situación (lo que comúnmente se define como comportamiento inteligente). Del mismo modo, un pulpo puede escaparse de un ataque en una fracción de segundo poniendo su cuerpo blanco para asustar a un depredador, o disparando bocanadas de tinta para distraerlo, o huyendo en zigzag a través del agua para luego, de repente, cambiar su piel para que coincida con el coral que lo rodea.
Los pulpos, además, son conocidos por su habilidad para manipular objetos con gran precisión por medio de sus tentáculos y de todo su cuerpo, incluso llegando a niveles de destreza similares a los la mano de un primate. En el acuario de un zoológico de Munich, Frida, un pulpo hembra de cinco meses, aprendió a abrir las tapas de recipientes que contenían camarones en su interior. Su técnica consistía en presionar su cuerpo contra la tapa mientras sujetaba los lados con las ventosas de sus tentáculos y una vez los tenía sostenidos firmemente, giraba su cuerpo hasta que lograba abrir la tapa. Frida conseguía lograr su objetivo en un lapso de tiempo de entre diez segundos y una hora, según lo apretada que estuviese la tapa. Si bien los pulpos tienen un cuerpo blando, la mayor parte de sus tentáculos son puro músculo y pueden desplegar una gran fuerza física cuando les es necesario. Frida se convirtió en uno de los atractivos más visitados del acuario: ahora lleva a cabo, dos veces por semana, la rutina de abrir los envases de camarones ante el público a la hora de comer.
Según los cuidadores, el pulpo aprendió este truco observándolos a ellos mismos realizar la conducta unas cuantas veces. Si esto fuese así sería bastante impresionante ya que aprender por imitación, al contrario de lo que se suele creer, es una tarea bastante compleja cognitivamente hablando. Pero hay algo que no concuerda en el relato y es que estos mismos cuidadores también mencionaron que al pulpo le llevó un mes de practica aprenderla, por lo que huele más a que lo aprendió como aprenden la mayoría de los animales, es decir, por sí mismo a través del ensayo y el error lo que, por supuesto, no le quita mérito. Sin embargo, hay otro caso descrito que también sugiere que los pulpos podrían aprender observando a otros pulpos. Los pulpos presentan un comportamiento natural que es el de atacar a cualquier objeto que aparezca en su campo visual, pero también son capaces aprender a inhibir esta respuesta cuando el objeto le produjo anteriormente una experiencia dolorosa. En un experimento se presentaron a un pulpo dos bolitas, una blanca y otra roja. Si atacaba a la blanca, el pulpo recibía una descarga, si atacaba a roja, recibía una recompensa en forma de comida. El pulpo aprendió rápidamente a atacar sólo a la bola roja, es decir, a la que le proporcionó la recompensa, e inhibió el ataque hacia la bola blanca. Hasta aquí nada nuevo con los tipos de aprendizaje que suceden en la mayoría de los animales. Pero lo realmente interesante es que algunos científicos han sugerido que el pulpo, además, tiene la capacidad de aprender este comportamiento observando a otros pulpos, de modo que si mientras un pulpo realiza la tarea anteriormente descrita se le permite a otro pulpo que observe dicho aprendizaje, cuando se realiza la prueba a este segundo pulpo, este es capaz, con tan sólo haber observado tres ensayos del primero, de atacar sólo a la bola que le proporciona la recompensa. Los resultados son bastante más creíbles en este caso ya que, por ejemplo, los experimentadores cuidaron detalles tales como que durante el experimento ambos pulpos se encontraban separados mediante un panel transparente, para impedir cualquier tipo de comunicación mediante señales químicas. Las ventajas evolutivas de aprender por imitación son inmensas puesto que amplían el repertorio de conductas del que se encontraba codificado genéticamente y del que se puede aprender por ensayo y error, con los costes asociados a los errores que se pueden cometer, permitiendo así al individuo hacer frente a una mayor variedad de estímulos. Pero de ello ya hablaremos más adelante. Por el momento, mencionaré que algo relacionado con esta capacidad es el descubrimiento de una estrategia reproductiva que utilizan solamente algunos machos del pulpo Abdopus aculeatus, una especie de pulpo del tamaño de una naranja, propia de Indonesia, en la que los machos más débiles, que son llamados ‘sneakers’ o furtivos, se disfrazan como hembras por temor al latigazo de los tentáculos de sus competidores, cambiando de esta manera los modelos de su cuerpo y nadando de una forma más femenina, lo que les permite moverse sin ser identificados como machos por los machos más fuertes y así poder copular con las hembras.
Pero el caso mas impresionante es el descubrimiento en 1998 frente a la costa de Célebes en los mares tropicales del sudeste de Asia del “pulpo imitador” (Thaumoctopus mimicus). Este pulpo exhibe una habilidad impresionante para imitar la apariencia física y los movimientos de más de quince especies diferentes según amerite la ocasión, tales como la serpiente marina, el pez león, el pez plano, la estrella de mar, el cangrejo gigante, la concha marina, la raya, la platija, la medusa, la anémona o el camarón mantis. Además de variar el color, el pulpo logra estas imitaciones también flexionando y contorsionando su cuerpo y sus extremidades. Aunque todas las especies de pulpo tienen la capacidad de mimetizarse cambiando el color y la textura de su piel, y así confundirse con el suelo marino o parecer una roca, el pulpo imitador es la primera especie de pulpo conocida que imita otras especies marinas. Pero mejor véanlo ustedes mismos:
Como habrán podido observar en el video, se cree que el pulpo imitador puede decidir a qué animal va a imitar dependiendo del depredador que le está acechando. Por ejemplo, cuando el pulpo imitador está siendo atacado por peces damisela, se observa que el pulpo adquiere la forma de una serpiente rayada, que es un depredador del pez damisela. El pulpo imita a la serpiente marina rayada adoptando un color negro y amarillo, enterrando seis de sus extremidades y agitando sus otros dos tentáculos en direcciones opuestas. Los científicos creen que el factor determinante que explica la sorprendente habilidad de este pulpo para imitar a otros animales es su grado de flexibilidad corporal, pero yo no estoy tan de acuerdo, ya que muchas otras especies de pulpos son extremadamente flexibles, corporalmente hablando, tal cual han podido apreciar en los videos. Incluso hay un ejemplo de un pulpo del tamaño de un balón de voleibol que puede comprimir su cuerpo hasta el tamaño de una lata de bebida. Por esta razón, creo que en esta especie, en particular, la flexibilidad se da a nivel cognitivo, es decir, lo que tiene es una gran flexibilidad mental. Si no, otros animales flexibles corporalmente hablando también deberían imitar a otros (basta con observar a los gatos o más aún, a otros pulpos). Esta misma flexibilidad mental podría estar reflejada en los resultados contradictorios que han arrojado los estudios sobre “personalidad” en pulpos. (ver Animales con personalidad). Así, en un estudio reciente, los pulpos que reaccionaron agresivamente ante una película en la cual se mostraba a otros pulpos, tendieron a responder de la misma manera con todas las películas (por ejemplo, unos siempre atacaban y otros siempre huían). Pero esta consistencia en el patrón solamente fue exhibida durante un día en particular y no a lo largo de periodos más extensos de tiempo, desapareciendo toda señal de estabilidad en sus respuestas que nos pudiese sugerir un rasgo de “personalidad”, según las conclusiones de algunos científicos. Conclusiones no exentas de posibles errores de interpretación, ya que quizá también podríamos estar hablando de un fenómeno de habituación a los videos, más que a carecer de una personalidad estable. Para otros científicos, sin embargo, la falta de personalidad, es decir, de patrones estables de comportamiento, no necesariamente sería una mala cosa y, por el contrario, podría ser justamente una demostración de flexibilidad cognitiva. Los pulpos viven en ambientes dinámicos (aguas costeras poco profundas y arrecifes) y estas condiciones pueden seleccionar flexibilidad comportamental, ya que los individuos podrían optimizar su eficacia biológica en una variedad de condiciones ambientales típicas. Por ejemplo, comportarse con timidez puede ser la mejor respuesta de un pulpo cuando se ve amenazado por un depredador, pero comportarse con arrojo puede ser la mejor actitud a la hora de buscar comida. Otros investigadores especulan que incluso las hormonas también podrían estar influyendo día a día en los cambios a corto plazo en el comportamiento de los pulpos. Así parecen confirmarlo los cuidadores de JB, el pulpo gigante del Pacífico que vive en el Acuario Nacional en Baltimore, para quienes su color sería indicador de su estado de ánimo ya que, según estos, cada vez que cambia su humor, cambia su color.
El gran investigador de los océanos Jacques Cousteau, mencionó al respecto, y mucho antes de haberse realizado todas estas observaciones, que la timidez del pulpo era una reacción racional basada sobre todo en la prudencia, por lo que si el buceador era capaz de demostrarle que era inofensivo, el pulpo perdería la timidez en seguida, más rápido que cualquier otra especie salvaje. Para mí todo parece indicar que más que buscar la respuesta a la plasticidad o flexibilidad conductual de los pulpos en sus músculos, habrá que buscar más bien la respuesta en su cerebro… Pero en esto profundizaremos más adelante…
]]>Como muchos sabrán la marmota Phil ha sido llevada incluso a las pantallas de Hollywood e inmortalizada en la película “Groundhog Day” (en España traducida como “Atrapado en el tiempo”).
Algunos creen que esta costumbre proviene de tradiciones irlandesas y otros la atribuyen a los inmigrantes alemanes llegados a EE. UU., ya que los granjeros germanos utilizaban previamente el método de observar a un tejón para saber cuándo tenían que cultivar sus tierras. El tejón, al salir de su guarida en invierno, podía tener dos reacciones: si veía su sombra, en un día soleado por tanto, se asustaba y volvía a su hibernación por seis semanas más, indicando que continuaba el invierno; pero si al salir no veía su sombra, por no haber sol, pensando que llegaba la primavera, salía confiado. Esta tradición también mezcla sus orígenes (como la mayoría de los oráculos animales) con un sentido religioso. Así, su celebración comenzó con el día de la Candelaria, una fecha festiva en la tradición cristiana en la que, hace cientos de años en Europa, los sacerdotes bendecían velas y las repartían. En esta celebración los participantes ya consideraban que si el cielo estaba despejado ese día, el invierno sería largo. Los romanos llevaron la tradición a los alemanes, quienes consideraban que si el sol aparecía ese día, un erizo de tierra podría ver su sombra y eso indicaría que habría seis semanas más de frío, o un “segundo invierno”. Después, los alemanes que inmigraron a Pensilvania llevaron la tradición con ellos a ese estado, donde las marmotas habitan en varias partes. Fue entonces cuando la marmota tomó el lugar del erizo como pronosticadora.
Así, la marmota Phil junto al pulpo Paul son los animales estelares de nuestra moderna versión de los oráculos animales. Las razones de esta revitalización pueden ser múltiples, desde una simple estrategia comercial de los medios de comunicación hasta una real creencia popular en este tipo de oráculos. Los defensores de la marmota Phil aseguran que el pronostico del animal tiene una precisión de entre un 75% y un 90% de acierto, pero un estudio canadiense sobre 13 ciudades que analiza su eficacia durante los últimos 40 años, establece su índice aciertos en un 37%. Además, informes de la National Climatic Data Center han establecido que la precisión global de la predicción está alrededor de un 39% y el National Geographic advierte que en las predicciones de las marmotas de los últimos 60 años sólo hubo un 28% de aciertos. Si bien con la marmota el porcentaje de aciertos es bajo, nuestro oráculo estrella tiene muy bien merecido su puesto ¡Si es que ya en la Eurocopa 2008 su porcentaje de aciertos alcanzó un 80% al escoger correctamente cuatro de los seis partidos que jugó Alemania, y en este mundial logró alcanzar hasta el 100 %! Con la importancia y el acierto que tuvieron sus predicciones realmente es muy difícil no sucumbir ante el poder de este cefalópodo. La gran pregunta es ¿cómo es que el pulpo pudo acertar de esta forma los resultados?
Según la mayoría de los expertos, la elección del Pulpo ha sido por mera “casualidad”, o mejor dicho de forma totalmente aleatoria. Según los expertos, además del azar, otros factores importantes que podrían haber influido en la elección de Paul es simplemente que uno de los mejillones estuviese en mejores condiciones que el otro (color, tamaño etc.) pues los pulpos sí que son capaces de distinguir si un alimento está más o menos podrido. Además, puede que el Paul del mundial ni siquiera sea el mismo pulpo que el de la Eurocopa, ya que los Pulpos no suelen vivir más de dos o tres años y en el 2008 Paul ya era un adulto. Básicamente, el pulpo Paul es un pulpo común (Octopus vulgaris), una especie de cefalópodo de la familia Octopodidae que habita en el mar Mediterráneo y en el océano Atlántico oriental. Los Pulpos comunes tienen los sentidos de la vista y el oídos bastante desarrollados y, si bien no ven en colores (sólo poseen un tipo de “cono” y se necesitan dos como mínimo para distinguir los colores), sí que son capaces de distinguir tonos y formas, pudiendo enfocar la vista con precisión y adaptarse a los cambios de luz y, junto con su sentido del tacto, tomar decisiones basadas en estos sentidos. Así, es perfectamente posible que haya escogido la bandera española porque posee un gran contraste que seguramente le podía haber llamado la atención. Claro que también la de Holanda era muy llamativa. ¿Qué es entonces? ¿acaso eligió la selección Española solamente por mera casualidad? El pulpo también podría haber estado influenciado por sus cuidadores (que tienen mucha más información sobre qué equipo es más probable que gane) de tal manera que acertase los partidos en función de lo que estos quisieran, pues estos animales, así como muchos otros, pueden ser fácilmente manipulables por medio del estado de la comida (en este caso los mejillones). Además, puede que estos mismos cuidadores y sobre todo espectadores (periodistas, etc.), estuviesen influenciando al Pulpo con sus miradas y gestos corporales, incluso en forma inconsciente (¡aquí los profetas serían los mismos espectadores!) ya que el pulpo es capaz de interpretar los gestos de los humanos e incluso reconocer a sus dueños y cuidadores individualmente. Vamos, que tendríamos otro Clever Hans, el caballo que hacía operaciones aritméticas.
Como han dicho algunos, si analizamos el asunto desde el punto de vista probabilístico, suponiendo que todas las banderas tienen la misma probabilidad de ser escogidas (0,5 en cada elección), entonces la probabilidad de que acierte 12 de 14 partidos es cercana al 0,006. Se trata, por tanto, de un suceso altamente improbable. Este aspecto hace pensar a muchos que las banderas no tienen la misma probabilidad de ser seleccionadas, sino que cabría la posibilidad de que Paul estuviera entrenado para seleccionar la bandera de Alemania (o similares, por error), como se intuye por el hecho de ser la que más veces ha sido escogida.
En lo que respecta a la marmota Phil, debido a sus bajos porcentajes de acierto, casi todos coincidirían en que lo que opera en la elección del animal es meramente el azar, pero el alto porcentaje del pulpo nos lleva a los escépticos a considerar, además del azar, otras variables, como, por ejemplo, que el pulpo sea capaz de prestar atención a claves ambientales ¿Es el pulpo Paul un fraude total? Aparte de lo divertido que pueda resultar, está claro que en términos de su supuesta capacidad adivinatoria, sí que lo es. Sin embargo, estas “adivinaciones fraudulentas” nos revelan lo realmente interesante de estos animales: sus capacidades para distinguir contrastes de colores y formas o para distinguir un mejillón de buen estado de uno podrido o uno más grande que otro y, sobre todo, si es que aquí está el motivo, su particular inteligencia y habilidad cognitiva para prestar atención y fijarse en las claves no verbales de los espectadores humanos para realizar su elección. Todo lo contrario a un fraude.
Además de estas capacidades perceptivas y cognitivas del propio pulpo, lo más importante en el efecto mediático de su conducta es nuestra propia ignorancia y nuestras tendencias biológicas que permiten y potencian la transmisión cultural de la información. Como dice el antropólogo Dan Sperber, el interés despertado por el Pulpo Paul y este tipo de oráculos radica en que posiblemente estamos inclinados a prestar atención a eventos que presentan patrones contra nuestras expectativas. Así, si lanzamos una moneda al aire y nos sale cruz ocho veces consecutivas nos llama más la atención que una serie “típicamente normal”, digamos, de cara-cara-cruz-cara-cara-cruz-cara-cara. Aunque las dos series son igualmente improbables (o probables), solo la primera posee un patrón que hace que nos fijemos en ella a causa de su improbabilidad. Estamos inclinados a suponer que los patrones regulares poseen una explicación relevante (una explicación relevante es una que explica mucho con relativamente pocos supuestos). Así, los patrones regulares increíblemente improbables tienden a llamar profundamente la atención, dándonos pie a alimentar nuestras conversaciones y reflexiones. Como resultado, una variedad de “supersticiones” parecen beneficiarse, a través de la transmisión cultural, de estos sucesos improbables pero posibles. De hecho, mecanismos cognitivos parecidos a los que explican el interés por este “oráculo” del pulpo Paul podrían dar cuenta perfectamente de por qué evolucionan en general las creencias erróneas, las historias de milagros o el periodismo de “misterios”, e incluso las religiones, y, en general, por qué son mucho más atractivas las explicaciones pseudocientíficas y las historias asombrosas que las propiamente científicas.
Quizás en este caso en particular la respuesta se encuentre más en que los pulpos, junto a los calamares y sepias, son los animales invertebrados más sorprendentes en cuanto a su inteligencia o habilidades cognitivas, y entre ellas, la de utilizar para su decisión claves dadas por los espectadores y dueños. Ya hablaremos detenidamente de esto. Por el momento, lo importante en cuanto al pulpo Paul y al porqué de la utilización y creencia en cualquier “oráculo animal” no es si el comportamiento animal realmente permite averiguar el futuro en términos objetivos o “reales” sino el porqué de sus efectos anímicos o psicológicos en la mente de nosotros, los seres los humanos. Quizás el interés despertado por la ocurrencia de un patrón improbable, pero posible, generó en el pasado la confianza total depositada en el poder adivinatorio de los animales. Quizá esto permitió a los antiguos, y aún al hombre moderno, trascender los límites de la experiencia cotidiana, sobre todo en cuanto al tiempo ordinario, e ingresar así en un tiempo en el cual el futuro se vuelve presente. Lo interesante es que con ello se superó también la barrera que nos separa en cuanto a esta capacidad tanto a profetas humanos como a profetas animales.
]]>Muchos coinciden en que el fenómeno mediático de esta copa mundial de fútbol de Sudáfrica 2010 no fue ninguno de los jugadores ni sus historias personales sino un animal “vidente” que acaparó la atención del mundo entero debido a sus acertadas predicciones. Todos sabemos a quién nos referimos. El Pulpo Paul superó con creces en popularidad a la mascota oficial del campeonato, el leopardo Zakumi, y en España le tomó la delantera al desempeño de los mismos jugadores y hasta a la relación amorosa de la reportera deportiva con Iker Casillas, llegando a ser considerado por la prensa tanto nacional como internacional como “la estrella del mundial”. Su repercusión lo llevó a estar en un debate estelar sobre su nacionalidad en el canal de TV BBC y a una de sus predicciones a ser incluida entre la información más relevante en CNN. Una veintena de equipos de televisión siguieron en directo su pronóstico de la semifinal Alemania-España y varias televisiones alemanas y españolas transmitieron en directo la elección, así como el estupor de los comentaristas alemanes cuando el animal decidió abrir el contenedor con la bandera española.
En España, además, apareció en numerosas camisetas y pancartas que animaron a la selección en la final del campeonato y, una vez conseguido el título, fue una de las figuras principales que la acompañó en su llegada triunfante al país. El fenómeno no fue muy distinto en Internet ya que en la red la expresión “Pulpo Paul” fue la cuarta más buscada en Yahoo y llegó a convertirse en las palabras más utilizadas y más populares a nivel mundial durante el campeonato de fútbol (Puyol, autor del gol en la victoria contra Alemania, solamente consiguió el séptimo lugar) con más de 5,2 millones de entradas en Google y con un artículo propio en la Wikipedia. Otros animales también intentaron competir con la popularidad de Paul: macacos, langostas, tortugas, cuyes, periquitos y otros que no pudieron siquiera alcanzar a ser conocidos, opacados por la popularidad y la fe despertada por el pulpo. Paul alcanzó la mayor resonancia mediática que ningún otro representante del reino animal haya alcanzado jamás, superando al delfín Flipper, o la orca Keiko, entre otros. Fue tal el impacto del pulpo que este alcanzó hasta China, en donde llegó a estar calificado como “nuevo ídolo pop”, provocando la realización de una película de cine titulada “El asesino de Paul el pulpo” un thriller que trata sobre las predicciones del pulpo y el origen de su capacidad adivinatoria. En el mismo país asiático la subida del precio del pulpo para su consumo se disparó, y también creció la cola en el pabellón de la Exposición de Shangai que ofrece un sello con su imagen. De igual forma, su fama en la India ha provocado una multiplicación de las peticiones para adquirir cefalópodos como mascotas y para adivinar el futuro (se han registrado más de 30 llamadas al día a las tiendas para pedir un “pulpo que prediga el futuro”). Así, los hindúes, con una gran afición por la adivinación (dan una gran importancia a la astrología para tomar decisiones vitales), han creído ver en el pulpo un nuevo oráculo. Expertos en marketing han señalado que el cefalópodo podría generar en el mundo en lo que queda del año como mínimo en torno a 4 millones de dólares en publicidad. Además ya ha sido nombrado embajador oficial de la candidatura de Inglaterra para la fase final de la Copa Mundial de fútbol del 2018 (aunque lamentablemente Paul no estará vivo para esa fecha, ya que los pulpos sólo viven alrededor de 3 años).
Pero la fama tiene su precio, así que no han tardado en aparecer en twitter, redes sociales y chats de Internet, diversas recetas de cocina a base de pulpo por parte de la afición derrotada. Así en Facebook también se han creado numerosos grupos enfadados con sus predicciones que proponen comérselo mientras que otros, agradecidos, se movilizan para salvarle la vida. “¿Qué será del pulpo Paul?”, se preguntaba la prensa popular germana, haciéndose eco de los múltiples mensajes lanzados a la red con diversas recetas de cocina o, simplemente, pidiendo que “se le mande a la cazuela”.
Este fervor popular por el cefalópodo (del griego kephalé, “cabeza” y podós, “pie”, es decir “pies en la cabeza”), llevó a que Paul se convirtiera en lo más solicitado del acuario de Oberhausen y a que se encontrara bajo constante vigilancia para que no lo mataran debido a las antipatías despertadas entre aficionados de selecciones a las que perjudicaron sus predicciones. Se llegó, apelando a su seguridad en los días posteriores al campeonato, a pedir su asilo en España, y el Zoo aquarium de Madrid tuvo la intención de comprar e incorporar al pulpo a sus instalaciones, realizando una oferta al acuario Oberhausen que fue rechazada rotundamente.
Su fama ha ido más allá del fervor popular, estando en boca hasta de los más altos cargos gubernamentales. El mismo presidente Español, Zapatero, manifestó de forma irónica su preocupación por la seguridad de Paul. Y desde una posición más seria, el presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, realizó duras críticas sobre Paul, acusándolo de ser un “agente de la propaganda occidental y de la superstición” y “un símbolo de la decadencia y la podredumbre”. El mandatario iraní dijo claramente que “quienes creen en este tipo de cosas no pueden ser los líderes de las naciones mundiales”. El rabino David Stav calificó también de “absurda” la fe que los aficionados depositaron en el cefalópodo, mencionando que vulneraban la ‘Halajá’ o ley religiosa judía. Según el rabino la utilización de un pulpo para vaticinar el desenlace de los encuentros es “una expresión de la bancarrota (moral) que plaga el mundo occidental”.
La verdad es que yo también quedé asombrado con el fervor despertado por el Pulpo en nuestra sociedad occidental, una sociedad que en el comienzo del nuevo milenio y el siglo XXI, mientras se jacta del triunfo de la razón y el pensamiento científico-tecnológico, a la primera oportunidad deja ver que aún cree en este tipo de oráculos animales y, por ende, sigue estando influenciada por el pensamiento mágico. Eso sí, a diferencia del presidente Iraní y el Rabino Stav, creo que hay que intentar rastrear la raíz de semejante impacto y confianza en las predicciones del pulpo, ya que es una muestra de que el pensamiento mágico no ha dejado de operar en el hombre, y quizás no tenga por qué o simplemente no “pueda” nunca dejarlo por completo, pese al surgimiento de una mentalidad racional en occidente.
Los oráculos (del latín orare: hablar) siempre ocuparon un lugar destacado en las religiones paganas y animistas, pues constituían un medio de comunicación con lo sagrado, que implicaba que “lo divino” se manifestase de alguna manera a los humanos. Una de las manifestaciones más comunes de estas deidades fueron los oráculos animales que, a través de una consulta, realizada generalmente por un sacerdote elegido para ello, permitían conocer la voluntad de los dioses. La función de los intermediarios elegidos era comunicarse con los animales e interpretarlos para aclarar diversas cuestiones del presente, del pasado y del futuro. La gente acudía a los oráculos animales, al igual que a cualquier otro tipo de oráculos, en busca de respuestas y soluciones a cuestiones específicas, la mayoría de las veces relacionadas con situaciones vitales como la salud, la descendencia, la productividad de los cultivos y de los animales de ganado. Los oráculos también presagiaban situaciones benéficas o desfavorables para el grupo, por ejemplo, se les consultaba para saber la táctica a seguir en acciones militares y el resultado de una batalla, si habría catástrofes climáticas o si se presentaría o si terminaría algún mal endémico o alguna plaga. En la antigua Roma, por ejemplo, se confiaba en poder leer el futuro en los movimientos corporales y en las entrañas de los animales o mediante la observación del vuelo de los pájaros o el comportamiento alimentario de las gallinas. Cuando las bandadas de aves volaban hacia la derecha era mal augurio; el desplazamiento hacia la izquierda señalaba lo contrario. Si las gallinas al comer derramaban pequeños trozos, eso era un buen presagio, mientras que si, por el contrario, se negaban a comer o se alejaban de su jaula, malos augurios se tenían. Así, cuentan que en la primera guerra púnica, un almirante romano consultó a un oráculo constituido por pollos (si estos comían el presagio era favorable). Los pollos no comieron y el almirante ofuscado los arrojó por la borda diciendo, “si no comen que beban”. Tal cual los animales habían presagiado el resultado de la batalla fue favorable a Cartago. Utilizando el mismo método, Julio César, el día anterior a un encuentro contra los germanos, llenó de maíz la zona por donde debía cruzar el Rin y consultó a los pollos sagrados. Afortunadamente estos comieron y, consecuentemente, César salió victorioso.
También han existido numerosos oráculos animales en oriente, como en China, donde los perros pequineses eran venerados y consultados en diversas materias por un sacerdote que interpretaba el movimiento de su cuerpo (orejas, cola, etc.). Los pueblos andinos también utilizaban cómo oráculo el comportamiento de algunos animales salvajes tales cómo felinos, aves y serpientes y hoy en día, en los Andes, la consulta de estos oráculos aún sigue siendo una práctica muy arraigada en la población, a pesar del pasado dominio español y del esfuerzo de algunos misioneros por erradicarla. Podríamos hablar incluso de una revitalización actual no solamente en la población indígena sino en el público en general. Por ejemplo, hoy en Perú todavía se practica algo similar a la tradición romana de abrir los vientres de los animales (cuyes en este caso) para que luego un chamán realice una predicción basada en la disposición de sus entrañas.
Así que esa distinción entre pasado y presente, oriente y occidente, la razón y la magia parece que no tiene unos límites tan claros. No hay que mirar al pasado o a los pueblos andinos y al oriente para percatarnos que estas prácticas persisten, sino que basta darnos cuenta de lo que ha ocurrido en nuestra sociedad globalizada con este Pulpo. La historia se repite, al igual que ocurre en “atrapado en el tiempo” o “el día de la marmota” que tiene como protagonista a uno de los máximos representantes, por cierto, del triunfo del oráculo animal, la Marmota “ Phil” que habita en el poblado de Punxsutawney, en Pensilvania, que ha quedado opacada por nuestro famoso pulpo pero a la que dejaremos un lugar preeminente en próximas ocasiones. Continuará…
]]>Por el contrario, para otros pensadores, el origen de estos principios morales no está en el ambiente, sino más bien en la propia naturaleza humana y, por tanto, son heredados. Así, el filósofo David Hume creía que el origen de la moral se derivaba más bien de los “sentimientos morales” y no de la razón, una idea que compartía, entre otros, con el economista y filósofo escocés Adam Smith. No obstante, entre ambos existía una diferencia radical: mientras que Hume mantiene una concepción utilitarista de la empatía (la capacidad de ponerse en el lugar del otro) que deriva del interés por la posibilidad de obtener un beneficio del otro, para Smith y su idea del “espectador imparcial”, la moral es el resultado de “una voz interior” que dictaría lo apropiado o no de las acciones, independientemente de los beneficios que se podrían recibir. También podríamos situar en esta línea el planteamiento de Rousseau, para quien los seres humanos nacemos naturalmente buenos y es la sociedad la que nos corrompe.
Sobre el origen de esta capacidad consustancial al ser humano hay diversidad de posturas, desde los que creen en su carácter divino a los que piensan que ésta se hereda a través de un proceso natural; en ambos casos los valores humanos no pueden ni deben estar sujetos a una variabilidad y relativización sin límites.
Sean de origen divino o natural, buenos o malos, de ser verdad que estos valores forman parte de nuestra naturaleza, deberíamos encontrar una moralidad “universal” en la especie humana, independiente de la cultura. Además, parte de esta moralidad debería estar presente desde una edad temprana, ya que si la capacidad para distinguir el bien del mal fuese únicamente de origen cultural entonces los niños antes de ser educados no deberían tener ningún comportamiento que denote una tendencia a actuar y evaluar el mundo en categorías semejantes a la moral adulta. Al parecer, esta supuesta “inocencia moral” de los bebés es falsa y desde temprana edad sí que son capaces de hacer juicios morales. Unos investigadores norteamericanos afirman haber descubierto que los bebés de 6 meses ya son capaces de hacer este tipo de juicios y que, por lo tanto, los seres humanos nacemos con un código ético pre-programado en el cerebro. La investigación fue llevada a cabo por Paul Bloom, psicólogo de la Universidad de Yale (EE.UU.), quien utilizó, como indicador de juicio moral, la capacidad de los bebés para diferenciar entre comportamientos útiles e inútiles. El psicólogo realizó una serie de experimentos con bebés de entre seis y diez meses. En el primero de ellos se les mostró varias veces un espectáculo muy sencillo de títeres de madera durante el cual una bola roja intentaba subir una colina mientras era ayudada, a veces, por un triángulo amarillo que la empujaba por detrás. En otras situaciones la bola roja se veía obligada a bajar la colina por culpa de un molesto cuadrado azul que le causaba problemas. Después de ver a las marionetas, a los bebés se les pidió que eligieran a un personaje de entre las tres figuras. La gran mayoría (el 80%), eligió el triángulo amarillo, es decir, la figura que ayudaba. En palabras de Bloom, “escogieron al buen tipo”. En el segundo de los experimentos, denominado “Osos molestos y conejitos ladrones”, a los bebés se les enseñó un títere con forma de perro que intentaba abrir una caja. En ese momento, un oso de peluche le echaba una mano, ayudándole a abrirla, al mismo tiempo que aparecía otro oso que se sentaba encima de la caja para impedirle que la abriera. Después de ver la escena varias veces, a los niños se les daba la oportunidad de elegir a uno de los dos ositos. La mayoría de los bebés prefirió quedarse con el peluche colaborador. Por último, los investigadores realizaron un tercer experimento con títeres. Esta vez era un gato que jugaba a la pelota en compañía de dos conejos. Cuando el gato perdía la pelota, uno de los conejos la recuperaba y se la devolvía, mientras que el otro se la robaba, escapándose con ella. En este último caso, los niños de cinco meses escogieron al conejo colaborador y los de 21 meses incluso llegaron a golpear al conejo ladrón en la cabeza. Así que parece que no es necesario que los padres se preocupen “tanto” por enseñar a los niños la diferencia entre el bien y el mal, ya que quizás sea algo con lo que los bebés ya vengan al mundo. Claramente los resultados de este estudio parecen apoyar la idea de que la capacidad para distinguir entre el bien y el mal forma parte de naturaleza humana y se manifiesta desde muy temprana edad.
Pero si hay un científico que ha llevado lejos esta idea ese es Mark Hauser, quién en su último libro “Mentes Morales” propone que los procesos evolutivos han generado una facultad para realizar juicios morales –una especie de caja de herramientas moral, una gramática moral universal, algo similar a lo planteado por Chomsky acerca de la sintaxis generativa universal que subyace a la aparente variabilidad de las distintas lenguas–. La idea principal planteada por Chomsky es que si nos fijamos en el proceso de adquisición del lenguaje en el niño, veremos que los estímulos que recibe son escasos comparado con las generalizaciones que éste hace. Como resultado, tenemos que inferir que el niño ha nacido con cierto tipo de capacidades innatas que, en palabras del propio Chomsky, le permiten hacer “crecer” el lenguaje, no aprenderlo, del mismo modo que, por ejemplo, nos crecen los brazos. Estos principios generales o, en este caso, la gramática universal, forman parte de nuestra especie, de la maquinaria con la que venimos dotados. Ésta es la forma de pensar que Hauser adopta respecto al desarrollo de la moral: todos los niños adquieren un sistema moral que si bien dependerá en parte de su cultura, contiene principios que son universales. Podríamos hablar en cierto modo de un “instinto moral”. La noción de una gramática moral universal que varía en cada cultural nos lleva a entender cómo, al desarrollarnos, se fijan ciertos parámetros como resultado de la experiencia, al mismo tiempo que también nos exige entender que, una vez fijados, el sistema moral de otra comunidad nos puede parecer tan desconocido y dejar tan perplejos como nos puede ocurrir con su propio idioma. Creo que, pese a estas diferencias culturales, el tomar conciencia del hecho de que compartimos una gramática moral universal, incluso desde muy temprana edad, y que al nacer podríamos haber estado naturalmente preparados para adquirir cualquiera de los sistemas morales que existen en el mundo, nos debería dar la esperanza de que quizás sí que podamos llegar algún día a entendernos entre todas las diferentes culturas humanas. Pero de esa gramática universal ya hablaremos más adelante…
]]>El bostezo es una de esas conductas que, si bien en apariencia es simple, encierra un gran misterio. De su comprensión derivan muchas explicaciones y aplicaciones al entendimiento general de por qué nos comportamos como nos compartamos y qué patrones son compartidos o nos distinguen de otras especies animales. La mayor parte de los vertebrados bostezan, ya sean homeotermos (animales que mantienen su temperatura constante independiente de la temperatura del ambiente) o ectotermos (de temperatura controlada por el ambiente), ya sean herbívoros, fructívoros, insectívoros o carnívoros, ya provengan de mundos submarinos, terrestres o aéreos. La existencia de bostezos en reptiles, e incluso en peces, confirma el origen evolutivamente antiguo de este comportamiento. Bostezar suele estar acompañado por el comportamiento de estirarse (ver esa fea y sana costumbre de estirarse en público). Curiosamente el patrón de movimientos de estas combinaciones permanece prácticamente idéntico en todas las clases de vertebrados. En todos se asocia con estados de transición o cambios de comportamiento entre las tres fases de ritmos biológicos que de manera recurrente y cíclica sostienen y tienen lugar en la vida de los vertebrados: la alternancia vigilia-sueño, la regulación de la saciedad y las regularidades reproductivas. De ahí que cada vez susciten más interés en los científicos, ya que testimonian procesos de equilibrio interno (homeostáticos) adaptativos que son indispensables para la vida, que ya están presentes en los vertebrados más antiguos y que, por lo tanto, podrían haber surgido en antepasados comunes a todos los animales vertebrados.
Lo medular es que en la mayoría de los vertebrados el bostezo ocurre debido a una estimulación interna, es decir, ocurre por estímulos internos característicos de las adaptaciones y los procesos de la homeostasis en los tres relojes biológicos internos o áreas de comportamiento previamente mencionadas (vigilia-sueño, saciedad y reproducción), por lo que no existen estímulos del medio ambiente o una razón externa que sea visible que lo desencadene. Por ejemplo, el bostezo ocurre en los humanos incluso dentro del vientre materno.
Pero existe una excepción a esta regla: en los seres humanos, el bostezo también ocurre por contagio. Este contagio es sumamente importante, ya que reflejaría nuestra capacidad de ser influenciados por el comportamiento de otro de manera automática e involuntaria. En este sentido, el contagio del bostezo es una de las formas elementales de empatía corporal o kinésica y sería, por lo tanto, instintiva. Esta capacidad estaría basada en estructuras del sistema nervioso compartidas, tales como las neuronas espejo y otras estructuras neuronales, algunas de las cuales es necesario que deban estar desarrolladas, pues el contagio del bostezo no se produce antes de los dos años de edad. Esta correlación entre una capacidad básica para la empatía y el fenómeno del contagio de bostezo se ha demostrado científicamente, ya que algunas personas con dificultades para establecer relaciones interpersonales debido a alguna patología o a una lesión cerebral no suelen bostezar cuando ven a alguien hacerlo. Así, un estudio realizado en el 2006 por investigadores japoneses con niños autistas aportó evidencia en este sentido. Se evaluó la reacción de niños autistas y niños sin este trastorno cuando miraban videoclips de personas bostezando y simplemente moviendo sus bocas. Los investigadores hallaron que los niños con autismo, un problema de desarrollo que afecta severamente la interacción social y la comunicación, incluida la empatía, bostezaban menos que los otros niños durante la visualización de los videos de personas bostezando y bostezaban la misma cantidad de veces que los otros al mirar el video de las personas que sólo movían sus bocas. Parece que la la empatía era la clave de esta diferencia.
Siempre se ha creído que tanto la empatía como el contagio eran fenómenos exclusivamente humanos. Sin embargo, hace poco años, en el 2004, James Anderson y Tetsuro Matsusawa probaron la existencia del contagio del bostezo en los chimpancés. Los chimpancés bostezaban en mayor número de ocasiones después de visualizar vídeos que contenían bostezos de congéneres, al igual que ocurre con los seres humanos.
Recientemente (2008), un estudio publicado en Biology Letters presenta evidencia de que a los perros domesticados también se les puede contagiar el bostezo humano, lo que sugiere que estos animales son capaces de tener empatía con las personas. Los investigadores llevaron a cabo un experimento con 29 perros a los que se sometió a dos condiciones. En la primera, el perro se situaba frente a una persona que bostezaba cuando los animales tenían contacto visual con ellos. En la segunda, la persona sólo abría y cerraban la boca sin emitir sonido alguno (al igual que en experimento previamente mencionado con los niños autistas). Pues bien, lo que se encontró es que la mayoría de los perros bostezaba con mayor frecuencia cuando las personas frente a ellos lo hacían, mientras que no ocurría esto, repetir el gesto, en la condición en la que los humanos solo abrieron y cerraron la boca. Esta capacidad de contagiarse el bostezo podría ser parte del “pack” de adaptaciones que se han seleccionado en los perros en su proceso de “adaptación para vivir con el ser humano”: capacidades para empatizar y comprender a los humanos, para leer los gestos comunicativos, , etc. En todo caso, no siempre es tan fácil contagiarle el bostezo a un perro. Pruebe usted mismo con el suyo a ver si le va mejor que esta señora:
Seguramente usted bostezó mucho mas que el perro ¿me equivoco?
El contagio del bostezo, pues, parece ser un reflejo de la capacidad de empatía de la especie. Pero, además, y precisamente por esto, puede jugar un importante papel en la vida social de la misma. al permitir “sincronizar” a los miembros de un grupo social, a través de la sincronización de sus niveles de vigilia. Y es que la coordinación en nuestros relojes biológicos con el resto de nuestro grupo puede suponer una gran ventaja para nuestra supervivencia. Esta teoría sobre la función social del contagio del bostezo se va viendo reforzada cada vez más a medida que se descarta la hipótesis de que el bostezo corresponda a una compensación respiratoria para lograr más oxígeno.
Bueno, espero no los haya hecho bostezar mucho con este artículo. En cualquier caso, no se preocupen, pueden seguir bostezando, perdón empatizando, ya que no lo voy a tomar como señal de aburrimiento.
]]>¿Predijo el perro de mi padre el terremoto? ¿Por qué no lo predijeron los otros?
Existen numerosas leyendas y anécdotas que vienen desde la antigüedad acerca de la capacidad de predecir los sismos por parte de los animales. Ya los antiguos griegos consideraban la relación entre el comportamiento de los animales con los terremotos como un conocimiento secreto y esotérico. En la antigua Persia (el actual Irán) existían hombres considerados sabios que predecían los terremotos utilizando un sistema que incluía observar a las estrellas y la luna, cavar pozos en la tierra para ver cómo se comportaba el agua que corría bajo la superficie y la observación del comportamiento de los animales.
Múltiples anécdotas cuentan que los caballos patean y relinchan antes de un terremoto, los ciervos se acuestan en el suelo y luego se levantan bruscamente, las serpientes abandonan sus nidos de hibernación aunque estén en pleno invierno y salen a la superficie para luego morir congeladas sobre la nieve, las ratas se encuentran confundidas y torpes, entran a las casas aunque sea de día y se encuentren habitadas e incluso se las puede apresar fácilmente con la mano, y las palomas mensajeras se demoran bastante más en encontrar su camino y alcanzar su destino. Pescadores japoneses relatan que algunos peces que normalmente habitan en aguas profundas, han sido pescados en numerosas ocasiones cerca de la superficie del océano antes de los terremotos. La mayoría de estas conductas ocurren en las 24 horas previas a un terremoto aunque algunas pueden suceder incluso con una semana de antelación. Así se cuenta que en 1755 el famoso filósofo Immanuel Kant describe cómo, cerca de Cádiz, una gran cantidad de gusanos salieron a la vez de sus escondrijos bajo tierra; ocho días después Portugal sufría un devastador terremoto. El 25 de junio de 1966 la ciudad californiana de Parkfield se vio inundada por una ola de serpientes de cascabel que abandonaron en masa las colinas en las que viven normalmente; dos días después Parkfield sufría un terremoto. El 28 de febrero de 2001 gran parte de los gatos de Seattle se escondieron sin motivo aparente y transcurridos dos días la ciudad fue golpeada por un terremoto.
Otro caso emblemático es el acontecido en el año 2005, en el maremoto del Océano Índico en el Parque Nacional de Yala, en la castigada costa oeste de Sri Lanka. En este caso no se encontró ningún animal salvaje muerto ya que todos lograron ponerse a salvo en el interior del parque. Las aves se congregaron en bandadas y volaron hacia el interior de las llanuras que cubren la mayor parte de los 1.300 kilómetros cuadrados del Parque, los elefantes emprendieron una retirada hacia las montañas, y búfalos y ciervos siguieron los pasos de los paquidermos. Mientras todo esto ocurría, los turistas, alojados en las costas, no se imaginaron que en ese momento, a pocos kilómetros de allí y bajo las aguas del Índico, se acababa de producir el mayor terremoto registrado en la Tierra desde hacía 40 años. La gran mayoría de los humanos que se salvaron fueron justamente indígenas que se dieron cuenta y tomaron como señal de un tsunami estas conductas inusuales de los animales salvajes y, al igual que estos, huyeron hacia el centro de isla. Curiosamente, los animales que perecieron fueron solamente animales domésticos. Recientemente, una pequeña filmación casera, registrada en una localidad de California, muestra cómo un pequeño perro que estaba durmiendo sale huyendo despavorido cinco segundos antes de registrarse un sismo. Todos estos “casis” nos llevan a múltiples preguntas: si este perro lo hizo ¿por qué muchos otros no? ¿Percibieron los animales de Haicheng y Sri Lanka el peligro a miles de kilómetros de distancia? ¿Qué señal les llegó para que tuvieran tiempo de ponerse a salvo?
Muchas teorías han intentado explicar cuáles son los comportamientos y las causas o mecanismos por los que los animales podrían sentir y dar señales de los terremotos antes que nosotros. Una de las ideas más antiguas proviene de una leyenda japonesa, que data de la edad media, para la que los terremotos eran causados por el movimiento y el roce provocado por un pez gato gigante que vivía bajo la tierra. Esta idea mitológica, que ha sido expresada en numerosos trabajos artísticos japoneses, probablemente proviene de la observación de la conducta natural que tienen los peces gatos antes de los terremotos. Estos peces habitan en los ríos muy barrosos y en el fondo de los lagos, y normalmente tienen una vida muy pasiva, ya que usualmente no se mueven mucho, pero tienen la reputación de agitarse hasta tal punto antes de un terremoto que llegan incluso a saltar fuera del agua para caer y morir en tierra firme. El estudio de este pez en Japón arroja una de las evidencias científicas más contundentes, documentada en varias ocasiones, de que presenta una hipersensibilidad a la estimulación debida a cambios eléctricos que ocurren previamente a algunos terremotos (parece que muchos peces son especialmente sensibles a los precursores de los terremotos, cualquiera que estos pudieran ser).
Si fuera cierto que los animales tiene una capacidad especial para percibir los sismos y que se comportan de forma inusual ante ellos, ¿por qué no utilizar esta fuente de información para la predicción?
Hoy en día estas supuestas señales se están tomando muy en serio, sobre todo en oriente, por ciertos sismólogos, geólogos, biofísicos y biólogos, denominandolas como “biopronóstico”, tanto a la investigación de los procesos que tienen lugar en el interior de la tierra como a su relación con los indicios que presienten, detectan y alteran el comportamiento normal de los animales. Uno de los casos más representativos del uso de los animales en la predicción de un terremoto, y también uno de los grandes aciertos, fue el ocurrido en 1975 cuando funcionarios de la población china de Haicheng decidieron evacuar la ciudad tras observar que los animales empezaron a comportarse de manera inusual. Al poco tiempo, un terremoto de 7,3 grados sacudió Haicheng destruyendo el 90% de los edificios. Cerca de 90.000 vidas humanas se salvaron gracias a esta evacuación. Desde entonces, los Chinos han introducido la observación del comportamiento animal como parte de sus sistemas de predicción. Las teorías científicas que se han dado para estas señales animales generalmente caen dentro de cinco categorías: vibraciones de ultrasonido, fluctuaciones del campo magnético, cambios del campo eléctrico, iones piezoelectricos transportados por el aire y cambios en el cerebro. Por alguna de estas vías los animales son capaces de percibir las variaciones que provocan los movimientos en el interior de la Tierra: eléctricas, magnéticas, sonoras, visuales y olfativas. Así, recientemente, los científicos de Beijing, una ciudad bastante sísmica, han establecido una estación de detección de terremotos en la Reserva Natural de Beijing en la que viven más de 10.000 pájaros y animales en 240 hectáreas de espacio. En este proyecto se están utilizando como sensores caballos, burros, serpientes, tortugas, ranas, ciervos y pájaros, entre otros animales. Se han establecido siete puntos de observación en el parque, cada uno dirigido por un cuidador del zoológico, quien registra el comportamiento diario de los animales para el departamento sismográfico. Además, el parque está situado en una fractura de la tierra, por lo que es un lugar ideal para supervisar y detectar terremotos. Un ejemplo de su eficacia fue el recién pasado terremoto de 5,1 grados en la escala de Richter que sacudió el distrito de Wen’an en la provincia de Hebei y llegó a sentirse en Beijing y Tianjin. Antes y durante el terremoto los trabajadores de la Reserva Natural de Beijing observaron comportamientos extraños y nerviosismo en los loros. En general, y según el departamento sismológico, antes de un movimiento sísmico las reacciones anormales pueden observarse entre unos 130 animales de la reserva. Los sismólogos del proyecto han asegurado que controlando estos comportamientos se pueden prevenir mejor los terremotos. Este uso de animales como detectores de terremotos no es algo nuevo en China. En la región autónoma de Guangxi, famosa por su abundancia en serpientes, utilizan a esos reptiles para detectar mejor los sismos desde hace bastante tiempo. De hecho, el Buró de Sismología de Nanning, la capital regional, colocó cámaras de video en granjas de serpientes con el fin de controlar sus movimientos las 24 horas del día en busca de comportamientos extraños que pudieran ser señal de futuros sismos. Las conclusiones fueron claras: éstas se comportan de manera errática y agresiva antes de producirse un terremoto.
En occidente algunos científicos están tomando en serio esta área de estudio pese al rechazo y al escepticismo que en general reciben de sus colegas. Un estudio realizado por la Universidad de Standford en 1985 obtuvo, tras 5 años de investigación, resultados estadísticamente significativos en cuanto a la frecuencia de informes de comportamientos inusuales en animales previamente al acontecimiento de un terremoto. James Berkland, un geólogo retirado de California asegura que puede predecir un terremoto con un 75% de certeza simplemente con contar el número de noticias acerca de mascotas perdidas que aparecen en el periódico y correlacionarlos con los ciclos de la luna y las mareas. Berklan, que lleva años recopilando datos estadísticos de la cantidad de perros y gatos perdidos, afirma que éstos crecen significativamente incluso hasta dos semanas antes de un terremoto. Su teoría se basa en que la variación gravitacional debida a los ciclos lunares crea lo que denomina “ventanas sísmicas”. Cuando, además de esto, suben las estadísticas de mascotas perdidas, entonces es el momento de alertar que un terremoto está por suceder. Esa teoría no está aceptada, según su autor, principalmente por el paradigma actual que ve cualquier intento de predicción de sismos casi como el trabajo de un tarotista. De hecho, el recién pasado terremoto de Chile fue predicho científicamente y publicado en 2009 en una prestigiosa revista que las autoridades no tomaron para nada en cuenta. ¡Esa división incomprensible entre la ciencia y las decisiones políticas! El caso es que Berkland fue suspendido de su cargo por impulsar esta idea pese a que predijo con su teoría el terremoto de Loma Prieta acontecido en 1989 en Carolina del Norte, mediante varios avisos de comportamientos anormales de animales.
Otra iniciativa occidental importante es la del científico David Jay Brown, quien trabajaba un día en su laboratorio de neurociencia en California cuando observó como tres conejos, muy tranquilos habitualmente, comenzaron a saltar y dar vueltas agitadamente en sus jaulas durante aproximadamente 5 minutos. Un temblor de 5.2 sacudió todo el lugar al poco tiempo. Esta experiencia lo llevó a desarrollar un estudio, a través de una encuesta telefónica a personas con mascotas, sobre la aparición de conductas anormales en las mascotas antes de un terremoto. El 15% de los entrevistados afirmaron al menos haber visto una conducta extraña en animales antes del terremoto. Las conductas anormales que fueron observadas con mayor frecuencia fueron que los animales estaban particularmente asustados, agitados, excitados, confundidos y desorientados con pánico, y que se habían extraviado. El momento temporal en el que se observaron estas conductas varió desde algunos segundos hasta incluso una semana antes, con la mayoría de las conductas observadas entre minutos y algunos días antes del terremoto.
Lamentablemente a los científicos occidentales aún les cuesta bastante aceptar como posible hipótesis de trabajo estas señales del comportamiento anormal de ciertos animales como apoyo para un sistema de diagnóstico eficiente de terremotos. La mayoría de los geólogos y sismólogos tradicionales de occidente ven como algo folclórico, más cerca de la imaginación y el pensamiento mágico, que el comportamiento de los animales pueda ser un posible predictor de los sismos. Si bien es cierto que países que los utilizan, como China o Japón, aún están en pañales en lo que se refiere a un sistema de predicción infalible, también es cierto que el sistema nacional de predicción de terremotos de USA no tiene un acierto que esté por encima del azar. Afortunadamente no todos los científicos occidentales comparten este prejuicio que, por cierto, como cualquier prejuicio, es una actitud poco científica. En ciencia se necesitan evidencias, y los prejuicios pueden bloquearlas. Creo que éste es el caso de los comportamientos anormales de ciertos animales antes de los sismos, y que éstos son susceptibles de ser estudiados científicamente. Dada la magnitud de la catástrofe humanitaria, económica y social que implica un terremoto y un posible posterior tsunami de la magnitud de los recién acontecidos en Haití y en Chile, es lógico investigar cualquier método de predicción que tenga cierta esperanza de ayudarnos. Además, todas las alternativas no son excluyentes sino, por el contrario, complementarias. Así como el sabio Persa que miraba las estrellas, la luna, el agua y los animales para predecir los terremotos, nosotros podemos hacer uso de todas nuestras tecnologías y nuestra ciencia para ello. Es curioso que no demos crédito a la observación del comportamiento animal cuando las estaciones de monitoreo en tierra y en el mar modernas lo que en el fondo hacen es OBSERVAR Y MEDIR LOS COMPORTAMIENTOS DE LA NATURALEZA para predecir un terremoto y alertar a la población. Además, las tecnologías también pueden fallar y, dada la magnitud de un posible fallo, confiar todas nuestras decisiones exclusivamente a la información que nos dicen las máquinas no es muy sensato. De hecho, las autoridades chilenas confiaron tanto en ellas que no dieron la alerta de tsunami y cuando el mar retrocedió la gente no huyó ¡incluso algunos aprovecharon para ir a recoger marisco! Cientos de personas murieron exclusivamente por este error.
De acuerdo a algunos científicos, lo único que podría lograr la especie humana respecto de los terremotos, y sismos en general, es su predicción a corto y a largo plazo escuchando “la voz del subsuelo”, tal cual lo hacen algunos animales, mediante la creación de un “oído eléctrico”, de altísima sensibilidad, que lograra captar y amplificar las señales acústicas provenientes del interior de la tierra. Tomando esto en cuenta, estudiar el comportamiento anormal de los animales frente a un sismo no es una idea tan descabellada. El monitoreo experimental de animales, tanto domésticos como salvajes, que se realiza en China podría ser perfectamente aplicable en un país sísmico como Chile, el costo no sería alto y de tener cierto grado de predicción por encima del azar, ya valdría la pena como complemento a los demás sistemas de predicción. Habrá que ver si realmente este método es útil, y de serlo, qué especies y qué señales particulares son las mejores predictoras, pero creo que no es necesario discutir si vale la pena el esfuerzo de esta empresa por las vidas humanas que se podrían salvar con el simple hecho de observar sistemáticamente el comportamiento de la naturaleza y de los animales que en ésta habitan.
]]>El consumo de alcohol forma parte del estilo de vida de la mayoría de las culturas humanas, y su origen se remonta, por lo menos, a 4000 años A.C. Pero ¿cómo fue que descubrimos este placer que nos acompaña desde tiempos milenarios? La mitología cuenta que el Dios Griego Dionisios, llamado también Baco por los romanos, tenía la misión divina de mezclar el vino y la música para poner fin a las preocupaciones y al exceso de control y cuidado que caracteriza la vida cotidiana. Dionisios era conocido en la antigüedad como el libertador, ya que su función era liberarnos de nuestro ser normal mediante la locura ritual, el éxtasis y, por supuesto, el vino.
Pero los humanos bebemos alcohol desde mucho antes del culto a Dionisios. Se han hallado pinturas rupestres que representan la recolección y almacenamiento de la miel, por lo que una de las teorías que se suponen es que en la antigüedad alguien por casualidad probó miel fermentada y le gustó, con lo que bastó solamente que se le ocurriese añadirle agua para transformarla en una apetitosa bebida. Se dice que la cerveza fue descubierta accidentalmente como subproducto de la fabricación del pan, pero hay quienes afirman que fue justamente lo contrario, que fue inventada antes que el pan y que por mucho tiempo, incluso, se utilizó como alimento mas que como bebida de celebración. Hace ya más de 6000 años, en las márgenes de los ríos Tigris y Eufrates, los sumerios elaboraban y consumían cerveza. Se tomaba con cañas, ya que no se filtraba y contenía granos de la fermentación flotando en su superficie (¿vendrá de ahí la costumbre española de “las cañas”?). Encontramos muchas otras referencias antiguas. La cerveza formaba parte de las provisiones del Arca de Noé, el Rey babilonio Hammurabi dispuso normas sobre la fabricación de esta bebida, cuya elaboración tenía carácter religioso y era realizada por sacerdotisas y, según una tabla asiria fechada 2000 años A.C. también existen pruebas de que los chinos producían una clase de cerveza llamada “Kiu” hace más de 4000 años, la cual se fabricaba a base de cebada, trigo, espelta, mijo y arroz. Cuentan que Cristóbal Colón, al llegar a las Islas del caribe, descubrió que los indios americanos ya tomaban una bebida fermentada hecha con maíz. La palabra y el descubrimiento del alcohol propiamente dicho se la debemos agradecer (al menos algunos) a los árabes, que en el año 800 descubren la destilación del vino y obtienen bebidas de más alto grado. Pero quizás más que a los dioses, o a alguna cultura en particular, el descubrimiento de la costumbre de beber alcohol está más arraigado en nuestra naturaleza animal de lo que creemos.
Nuestra cultura esta llena de historias, cuentos y chistes sobre animales borrachos, que no son más, en general, que representaciones de humanos en este particular estado. Pero más allá de estos chistes hay anécdotas sorprendentes que dan cuenta del gusto compartido de algunos animales por el alcohol. Ya Chales Darwin había comentado en su libro El origen del hombre una observación acerca de que los monos tienen un “fuerte gusto” por las “bebidas espirituales” y también por la cerveza. Algunos científicos piensan que todas estas anécdotas no tienen una base real, y que muchas son incluso exageradas por los documentales para entregar una imagen distorsionada de los animales. La mas famosa quizás sea la historia de elefantes y otros animales que viajan en hordas a comer las frutas fermentadas de árboles de Marula en el Parque Nacional Kruger de Sudáfrica. No está claro si esta historia es verdad o es pura ficción ya que algunos científicos han calculado que, dado el tamaño del elefante y su metabolismo y el contenido de alcohol en la fermentación de Marulas, un elefante promedio tendría que comer más de 700 unidades de frutas para obtener, al menos, una borrachera que “valga la pena”, lo cual está lejos de la cantidad normalmente ingerida por estos paquidermos. Quizás estas imágenes obtenidas en un famoso documental sean la excepción mas que la regla en África:
Aparte de estas historias anecdóticas, hasta ahora existe poca evidencia científica de que los animales acudieran en grandes grupos a comer y a emborracharse con las frutas fermentadas. Por el contrario, los pocos estudios realizados parecen indicar que o bien los animales no tienen interés o tienen un rechazo natural a las bebidas alcohólicas. Se preguntó a varios primatólogos si habían visto alguna vez a los animales buscar y consumir frutas fermentadas: de 22 especies estudiadas ninguna lo hacía. Los estudios de murciélagos también han constatado que los animales rechazan los alimentos con concentraciones elevadas de alcohol, a pesar de que estos mismos alimentos tienen los niveles más altos de azúcar. Volar en la oscuridad ya es una tarea suficientemente difícil como para más encima realizarla estando ebrio pero, a veces, los murciélagos de la fruta de Egipto se enfrentan con el desafío de navegar en la noche mientras están borrachos por accidente debido a que la fruta que han ingerido estaba muy fermentada. Para paliar este efecto los murciélagos consumen fructosa, un tipo de azúcar que les ayuda a desintoxicarse rápidamente del alcohol. Más les vale, porque en la naturaleza un murciélago borracho es casi un murciélago muerto.
Hasta hora se sigue afirmando que el consumo de alcohol no es una práctica común entre los primates y los demás animales y, más bien, es un hecho poco frecuente. Pero una nueva investigación publicada en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias, muestra que al menos a unas criaturas en los montes de la selva tropical de Malasia les gusta bastante disfrutar de unos tragos nocturnos. Todo se descubrió cuando unos científicos notaron un olor a levadura que salía de una palmera, ahí vieron una sustancia espumosa, muy parecida a la espuma en una jarra de cerveza. Resultó ser que el néctar de la palma tenía 3,8% de alcohol, es decir, tanto alcohol como el que tienen algunas cervezas. Los científicos siguieron a dos pequeños mamíferos, una musaraña y un loris. Lo increíble fue que los animales acudían varias veces durante cada noche a beber el néctar de la planta. Regularmente se tomaban el equivalente a cerca de nueve bebidas por noche, pero a pesar de esto no mostraban señales de embriaguez . Este camarero botánico sabe bien cómo complacer a sus clientes hasta el punto de que siete especies de mamíferos en esa selva acuden cada noche a beber a grandes tragos de alcohol y regresan hasta tres veces durante la misma noche. Y ¿con qué pagan sus copas nocturnas? Mientras los animales se beben gustosos esta cerveza natural de palma, actúan como polinizadores de la planta. Así que los animales reciben comida, y la planta conserva sus polinizadores. La musaraña es una reliquia viviente de los mamíferos de los que los primates – y, finalmente, los seres humanos – se separaron. Así que este descubrimiento podría dar cierto peso a la hipótesis de que nuestro amor a las buenas bebida tiene una profunda historia evolutiva que trasciende nuestra especie. El biólogo Robert Dudley, dice que este estudio es el primero en demostrar su teoría del “mono borracho” en la que afirma que nuestra atracción por el alcohol ha evolucionado a partir de un momento en que los seres humanos que habitaban los bosques buscaron plantas ricas en energía. El sabor del alcohol, podría servir como señal de que una fruta había llegado a un alto contenido calórico. Esta predilección por las frutas fermentadas pudo, en el pasado evolutivo de nuestra especie, habernos conducido a una adicción saludable al consumo de alcohol pero, al igual que ocurre con nuestra adicción a las grasas, conductas que alguna una vez pudieron haber sido útiles, hoy en día pueden ser poco adaptativas y tornarse en contra nuestra.
Hay casos en el reino animal con mayores efectos neurológicos del consumo de alcohol, llegando a verdaderas borracheras. En 2004, Reuters informó de que un oso negro se había desmayado en el Complejo Lago Baker, en el Estado de Washington después de beberse varios galones de cerveza. En octubre pasado, la Associated Press informó sobre seis elefantes de la India que entraron a mansalva un galpón en en el estado nororiental de Meghalaya en donde se guardaba una cerveza casera de arroz, se la bebieron y salieron ebrios dando tumbos por la ciudad, arrancando un poste de electricidad y llegando incluso a electrocutarse.
También se han documentados casos de ardillas que por accidente se emborrachan:
Sorprendente es la historia de macacos que, ya no por accidente, se han vuelto buscadores de fruta fermentada en la basura.
Esta tendencia ha sido más profundamente estudiada de forma experimental. Así se permitió a monos tanto hembras como machos tener acceso al etanol en un momento específico del día a modo de “happy hour” y se registró la cantidad de alcohol ingerido por éstos. Luego, en otra etapa del experimento, otros monos fueron dejados a solas en el momento del happy hour. Los monos encerrados a solas bebieron hasta tres veces más que los monos encerrados en grupo, mientras que en otros monos que estaban en grupo intervenían otros factores tales como el estatus social o la dominancia. Si bien los encerrados a solas tendían a beber más que los encerrados en grupo, algunos individuos bebían más, independiente de qué lugar ocupaban en la jerarquía o de si eran encerrados a solas o en grupo. Algunos monos llegaban a tener más del 0.8 de nivel de alcohol en la sangre, más de lo que permite la ley en Estados Unidos y en la mayoría de países. Era bastante común ver a algunos de los monos beber hasta andar balanceándose de un lado para otro, dar tumbos e incluso perder el equilibrio hasta caer y también vomitar. Unos pocos de los monos mas bebedores tomaban hasta quedarse dormidos tumbados en el suelo. Al igual que los humanos, los monos solían beber más después de períodos de mayor estrés tales cómo los días de largas pruebas o después de un fin de semana de pruebas de laboratorio. Al dejarlos sin etanol, los monos también mostraban síntomas de abstinencia similares a los encontrados en humanos.
Pero no hace falta experimentar con monos en el laboratorio para encontrar similitudes con nuestro comportamiento a la hora de beber alcohol. Basta con observar el caso más documentado de una adicción al alcohol en la naturaleza: el encontrado en un estudio llevado a cabo por mas de 30 años en los monos vervet de St Kitty. Tras las lluvias, algunas cañas de azúcar se fermentan, momento que aprovechan los monos para salir al bosque en su busca y embriagarse al masticarlas. El 17% de la población de monos vervet muestra claros síntomas de alcoholismo, curiosamente la misma proporción de alcohólicos hallada en Suecia. Otros paralelismos con nuestra especie empiezan a aflorar; por ejemplo, algunos de los machos, una vez que están ebrios, golpean a sus hembras e incluso a sus crías. Además, parece que la susceptibilidad a ser alcohólico tiene componentes genéticos familiares. Lo más impresionante es que hoy en día satisfacen esta adicción ¡asaltando los bares locales y robándole las copas a los clientes! Algunos monos harán cualquier cosa por conseguir una copa mientras que, por el contrario, otros son abstemios y rechazan en toda circunstancia el alcohol. Sorprendentemente, los porcentajes de consumo de alcohol, en general, también son similares a los humanos, tanto en el número de abstemios como en los demás “tipos”. Por ejemplo, la mayoría son bebedores moderados, el 12 % son bebedores habituales y 5% son alcohólicos que, si pueden, se beben hasta la última gota y el agua del florero (como diríamos en Chile, beben más que orilla de playa). Supuestamente, al igual que en estos monos, nuestro gusto por el alcohol comenzó cuando descubrimos los frutos fermentados del bosque. La gran diferencia con nuestra especie es que los monos más alcohólicos se vuelven los líderes mas respetados dentro del grupo (aunque en muchos grupos humanos los hombres que beben mucho también son hasta cierto punto respetados, sobre todo si resisten altas dosis de alcohol).
¿Es realmente esto tan distinto de nuestro comportamiento? Juzguen ustedes mismos. En todo caso de lo que estamos seguros es de que Baco fue lo suficientemente generoso como para no excluir a los demás animales de su regalo. ¡Salud por eso!
]]>Ejemplos como estos son cada vez más comunes. Cada cierto tiempo nos anuncian que se han encontrado genes específicos para una gran diversidad de características humanas: el gen de la inteligencia, el de la depresión, el de la tendencia política hacia la derecha o a la izquierda, e incluso el gen que nos lleva creer en Dios. Estamos en la moda del gen, eso está claro. Pero lo que hasta cierto punto es razonable ya que su descubrimiento, y la de-codificación posterior del material genético, ha sido una de las más grandes revoluciones científicas de los últimos tiempos, junto a la teoría de la evolución por selección natural, también entraña sus peligros.
Algunos de estos estudios en genética de la conducta, fundamentales e importantísimos, por cierto, están siendo difundidos al público en general de manera tal que han provocado que hoy muchos entiendan y asuman que todo está “determinado” genéticamente. Así, cada vez es más común que la gente no sólo asuma el determinismo genético de toda nuestra biología, sino que lleve este mismo tipo de razonamiento a nuestra psicología, poniendo el determinismo genético en a la conducta o en rasgos como la personalidad o la inteligencia al mismo nivel que el del color de ojos o la posesión de ciertas enfermedades.
Si bien en última instancia todo lo que somos se sustenta en una estructura biológica, como no podía ser de otra forma –como dice Noam Chomsky, si no existiera una estructura para cada conducta o proceso mental, sería simplemente “magia”– creo que estamos confundiendo el componente (el gen) y la estructura (el sistema nervioso, el perceptivo, etc.), con el mecanismo y, finalmente, con la conducta o el proceso emergente final, subestimando, e incluso obviando en muchos casos, el papel del contexto (ambiente) en el que todo el material genético se desarrolla y tiene lugar: seguimos en el eterno debate naturaleza versus ambiente. Es como si abriéramos el televisor y creyéramos que la imagen está en sus componentes. La película no está dentro del televisor, mi pensamiento no está tal cual dentro de mi cerebro.
Todos nuestros procesos biológicos y psicológicos se sustentan en estructuras biológicas y hoy más que nunca, con el descubrimiento del código genético, las estamos descubriendo, distinguiendo, especificando y modificando. Pero los genes se expresan siempre en un ambiente determinado; sin ambiente no hay expresión de genes y la información del ambiente, por tanto, también es determinante en el resultado final. Podríamos pensar en los genes como si de una película fotográfica se tratase, según su SENSIBILIDAD (ISO) la película es más adecuada para sacar fotografías con poca o mucha luz o con poco o mucho movimiento, pero el resultado final depende, de igual forma y en la misma medida del REVELADO. Los genes serían a la ISO cómo el ambiente es al proceso de revelado.
Qué mejor ejemplo que el de los perros. Los perros son lobos genéticamente modificados de forma artificial por los humanos. Su estudio genético ha revelado que las más de 400 razas que existen provienen, supuestamente, de unas pocas lobas grises euroasíaticas (se ha sugerido que incluso solamente de dos), las madres o evas ancestrales de todos los perros. Cada una de las razas constituye un experimento genético adaptado a nuestros gustos y necesidades. Y así, tenemos perros de diferentes tamaños, formas y rasgos temperamentales: perros guardianes en los que se ha seleccionado los rasgos agresivos necesarios para la caza, pastores en los que se han seleccionado los rasgos cooperativos, perros de compañía en los que se han seleccionado, además del tamaño pequeño, los rasgos más dóciles. De esta forma, tenemos razas con una dotación genética especialmente seleccionada para ser como queremos o necesitamos que sean. Pero ¿podríamos decir que independientemente de la crianza el perro tendrá el carácter que su raza dictamina? Un criador de perros Akita (perro guardián de origen japonés y uno de los más agresivos que existen) me comentó en una ocasión que se les puede criar de forma que fueran muy dóciles y tranquilos, pero si alguna vez son atacados por otros perros es muy probable que se le “despierte” “el programa genético de su agresión” y se vuelva, a partir de este evento, muy peligroso. Para este cuidador parece clara la importancia tanto de los genes como del ambiente en la conducta y el carácter resultante del Akita. En su trabajo de educador de perros, Cesar Millán, el famoso “encantador de perros” considera que la clave está en tener presente que el perro, cualquiera sea su raza, es un lobo genéticamente modificado, y que su salud mental se basa en que se le trate como perro y no como humano, es decir, que se le trate de acuerdo a su pre-programación genética. Su terapia, en el fondo, trabaja sobre la información genética que los perros ya traen pero, al mismo tiempo, su programa es un programa de modificación ambiental, que toma como marco el lenguaje natural (es decir, el genético o instintivo) del perro, e intenta otorgarle un ambiente en congruencia con éste. Por ejemplo, una clara necesidad para la salud mental del perro es que éste tenga un líder de manada claro en la familia. Esta necesidad es claramente una predisposición genética heredada de sus antepasados lobos, pero representar el papel del líder de la manada por alguno de los dueños es una modificación “ambiental” necesaria para el perro. La eficacia de sus terapias avalan tanto la importancia del ambiente en la conducta de los perros –sus intervenciones modifican el comportamiento–, como la importancia de la predisposición genética a la hora de responder a ese ambiente.
Creer en el papel de los genes como responsables únicos de cómo somos o actuamos tiene importantes consecuencias. En primer lugar, nos hace preguntarnos sobre el porqué o necesidad de la terapia psicológica humana o de la psicología ambiental. ¿Hay algo que hacer si alguien ya viene como viene? Para algunos, nada o muy poco. Para mi, mucho. Y esto no quiere decir que me olvide de los genes. Obviamente la información genética nos ayudará en la terapia para asumir que somos como somos por nuestros genes, pero esto no quiere decir que el ambiente no importe, también somos como somos por nuestro ambiente, lo que permitiría modificar o controlar el ambiente en la medida de lo posible en concordancia con nuestras características genéticas particulares o la de los demás. Que no sea labor fácil no quiere decir que sea imposible.
Uno de los estudios más importantes e influyentes en la genética de la conducta es el estudio en relación a la depresión, en el que se descubrió que si alguien tiene una variante específica de un gen llamado 5-HTT, esta persona tendrá más riesgo de padecer depresión. Hasta antes de este estudio ya se pensaba que la depresión constituía un trastorno bioquímico relacionado con un neurotransmisor llamado serotonina. Este estudio demuestra que hay un gen que codifica una proteína que determina cuánta serotonina se comunica entre las neuronas. ¡Eureka! ¡Hemos descubierto la causa de la depresión! Esto claramente lleva a concluir que si tienes el gen “equivocado”, tendrás depresión. Pero la segunda conclusión del estudio resulta igualmente sorprendente e interesante, quizá más que el descubrimiento del propio gen, ¿acaso resulta que si tienes la versión incorrecta de este gen vas a padecer depresión? ¡Para nada! De los portadores del gen, un porcentaje considerable no desarrollan la depresión. ¿Qué pasa entonces? ¿No es el gen el que determina la depresión? Parece que además de poseer la versión incorrecta del gen, estar expuesto durante el período de crecimiento a un entorno estresante es lo que da lugar a que alguien desarrolle esta enfermedad. Para que este gen conduzca a la depresión, es necesario un entorno concreto, de lo contrario, no cambiará nada. Así, este estudio constituye el ejemplo perfecto para entender que no se trata del gen de la depresión, sino de un gen que hace que seamos más vulnerables a la depresión en determinados entornos estresantes. Es decir, fácilmente uno podría concluir por la primera parte del estudio que todo son genes, pero en su segunda etapa el estudio arroja resultados contundentes y claros de que los genes no determinan nada, los genes se desarrollan en entornos concretos y es este desarrollo en entornos concretos lo que determina cómo somos y cómo nos comportamos. Los genes, en realidad, son manuales de instrucciones para fabricar proteínas pero no crean comportamientos directamente. Como diría Robert Sapolsky, “los genes explican los potenciales y las probabilidades, pero no el destino”.
Así, preguntarse si un comportamiento está determinado por los genes o por el ambiente realmente carece de sentido, ya que todos los comportamientos de los seres vivos resultan de la interacción de la información de los genes almacenada en el organismo en desarrollo y en las propiedades del medio ambiente en el que este desarrollo se lleva a cabo. Pensar en los genes como planes rígidos que determinan el desarrollo de los organismos es erróneo. Una analogía mejor es pensar en ellos como una “receta de cocina” que junto a los ingredientes, la temperatura de cocción etc., (ambiente) determinarán el plato final que saldrá del horno. Así que somos 100% genes y 100% ambiente. Finalmente, la información genética es aprendizaje en el tiempo, es el aprendizaje del gen a través de la evolución. Esto no supone negar que diferentes características varían en la forma en que son sensibles a las diferencias ambientales. Por lo que en vez de preguntarse si tal o cual conducta es genética o aprendida sí tendría sentido preguntarse si las diferencias observadas en un comportamiento o rasgo específico se deben a diferencias genéticas o a las diferencias en el medio ambiente, o alguna combinación de estos factores. Así, algunas características no son muy afectadas por los entornos en que normalmente ocurre el desarrollo de los seres humanos. Por ejemplo, en todos los ambientes posibles todos (o casi todos) nacemos con dos ojos y una nariz. Otras características, por el contrario, son mucho más sensibles a diferencias ambientales. El efecto de la nutrición, por ejemplo, puede hacer que personas iguales genéticamente, gemelos idénticos, terminen con tamaños corporales muy diferentes dependiendo de la nutrición y el estado de su salud durante la infancia, por mucho que venga de progenitores altos, si no obtengo de mi entorno la alimentación y los nutrientes adecuados no llegaré a la altura que me permiten mis genes. En el primer extremo, la enfermedad denominada fenilcetonuria (caracterizada por un retraso temprano del desarrollo motor y mental), se sabe que es debida a que se produce un problema en un solo gen, pero este gen es tan importante que permite o evita que las toxinas entren en el cerebro, por lo que si alguien tiene el gen equivocado su cerebro se enfermará gravemente a la edad de dos años. Ninguna modificación del entorno puede revertir la enfermedad, aunque una dieta controlada de un modo determinado sí puede alterar, en gran medida, las condiciones en las que se “soporta” esta enfermedad.
Pero el peligro del que hablaba al principio es que la “era del gen” hace pensar en todos los rasgos humanos situados al mismo nivel. Y claramente no podemos llevar a la inteligencia o a la personalidad al mismo nivel que el color del pelo o de una enfermedad biológica como la fenilcetonuria. En la personalidad, además del nivel de activación hormonal (algunos llamarían temperamento), influyen muchos otros factores, desde la cultura en la que nos desarrollemos a las experiencias particulares que tengamos a lo largo de la vida.
Las palabras terminan creando realidades y hablar del “gen de” nos lleva a confundir lo que realmente ocurre en el desarrollo de nuestra maquinaria biológica en el medio en que vivimos. Creo que todo se entendería mejor si a la luz de esta ola de descubrimientos que aluden a una determinación genética a nivel del lenguaje, cambiamos la palabra determinación por la palabra predisposición o mejor aún, influencia.
Fukuyuma escribió en el “el fin del hombre, consecuencias de la revolución tecnológica” sobre las implicaciones de la alteración de la naturaleza humana a través de la biotecnología incluso en los aspectos más simples de la vida cotidiana, por ejemplo, cómo serán las conversaciones en la escuela de un futuro cada vez más próximo: “oye, ¿sabes que los ojos de Pedro no son naturales, sino que es un humano genéticamente modificado?” Me temo que hoy en día no nos extrañaríamos en afirmar de la misma manera, “lo que ocurre es que la personalidad de Pedro es así porque tiene genes nativos”. Yo creo que en vez de hablar de algo tan extremo como el fin del hombre es mejor llamarlo “el cambio del hombre”, ya que afortunadamente el ser humano también es un ser cultural por naturaleza biológica. La noticia de la descodificación de la totalidad del genoma humano hizo pensar que los científicos habían dado con la base genética de la vida, pero apenas hemos logrado la transcripción de un libro cuyo idioma sólo se entiende parcialmente sin la integración del ambiente y, dentro de éste, de la cultura y las propias experiencias. El ser humano le teme en parte a la clonación humana porque cree que los clones serán 100% iguales a uno mismo, pero esta claro que esto no será así. Por mucho que me clonen, mi clon diferirá de mí en gran medida porque, además de ser un clon y, por tanto, nacer en un mundo con alguien “supuestamente” igual a él, se desarrollará en otro ambiente, dependerá de las experiencias que tenga, de cómo lo críen, de la cultura en la que se críe, probablemente ambos seamos creyentes si portamos (si es que existe) el gen de dios pero quizá yo me vuelva cristiano y el budista, yo sea heterosexual y el bisexual, si ambos portamos el gen de la depresión y yo sufro experiencias estresantes y el no, yo seré depresivo y el no, y si a ambos nos gusta el arte o la música quizá disfrute del rock and roll y yo del jazz , quien sabe. Y es que, como dijera Konrad Lorenz, “vivir es aprender”.
]]>Con independencia de si nos inclinamos a creer que los demás animales poseen cultura o que el fenómeno de la cultura es específicamente humano, nadie negaría que la cultura humana engloba un conjunto de capacidades, conductas y artefactos de una complejidad muy superior a la de otras especies, por lo que en el proceso de la evolución humana una o múltiples adaptaciones han debido ser las responsables de este salto sustancial. Si bien estas capacidades o logros no han podido surgir de la nada, teniendo sus raíces en capacidades compartidas con otras especies, no deja de sorprender el tremendo salto en tan poco espacio de tiempo. Los 6 millones años que separan a los seres humanos de nuestro ancestro común con el chimpancé, constituyen un tiempo muy breve en términos evolutivos como para dar lugar al desarrollo de las diferencias que tenemos con nuestros parientes más cercanos en las capacidades psicológicas. Si sumamos a esto el hecho de que compartimos aproximadamente el 99% de material genético con estos (es decir, somos tan parientes de los chimpancés como lo son los ratones de las ratas), parece evidente que el tiempo de separación a partir de nuestro ancestro común se hace insuficiente para que solamente los procesos de evolución biológica (variación genética y selección natural) hayan dado lugar a las habilidades mentales gracias a las cuales los humanos hoy en día creamos y mantenemos nuestras tecnologías, instituciones y representaciones simbólicas. Además, esta posibilidad se hace aún más escasa cuando realmente la mayoría de las capacidades mentales que nos caracterizan surgieron hace solamente 250.000 años, es decir, en un tiempo ínfimo en relación al tiempo evolutivo-biológico que se necesitaría para crearlas. Si dejamos de lado las explicaciones metafísicas de intervenciones extraterrestres y divinas hay un solo mecanismo biológico capaz de desarrollar semejantes cambios de conducta y de pensamiento en un período tan breve, el mecanismo de “transmisión cultural”.
Si bien para los científicos que tienen una aproximación biológica al estudio del comportamiento cualquier tipo de aprendizaje social en sí mismo es sinónimo de cultura, para otros con una aproximación más “psicológica”, el término de cultura quedaría reservado a la especie humana, aunque reconocen otras formas de aprendizaje social que, con diferente grado de complejidad, se dan en otras especies, además de en la humana. Los mecanismos de aprendizaje social particulares a través de los cuales llega a originarse y extenderse, por ejemplo, la practica del lavado de batatas o cómo se accede a las termitas van a determinar la rapidez y solidez con la que una determinada “tradición” arraigará en un grupo, perdurará y mejorará con el tiempo.
Podemos hablar de diferentes formas de aprendizaje social, cada una de ellas con diferente grado tanto de complejidad como de eficacia en la adquisición del conocimiento. La exposición, aprendizaje por proximidad física al estímulo o a la situación, podría ser la que explica, por ejemplo, el lavado de batatas realizado por los macacos (alguien acompaña a otro en el momento del lavado, exponiéndose al agua, y a la batata). La intensificación del estímulo, aprendizaje por la atracción por los objetos con los que otros interactúan, podría explicar el uso de varillas para sacar las termitas una vez que se ha observado el comportamiento, o el cascado de nueces de los chimpancés. La mímica, muchas veces mal entendida como la imitación, que implica la copia o reproducción del patrón conductual, ya sean sonidos o movimientos corporales, explicaría el sorprendente comportamiento de la lira.
Y finalmente, la verdadera imitación, entendida no sólo como la reproducción de la conducta, sino la persecución del objetivo, y por ende, la comprensión del mismo, sería el mecanismo por excelencia para el desarrollo y mantenimiento de la “cultura”. Y es que esta tan a veces despreciada capacidad y que parece en principio “poco inteligente” (baste como ejemplo, la expresión “imita como un mono”) no es tan despreciable, siendo considerada por algunos como el verdadero motor de la cultura y no tan presente, como parecía, en otras especies animales.
Son muchos los estudios científicos en los que se ha abordado el tema de la imitación en animales y si bien, aunque los resultados no están exentos de controversias, se ha documentado en algunas especies de primates y en otras especies como en delfines, parece que no ocurre de forma tan natural y generalizada como ocurre en el ser humano. Mientras que los niños desde muy temprana edad tienden de una forma “impulsiva” a reproducir el comportamiento de los demás, a “imitar“ a otros en la consecución de sus objetivos, esto no se da de forma tan espontánea en nuestros parientes más cercanos. Los chimpancés, por ejemplo, tienden a ser mucho más “creativos” a la hora de encontrar los medios para obtener algo que han visto conseguir a otro. Digamos que mientras los niños tienden a reproducir fielmente el patrón de conductas que llevó a otro a obtener una recompensa, los chimpancés persiguen la recompensa “a su manera”, quizá por una falta de atención en el patrón motor y una focalización hacia los resultados de la conducta.
Lo que permite la imitación es algo realmente eficiente: aprender de los otros sin necesidad de tener que reproducir todo el proceso desde el comienzo. Los productos culturales humanos no fueron inventados de una vez y para siempre por un individuo o un grupo de individuos en un momento determinado, sino que son productos acumulativos: primero se inventó una versión que fue adoptada y luego modificada o mejorada por otros individuos, que a su vez adoptaron la modificación y volvieron a mejorarla y así sucesivamente de generación en generación. Además, el trabajo en grupo (aprendizaje colaborativo) propio de la especie humana, permite generar productos fruto de una mente colectiva que no habrían surgido de una mente individual. Gracias a este proceso acumulativo, basado en una transmisión social fiel (por la capacidad de imitación) que impide el retroceso, el llamado efecto de “trinquete”, no tenemos que inventar la rueda una y otra vez para poder conducir un coche, ni el papiro para poder terminar escribiendo en un ordenador. Nuestra evolución cultural “acumulativa” es quizás una de las características más importantes de nuestra cultura y que nos diferencia de las demás especies. Así que, y curiosamente, la gran diferencia con los demás animales que poseen tradiciones culturales no radica en el componente “creativo” a la hora de resolver los problemas, sino más bien se encuentra en el componente “estabilizador” que permite la imitación y que posibilita acumular las modificaciones que con el paso del tiempo experimentan nuestros artefactos y tradiciones culturales, lo que posibilita la mejora de generación en generación.
Además de la imitación, nuestra dependencia de la cultura se manifiesta también en algo que está presente en cualquier grupo cultural humano y que, por el contrario, se da en raras ocasiones, y controvertidas, en el reino animal: la enseñanza activa. Los humanos “enseñamos” activamente a nuestros semejantes, tenemos profesores e instituciones educativas para transmitir nuestros conocimientos culturales a los nuevos integrantes de la comunidad.
Así las formas que caracterizan y podríamos decir que son exclusivas del aprendizaje social humano además del aprendizaje imitativo (con genuina imitación, es decir mímica más copia de objetivos), son el aprendizaje impartido (enseñanza) y el aprendizaje colaborativo (en grupo). Pero, ¿qué ha hecho posible el surgimiento de estas formas exclusivas o quasi-exclusivas de la especie humana? Aunque no es algo resuelto, para algunos la clave reside en un tipo particular de inteligencia social: la comprensión de que los otros miembros de nuestra especie son seres semejantes a nosotros mismos, seres que tienen una vida intencional y mental como la nuestra. Esta comprensión nos permite desde muy temprana edad, alrededor de los 9 meses de edad, ponernos en el lugar mental de otra persona, por lo que podemos aprender no solo “del otro” si no “a través” del otro. Así que podría ser que lo que realmente caracteriza a la cultura humana de los demás ejemplos de transmisión cultural encontrados en otros animales y el mecanismo que catapultó a la cultura humana por sobre las demás, sea la adaptación biológica para leer las intenciones de los demás y, por ende, aprender “a través” de los demás, permitiéndonos absorber la cultura del mundo en el que nacemos.
De esta forma, la cognición humana sería fruto de la cultura en la que nacemos, al mismo tiempo que la cultura resulta ser el producto de nuestras capacidades cognitivas particulares. La doble herencia, genética y cultural tienen su máximo exponente en la especie humana, hasta tal punto de que para nosotros, la reproducción y trascendencia cultural es tanto o más importante que la reproducción biológica, pudiendo incluso elegir no tener descendencia o sacrificar nuestra vida en pro de una idea, conocimiento o valores culturales, como lo han demostrado innumerables veces destacados científicos, filósofos y religiosos, entre otros. Y es que como dijo Konrad Lorenz, uno de los padres del estudio del comportamiento animal, “los humanos somos seres culturales por naturaleza”.
]]>La palabra cultura tiene su raíz etimológica en la palabra “cultivo”, y según la RAE se refiere al conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc., o al conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo. Desde esta perspectiva, el término “cultura” fue formulado específicamente para describir las diferencias que existen en el comportamiento de distintos grupos humanos, y por lo tanto, son las tradiciones humanas las que proveen el modelo de lo que comúnmente se entiende por transmisión cultural. Sin embargo, en aparente contradicción con las definiciones anteriores, existe una aproximación biológica y evolutiva de la cultura humana que no solamente se refiere al origen biológico de la misma sino que plantea que en otros animales también está presente la cultura.
En el mundo orgánico de los seres vivos el mecanismo que más peso tiene en el origen y la evolución de las especies es la selección natural. Un elemento clave de esta teoría es la herencia biológica de los caracteres de los progenitores, gracias a la cual un organismo hereda “información a modo de un plan” de sus antepasados. Hoy se sabe que esta información esta codificada en los genes y es transmitida de los padres a los hijos a través de la reproducción sexual. En esta información no solamente va un “plan” de las características físicas, cómo el color de los ojos, sino información del funcionamiento perceptual, conductual y cognitivo (procesos mentales o de pensamiento) del organismo. El asunto clave es que en muchos animales, la mayoría mamíferos, gran parte de ese plan cobra vida mientras el organismo se desarrolla en “interacción” con su medio ambiente. El período relativamente largo de inmadurez y dependencia de la madre en que tiene lugar esa interacción por parte de la cría en la mayoría de los mamíferos y especialmente en el ser humano en comparación con otros grupos de animales, como peces, aves, y reptiles, es realmente una estrategia muy arriesgada, ya que los hijos dependen por muy largo tiempo de sus progenitores para conseguir alimento y protegerse de los depredadores. Este desgaste de los padres y riesgo de las crías por un tiempo prolongado de inmadurez se compensa con la ventaja que otorga el aprendizaje y conocimiento que el animal puede adquirir en su desarrollo en interacción con el entorno, con sus padres, y en algunos organismos, con el grupo social, dando como resultado adaptaciones conductuales y cognitivas más flexibles. Esta flexibilidad es especialmente útil y permitirá adaptarse mejor a las especies que viven en distintos nichos ecológicos o en entornos muy cambiantes.
El asunto es que en algunas especies esta interacción con el entorno incluye no solamente al entorno físico, sino también al entorno social y a los cambios de su entorno físico que han sido provocados por acción de otros miembros de su especie, lo que se ha llamado “herencia cultural” y que ha dado lugar a la teoría de “la doble herencia”. Según ésta, el fenotipo de los individuos maduros de muchos animales depende de la herencia, tanto biológica como cultural, que éstos han recibido de sus antepasados.
El caso más mas frecuente citado como ejemplo prototípico de transmisión cultural en el reino animal no humano es el del “lavado de batatas (camotes)” que practican los macacos japoneses. En 1953 un grupo de investigadores proporcionó a un grupo de macacos batatas y se observó a una hembra del grupo llamada Imo lavándolas en un charco cercano para quitarles la arena que los cubría. Tres meses después se observó que su madre y dos de sus compañeros de juego, y más tarde las madres de estos, terminaron haciendo lo mismo. Transcurridos tres años, cerca del 40% de los individuos ya había adquirido este hábito, por lo que se pensó durante mucho tiempo que el hecho de que esta practica la hubieran aprendido primero los parientes e individuos cercanos a Imo sugería que la conducta respondía a lo que podíamos llamar una tradición cultural que se propagaba por “imitación” de la conducta del otro. Este trabajo llevó a varios otros, con el propósito del estudio de la posibilidad de cultura en otras especies.
Así, otros ejemplos en el reino animal los encontramos en la adquisición del canto y los dialectos de las aves, las canciones de las ballenas jorobadas, las tradiciones de caza de las orcas o la conducta de pesca cooperativa de los delfines en Brasil. Este último es un caso especialmente curioso. Son ya tres las generaciones de delfines que participan en una comunidad matrilineal de 25 a 30 miembros que cooperan con los pescadores atrayendo el pescado a las redes. Los pescadores llaman a los delfines golpeando el agua con unos trozos de madera y esperan antes de tirar las redes a que éstos acudan en su ayuda (no hay ni entrenamiento ni comandos específicos, pero ambas especies coordinan la acción). Aunque todos pertenecen a la misma comunidad, no todos los delfines forman parte de lo que podíamos llamar esta “tradición cultural”. Los propios pescadores reconocen perfectamente a los delfines “buenos” que ayudan y los “malos” que no participan en esto. El caso del uso de esponjas marinas para buscar comida que ha sido documentado en un único grupo de delfines mulares, y se parece ser transmitido de las madres a las crías, parece ser un candidato a otro ejemplo de transmisión cultural en delfines.
Si bien todos los casos hasta ahora mencionados en macacos, cetáceos y aves se refieren a la variación cultural en un único patrón de conducta, encontramos otros ejemplos animales que implican variaciones extensas y de conductas en múltiples patrones. Me estoy refiriendo al máximo representante con respecto a la cultura en el reino animal, el chimpancé, con las “tradiciones” relacionadas con la elección de alimentos y con el uso de herramientas, para el que se ha llegado a sugerir al menos tres distintas “culturas” dependiendo del tipo de herramientas y del uso que se le den a estas mismas. Así, por ejemplo, existe un grupo que se ha especializado en buscar termitas introduciendo en los montículos ramas cortas y delgadas para que éstas salgan pegadas a la varilla (área o cultura de la varilla), mientras otras poblaciones simplemente destruyen los montículos con ramas gruesas a modo de bastones y recogen las termitas a puñados (área o cultura de los bastones), siendo estos bastones también utilizados para la obtención de la miel de las colmenas. Por otro lado, los chimpancés en África occidental utilizan piedras y pedazos de madera para abrir nueces destinadas a su alimentación (área o cultura de las piedras), comportamiento que nunca ha sido observado en chimpancés que viven en África oriental. Los chimpancés no sólo usan las herramientas para conseguir un alimento, sino que también tienen la función del aseo personal. Jane Goodall afirma que los chimpancés, probablemente, transmitían sus tradiciones en el uso de herramientas de generación en generación, por medio de la observación, imitación y práctica, de manera que se puede suponer que cada población podría tener su propia cultura en el uso de herramientas.
Además de en el uso de herramientas, en los chimpancés se ha encontrado patrones conductuales de gran variabilidad, como en conductas de cortejo y acicalamiento, tanto en los lugares asociados con las mismas subespecies como entre las subespecies mismas de chimpancés, que no pueden ser explicadas por diferencias ecológicas, lo que refuerza el argumento en favor de la transmisión de los comportamientos no de forma genética sino a través de la cultura.
Dicho todo esto y mostrados todos estos ejemplos de manifestaciones culturales en animales no humanos, el problema es que no en todos estos casos está tan claro si realmente han sido comportamientos adquiridos por aprendizaje social y, de serlos, tampoco está claro qué mecanismos psicológicos o modos de transmisión cultural son los que realmente han intervenido. Por ejemplo, en el caso más citado de los macacos japoneses lavadores de batatas, en años posteriores se ha visto que la conducta de lavar era mucho menos rara de lo que anteriormente se creía, ya que quitar la arena de los alimentos es algo que estos macacos y otros primates hacen espontáneamente; incluso macacos criados en cautividad pueden aprender por sí solos a lavar sus alimentos. Además, su adquisición por parte del grupo fue lenta ya que duró más de dos años, y si hubiese habido realmente imitación la propagación debería haber sido exponencial, conforme aumenta el número de modelos, lo que podría sugerir más bien un caso de aprendizaje individual por ensayo y error y no de transmisión social. Por otra parte, si aceptamos como válidos estos casos, y algunos animales, con los chimpancés a la cabeza, son capaces de aprender de su grupo social nuevos comportamientos a través de la observación y la imitación y dado que nuestras manifestaciones culturales no tiene parangón en el reino animal, ¿qué es lo que realmente caracteriza a la cultura humana frente a los demás ejemplos de transmisión cultural encontrados en otros animales? ¿Cuál fue el/los mecanismo/s que catapultaron a la cultura humana sobre las demás? (continuará…)
]]>Pero también existe otro factor clave en la importancia de la menopausia y del rol de nuestras abuelas. En la revista Nature se publicó un estudio de la Universidad de Turku, en Finlandia, en el que se examinaron las partidas de bautismo y defunción de Canadá y Finlandia durante los siglos XVIII y XIX. Los resultados mostraron claramente que en estas sociedades las mujeres ‘ganaron’ una media de dos nietos por cada década que sobrevivieron por encima de los cincuenta. De hecho, la presencia física de la ‘matriarca’ resultaba crucial; cuando vivía a más de 20 km de sus hijas, éstas producían un número de nietos significativamente menor que cuando la abuela vivía en el mismo pueblo. Así, no es solamente un efecto genético, que pudiera relacionar la longevidad de la abuela con la fertilidad de las hijas, sino más bien al efecto beneficioso que ejerce ella misma sobre la crianza de los nietos. Seguramente ésta es la característica de la menopausia más interesante para nuestra especie: la hembra de mayor edad también es generalmente el individuo de mayor importancia entre los mayores para toda la tribu en las sociedades prealfabetizadas, dado su gran acumulación de conocimientos. En estas mismas tribus prealfabetizadas este conocimiento tiene muchas veces que ver, sobre todo, con las estrategias a seguir en la crianza de los niños y en caso de catástrofes y cambios ambientales inusuales.
Pero los humanos no somos la única especie que vive en grupos de animales genéticamente emparentados y cuya supervivencia depende de la sabiduría adquirida transmitida socialmente (es decir, no genéticamente) de un individuo a otro. Por ejemplo, el individuo dominante en los elefantes también es la hembra de mayor edad, quién, a su vez, también es la que posee, entre otras cosas, el mayor conocimiento en las rutas y estrategias a seguir en el caso de catástrofes y cambios ambientales inusuales. Lo interesante, y que apoya todas estas teorías, es que recientemente se ha descubierto que las hembras elefantes también tienen la menopausia, al igual que unas pocas otras especies tales como los gorilas, algunos cetáceos como las ballenas y algunos delfines (no hay información disponible para afirmar si todos los cetáceos la poseen pero, en términos generales, se asume que este podría ser el caso). Curiosamente, en los gorilas la menopausia se presenta alrededor de los 44 años, una edad bastante parecida a la humana.
Un ejemplo bien documentado dentro de los delfines es el caso de los calderones, quienes viven en escuelas de 50 a 250 individuos, de una manera muy parecida y análoga a las tribus de las sociedades tradicionales humanas de cazadores-recolectores. Estudios genéticos han mostrado que una escuela de calderones constituye una enorme familia de individuos emparentados unos con otros y, lo mas importante, que un gran porcentaje de las hembras adultas de calderones son post-menopáusicas. Las ballenas son otros de los pocos animales en los que también existe la menopausia, y se piensa que por la misma razón evolutiva que la humana, es decir, permitir que las hembras mas viejas asistan y cuiden a sus parientes. No es extraño que la ballena sea menopáusica, ya que son el mamífero más longevo. Se creía que su esperanza de vida era de unos 60 a 70 años, pero recientemente se ha descubierto una ballena de Groenlandia viva que en su cuerpo aún tenía clavadas antiguas puntas de arpones que, dada su fecha de fabricación, estimaban su edad en unos 115 y 130 años. Otros análisis de marfil en ballenas vivas han desencadenado investigaciones adicionales basadas en las estructuras del ojo de las ballenas, llegando a la conclusión de que por lo menos algunos individuos han vivido hasta 150-200 años. Otro informe afirma que una hembra de 90 años supuestamente seguía siendo reproductiva.
Hay un hecho claro: todas las especies de cetáceos en las que se conoce la menopausia, o que podrían tenerla, tienen sistemas sociales matrilineales o matriarcales en el sentido de que todas las hijas permanecen junto a sus madres mientras éstas estén vivas. De forma similar a las abuelas humanas, las abuelas ballenas poseen experiencias que seguro benefician a sus hijas y a los demás miembros de sus líneas matrilineales (rutas de migración, disponibilidad de alimento, tipos de alimento que vale la pena consumir, peligros y enemigos naturales, etc). La importancia y el valor de esta información pueden explicar por qué las hembras de estas especies viven más de un tercio de sus vidas como miembros post reproductivos dentro de su grupo social. El beneficio que aporta para los animales emparentados, hijas o nietas directas, hermanas sobrinas y primas, el hecho de tener una hembra vieja ayudando al grupo, termina siendo mayor que el que tendría continuar pariendo y criando más hijos, dado el peligro que para la madre ballena conlleva parir y criar sus hijos, sobre todo al aumentar su edad.
El recuerdo de mi abuela tiene una importancia enorme tanto en mi familia como en la mayoría de las familias que conozco. Esta importancia afectiva tiene una razón evolutiva y antropológica de igual magnitud. Mi abuela enseñó a mi madre a cocinar, a cuidar de mi y mis hermanos cuando éramos bebés, y los detalles del amamantamiento, entre otras cosas. Luego cuidó de nosotros entregándonos un cariño que recordaremos y nos acompañará toda la vida. En todo sentido le debemos gran parte de nuestra vida biológica y socio-cultural a nuestras abuelas, al igual que los elefantes, los gorilas, los delfines y las ballenas se la deben a las suyas.
]]>La pregunta es si solamente el ser humano tiene ese “algo” particular que nos diferencia y nos hace individuos “únicos” en relación a los demás. ¿Se puede encontrar en otras especies? Si se asume que la personalidad tiene bases biológicas, además de psicológicas, entonces ni siquiera una exclusividad en lo ”psicológico” es tan necesaria a la hora de definirla o encontrarla. ¿Cuántas veces al referirnos a alguien no decimos “tiene el carácter del padre o de la madre, abuelo etc., o incluso de su país, pueblo o raza, asumiendo que en la personalidad también hay componentes hereditarios de peso? Y dejando a un lado el componente biológico y centrándonos en el psicológico, el hecho de que ciertas especies animales puedan aprender, es decir, ser influidas por sus experiencias individuales o “personales”, ¿podría ser elemento importante para poder poseer y/o desarrollar una “personalidad”?
En lo que respecta al estudio científico de la personalidad en animales (aunque algunos hablarían de “temperamento”, el término personalidad es común en la literatura sobre el comportamiento animal) algunos científicos creen que son las especies las que portan determinadas personalidades, “ese modo particular y distintivo de comportarse”, pero no los individuos en sí, y que esta característica de personalidad de la especie es “inmodificable”. Algo así como que todas las cebras tienen la misma personalidad “rayada y temerosa” desde que nacen hasta que mueren y nunca se van a comportar temerariamente y con el “coraje” que caracteriza a un león. Así lo dejó claro un estudio en el 2007 publicado en la revista Nature en el que se estudiaron 60 especies animales, desde hormigas hasta primates, concluyendo que todos mostraban rasgos de personalidad, ya que eran capaces de mostrar un comportamiento distinto según la situación, ya sea en las interacciones agresivas o en el cuidado parental. Debido a este estudio, la evolución de la personalidad hoy también se entiende como un juego de compensaciones vitales. Aquellas especies animales que tienen “mucho que perder” y que “invierten bastante en su futuro” han desarrollado un comportamiento que trata de evitar riesgos, como los enfrentamientos con los grandes depredadores. Por el contrario, las despreocupadas por su futuro son más propensas a ser osadas y agresivas. Las diferencias entre el comportamiento temerario o prudente de los animales perduran en el tiempo y son extensibles a contextos diferentes. Son estas compensaciones entre el presente y la reproducción futura las que condicionan la respuesta de los individuos a situaciones de riesgo, y también es esto lo que puede mantener la personalidad de los animales en las poblaciones. Así, de esta manera, y en función de las presiones selectivas, se ha ido configurando la personalidad propia de una especie. Pero ¿queda, a su vez, hueco, gracias a la variabilidad, motor de la evolución, para el surgimiento de las personalidades de cada individuo dentro de la misma?
Esto es lo que justamente afirman muchas personas, que los animales también poseen personalidades individuales. Cualquier dueño de mascotas no tendría problema en asumir y describir lo temeroso, cariñoso, tímido, arisco o amistoso que es su perro o su gato (yo incluso he escuchado describir la personalidad de animales exóticos como aves, reptiles, como los camaleones o las serpientes, o hasta en anfibios, y cefalópodos como los calamares y pulpos, e incluso en peces), Pero, ¿será simplemente una atribución ignorante de los dueños de animales? ¿O quizá podemos encontrar especies dotadas de personalidad? En general, la mayoría de las personas que no están familiarizadas con estas especies dirán que es una atribución injustificada. Sin embargo, hay cada vez más excepciones en el interior de la ciencia que parecen apuntar lo contrario, que los animales presentan personalidades “individuales” mas allá de la especie a la que pertenecen. Como hay intereses para todo, aunque parezca extraño para algunos, justamente esto es lo que se propusieron averiguar en 1993 los científicos Durr y Smith, estudiando a 44 pulpos rojos. Los científicos analizaron las reacciones de los pulpos cuando les lanzaban un cangrejo a su acuario. Siguiendo terminología utilizada en el estudio de la personalidad en humanos, utilizaron tres categorías para clasificar sus comportamientos: tímido, agresivo y pasivo. La medición se repitió sucesivas veces, siendo las reacciones de los pulpos muy consistentes a lo largo del tiempo durante todo el experimento. Así, los pulpos catalogados como agresivos se lanzaban sobre la presa una y otra vez, mientras que los pasivos esperaban a que el cangrejo se acercara para atraparlo, y los tímidos permanecían inmóviles hasta la noche, cuando nadie los observaba, momento que aprovechaban para atacar.
Este estudio en pulpos ha dado lugar a toda una línea de investigación sobre la personalidad de otras especies y sobre el papel evolutivo que su surgimiento ha podido tener. Hasta se ha creado un “Instituto de Personalidad Animal”, en la Universidad de Texas, que desarrolla modelos de personalidad en perros, hienas, ratas, pájaros carboneros, burros y cerdos. Sí, hasta en cerdos. Hasta ahora, sus investigadores han encontrado en estas especies características análogas a las nuestras, como, por ejemplo, la sociabilidad y la reactividad emocional. Resultado de esta línea de investigación, en esta misma universidad, el doctor Sam Gosling ha diseñado recientemente un “test de personalidad para perros” basado en el modelo de personalidad humana conocido como el Big-Five, o Modelo de los Cinco Factores, que genera, a partir de la observación del comportamiento de los perros ante determinadas pruebas expresamente diseñadas para ello, una clasificación los mismos en lo que consideran cuatro categorías de personalidad: nivel de energía, afección-agresión, ansiedad-serenidad, e inteligencia-lentitud. El test podría tener una utilidad práctica importante a la hora de seleccionar un perro para fines concretos (asistencia, compañía…) afinando más allá de la elección de una determinada raza. Vamos, que el estudio de la perronalidad puede convertirse en todo un negocio. Pero ésta no es la única institución dedicada a este tipo de estudios; en la Universidad de California hay una línea de investigación sobre los rasgos comportamentales de la remigis acuática, una araña que tiene la capacidad de caminar sobre el agua, y otra sobre cómo las primeras experiencias afectan a la personalidad y los comportamientos sexuales de la mosca de la fruta. Recientemente el equipo del científico László Garamszegi, investigador de la estación biologica Doñana, ha presentado evidencias de diferencias de personalidad en pájaros salvajes. Estudiaron el comportamiento de cortejo de los papamoscas cerrojillos, comprobando que algunas de estas aves son más tímidas que otras y que las más agresivas tienen mayores posibilidades de ser capturadas,
Ahora bien, además de la variabilidad individual dentro de una especie, ¿existe, también, la posibilidad de variación de personalidad intraindividual en animales no humanos? ¿Hasta que punto la personalidad de cada animal individual es inmodificable? Los investigadores de la publicación de Nature ponen como ejemplo el juego de la gallina, en el que cada uno de los dos jugadores corre en dirección al contrario y el primero que se desvía de la trayectoria del posible choque pierde y es humillado por comportarse de un modo cobarde. Según su planteamiento, el comportamiento típico es inmodificable, un animal que sea agresivo en un primer juego de la gallina no mostraría timidez o algún tipo de cobardía en los siguientes, es decir, cada individuo e incluso cada especie estaría determinada por su personalidad con poca o nula posibilidad de cambio. Según Allport, uno de los primeros psicólogos expertos en el estudio de la personalidad, esta sería “la organización dinámica de los sistemas psicofísicos que determina una forma de pensar y de actuar, única en cada sujeto en su proceso de adaptación al medio”. El término “organización dinámica” es fundamental ya que como se mencionó previamente, antes se pensaba que la personalidad era inmodificable. Para mí, el hecho de que algunas especies animales puedan aprender, y el grado en que sean sistemas abiertos, es decir, el grado en que pueden ser influidas por sus experiencias individuales o “personales”, es un elemento clave para pensar que seguramente tengan una personalidad que sea modificable (¡no hay más que ver un capítulo de Cesar Milán, el encantador de perros para darse cuenta del cambio de personalidad que experimentan sus pacientes!).
Quizás lo genuinamente humano sea justamente nuestra mayor flexibilidad en el patrón de comportamientos, expresado claramente en nuestros diversos rasgos de personalidad y los cambios que ésta puede experimentar a lo largo de toda una vida. Esto nos otorgaría mayores ventajas en el proceso de la selección natural (ya que en todo parece buscarse una ventaja evolutiva, ¿será ésta la ventaja del síndrome de personalidad múltiple?). Quizá aquí reside la gran diferencia con los animales, al menos con algunos.
Siguiendo esta reflexión no me cuesta imaginar en un futuro cada vez más próximo robots con personalidad. Si un robot tuviera una personalidad “convincente”, la gente estaría más dispuesta a interactuar y establecer algún tipo de relación con él, de la misma manera en que lo está hacia los animales que claramente la poseen. De hecho, científicos coreanos ya han diseñado genomas codificados informáticamente que, aplicados a criaturas artificiales, generan en éstas personalidades específicas. Curiosa, ¿casual? y paradójicamente, la primera criatura artificial, como un robot o un agente software que recibe un genoma con personalidad es un programa informático con forma de perro, llamado Rity, el cual vive en un mundo virtual tridimensional, dentro de un ordenador.
Así que si ya cuesta lidiar con las personalidades de los humanos y animales que nos rodean, preparémonos para buscar “electrodomésticos” compatibles con nuestro carácter.
]]>Había un grupo de pescadores que años atrás, a través de un agujero en el hielo, lanzaban un sedal con anzuelo y lo dejaban toda la noche para al otro día recoger la captura. Para su sorpresa cada vez se hizo más frecuente que, a la mañana siguiente, encontraran el sedal recogido en la superficie sin el cebo en el anzuelo, pero ¿quien era el ladrón en esas gélidas latitudes? No lo supieron hasta que dejaron cámaras y descubrieron que los cuervos llegaban y subían el sedal sujetando cada tramo con una de sus patas, logrando de esta forma recogerlo por completo y robar la preciada carnada y con suerte algún pescado que hubiese picado el anzuelo.
Alex Kacelnik, investigador argentino y biólogo experto en la inteligencia de los cuervos se propuso investigar si esta capacidad natural se manifestaba también dentro del laboratorio con objetos manufacturados. Uno de los experimentos del biólogo consistió en enfrentar a la hembra “Betty” al problema de recuperar su comida dentro de una cesta depositada en el interior de un tubo cilíndrico. Después de varios intentos de meter la cabeza en el tubo sin llegar a poder alcanzarlo, Betty se fijó en un alambre plano dejado al lado por los cuidadores y lo tomó con su pico, introduciéndolo en el tubo, pero también fracasando en el intento. Entonces vino lo sorprendente: el cuervo, buscando un punto de apoyo para uno de los extremos del alambre y haciendo desde ahí fuerza con el pico, logró empujar el alambre hasta que le dio la forma de un gancho con un ángulo casi perfecto de 90 grados, con el que tras solamente dos intentos logró agarrar el asa de la cesta, subirla y comerse la comida que estaba dentro. Kacelnik destacó a los medios de comunicación la “capacidad de inferencia lógica” mostrada por Betty en una situación que, además, era nueva para ella. En palabras del propio investigador “el animal observa un problema, planea una solución y la ejecuta mediante una planificación anticipada y apropiada, en algunos casos, llegó a utilizar el gancho para una segunda función, sacar la carne de su receptáculo, por lo que son capaces de conceptualizar problemas, de entenderlos en algún nivel primitivo, quizás mediante una imagen mental”.
Bird making hook to access food from Cambridge University on Vimeo.
En un segundo experimento, Betty debía utilizar unas ramas de roble que le dejaron para ver si intentaba introducirla por un hueco, y así alcanzar la comida. El asunto es que ninguna rama cabía por el agujero y el cuervo comenzó con su pico a “lijar” una de ellas para reducir su diámetro. Una vez que logró pasarla por el hueco empujó con ella el receptáculo del alimento hasta que salió por el lado contrario del tubo. En este caso uno de los aspectos que más llamó la atención es “cómo el animal demostró un razonamiento matemático en la toma de decisiones”, ya que el cuervo adaptó el diámetro de la rama-herramienta al tamaño requerido. Incluso se ha demostrado que los cuervos de esta especie en estado silvestre fabrican herramientas con formas más perfeccionadas que aquellos criados en cautividad, sugiriendo la existencia de pautas de transmisión cultural entre los sujetos más allá de la herencia. Los cuervos, en este sentido, crean y utilizan herramientas “con mayor precisión que un primate no humano”, y manifiestan una tendencia natural a resolver problemas físicos mediante el uso de herramientas que aprenden a utilizar por si mismos, imitando a sus mayores e incluso a los cuidadores humanos.
Así, entre otras sorprendentes habilidades, pueden aprender a arrojar frutos secos de cáscara dura a la calle para que sean aplastados por los coches y de esa forma poderlos comer,
aprender a pescar insectos arrojando trozos de alimento al agua,
o pueden escoger a la primera, de entre varias piedras de distinto tamaño y peso, aquella que una vez arrojada sobre una plataforma le permita conseguir la comida.
Bird selects stones to access food from Cambridge University on Vimeo.
Pero los cuervos no solamente son capaces de fabricar herramientas, sino que incluso pueden tener en cuenta la perspectiva de sus congéneres para planificar sus acciones: cuando esconden comida y ven que un compañero les ha observado, la cambian de lugar después de que éste se haya ido, y curiosamente los cuervos que más precauciones toman son los que a su vez antes han sido ladrones de comida, ¿no les resulta familiar?
Cuentan que Konrad Lorenz, uno de los padres del estudio del comportamiento animal un día salió de su hogar con un paño negro en la mano; los cuervos confundieron este paño con un congénere y de ahí en adelante no dejaron de perseguir y hostigar a Lorenz, cada vez que salía y entraba a su hogar, transmitiendo este odio al atrapa cuervos a toda la familia de cuervos a través de sucesivas generaciones. Lo más interesante es que los ataques siempre se focalizaron solamente en él y nunca se generalizaron a otros seres humanos. ¿Es que acaso los cuervos lograban diferenciarlo perfectamente de los demás? Justamente experimentos recientes han demostrado que los cuervos reconocen perfectamente la cara de una persona en particular entre la multitud, pueden recordarla e incluso seguirla, a veces durante años. Los investigadores que molestaron a los cuervos han seguido siendo hostigados por el cuervo en cuestión, su familia e incluso por otros cuervos vecinos cada vez que entran y salen de la universidad, van a jugar al tenis, o entran en el aparcamiento en las inmediaciones de la facultad, y son reconocidos entre la muchedumbre aunque se afeiten, se dejen barba o porten sombrero, siendo el uso de máscaras su única salida para tener un paseo tranquilo por la academia y alrededores. A pesar de su aparente simpleza, el reconocimiento de caras es una capacidad lo suficientemente compleja como para que ciertas disfunciones cerebrales la alteren o para ser uno de los logros más difíciles de conseguir por los científicos que trabajan en el desarrollo de robots inteligentes. Así los cuervos son especialistas en lo que hasta hace muy poco era imposible para un ordenador, reconocer las caras de los seres humanos. Esta impresionante capacidad puede haber surgido en los cuervos durante el transcurso de su evolución como una necesidad de discriminar entre los seres humanos “amigables”, que dejan u ofrecen alimento, y “aquellos que no lo hacen” y pueden incluso a llegar a dañarlos arrojándoles piedras o disparándoles.
El refrán “cría cuervos y te sacarán los ojos” esta muy lejos de la verdad. En palabras de Lorenz “Nunca he visto a un cuervo tuerto y mira que se arriman”. De hecho los cuervos muestran una gran preocupación y cuidado por sus congéneres hasta el punto que no solamente recuerdan perfectamente al ser humano potencialmente dañino sino que también tienen muy claro quién es quién dentro de su sociedad, reconociendo las caras de sus demás compañeros. De esta manera los cuervos viven en una sociedad muy compleja, rica en vínculos y basada en el altruismo recíproco, es decir, en la historia de interacciones (favores, robos, engaños, ayudas) entre sus miembros. Así cada cuervo tiene claro, gracias a su gran memoria y capacidad de reconocimiento de caras, quiénes y cuántas veces determinados individuos los han ayudado, les han robado o los han engañado. Para que nos demos cuenta de cuan desarrollada es esta capacidad en los cuervos, los investigadores crearon un juego en que cualquier interesado puede poner a prueba y ver por sí mismo si puede reconocer las caras de los cuervos de la misma forma y con el mismo nivel de acierto en que los cuervos pueden reconocer nuestros rostros… ¡Experiméntelo usted mismo en el siguiente link!:
http://www.npr.org/templates/story/story.php?storyId=111040421
Los cuervos, esas negras aves poseedoras de un aura obscura y embrujada, asociada desde tiempos inmemoriales a la hechicería, esos pájaros que con su sola presencia auguraban guerras, hambrunas y epidemias y cuyo número de graznidos, perturbando la celeste tranquilidad del cielo, determinaba si moriría un hombre o una mujer. Estos compañeros de adivinos y magos en todas las culturas, fueron considerados en tiempos ancestrales para el Norte de Europa cómo el perfecto símbolo de la sabiduría y la modestia y siguen hoy en día embrujándonos con sus poderes, antes llamados sobrenaturales y que ahora vemos que son tan “naturales” e impresionantes cómo el mismísimo proceso evolutivo que los originó y continúa desarrollándolos.
]]>Si nos centramos en los comportamientos considerados como inteligentes y su presencia en el reino de las hormigas, nos encontramos con que el uso de instrumentos, que fue considerado durante tiempo como exclusivamente humano y elemento distintivo del mismo, se ha sugerido que podría existir en algunas especies de hormigas. Así, la hormiga europea usa pequeños palos, hojas y piedras para acarrear miel. Los incrustan en la superficie de la miel y así una vez que está totalmente cubierta logran sacarla y transportarla al nido. En un estudio sobre el uso de instrumentos en estas hormigas se les puso un recipiente con agua azucarada. Ocho hormigas se concentraron junto al cebo depositando, durante tres horas, más de 100 objetos, que terminaron saturando el líquido y convirtiéndolo en melaza. Solamente tras esta transformación procedieron a iniciar el acarreo de los objetos. Algunos expertos creen que entender esto como uso de instrumentos sería un error de interpretación, ya que se trataría mas bien de una derivación casual del un comportamiento frecuente en las hormigas, que consiste en cubrir con objetos sustancias y líquidos desagradables o pegajosos. Si bien este comportamiento de utilización de instrumentos podría haber surgido perfectamente de esta manera casual en el transcurso de la evolución, ¿qué hay en los mecanismos involucrados tras el proceso previos al transporte de objetos y el acarreo de miel, incluidos colocar y retirar los objetos? En esta misma línea, pero sugiriendo la posibilidad de cierto tipo de aprendizaje, otros autores piensan que este uso de instrumentos puede deberse a la competición ecológica, ya que cubrir la miel beneficiaría a varias especies de hormigas que compiten con especies dominantes provistas de reclutamiento masivo. El hecho de que haya mucha competición por el alimento puede estimular a algunas especies a utilizar nuevas técnicas de forrajeo, y cubrir sustancias pegajosas para llevárselas al nido son conductas que mejoran la eficiencia de forrajeo.
Otro ejemplo que sugiere algún tipo de comportamiento inteligente, de proceso de pensamiento en las hormigas, es el de dos especies de hormigas, una diurna y otra nocturna, que comparten exactamente los mismos pulgones, pero, curiosamente, en forma alternada. Cuando las nocturnas empiezan a ordeñarlos mandan un destacamento al nido de las diurnas y no permiten que ninguna más salga del nido, ¡pero sí que entren! Otras especies de hormiga tiran piedras para cerrar la entrada de los hormigueros de hormigas formicinas agresivas y más grandes que ellas, no les hacen daño pero sí evitan que salgan, pudiendo forrajear a los pulgones sin interferencias. ¿Cómo es que las hormigas nocturnas discriminan o “comprenden” que si las diurnas entran no hay problema pero sí lo hay si es que salen? ¿Es automático o existe cierto grado de proceso “pensante” en esta conducta? Yo me inclino a pensar que el hecho de que las hormigas puedan aprender fácilmente a acudir a cierta hora a cierto sitio donde van a encontrar comida a modo de cebo apoyaría la existencia de algún proceso cognitivo en ellas.
Una investigación publicada recientemente en Nature sugiere que existe entre las hormigas una gran capacidad de “entendimiento”, y que incluso pueden aprender comportamientos a través de la observación de los actos de otros miembros del hormiguero. Si esto fuese cierto, estos insectos sociales son posiblemente la primera especie animal en la que se comprueba que existe la enseñanza en una relación bidireccional el tipo “profesor-alumno”. Habrá que estudiar más profundamente si realmente existe enseñanza activa en las hormigas (tal cual se ha sugerido en algunos primates y cetáceos), y comprobar qué tipo de mecanismo existe tras estos comportamientos. En todo caso, para mi, sea “entendimiento” o sea el caso de que todas estas sorprendentes conductas en las hormigas hayan surgido por mero azar a través de la selección natural, y sean realizadas de manera automática y prácticamente sin ningún tipo de aprendizaje o inteligencia “pensante”, no deja de ser igualmente interesante.
Si bien en la inteligencia no todo es tamaño, sino que lo relevante es la complejidad del cerebro, el cerebro de una hormiga parece estar lejos de poseer esta facultad, posee solamente 250.000 neuronas, por lo que se necesitaría una colonia de 40.000 hormigas para obtener un cerebro tan grande como el del ser humano. Son muchas hormigas sí, pero pensando en esta cantidad, me viene a la mente el caso de la supercolonia de hormigas argentinas que se extendía a lo largo de 6.000 kilómetros de costa, desde Italia hasta Galicia, y que forma el mayor superorganismo colectivo viviente conocido, compuesto por millones de hormigueros cuyos miembros están, de alguna manera, interconectados. No es difícil pensar en esta colonia como un supraorganismo que supera con creces el tamaño de las interconexiones neuronales de varios cerebros humanos.
Así que no es de extrañar que las hormigas se hayan convertido en modelos de estudio del comportamiento y la comunicación de las neuronas, en la fabricación y comunicación de las neuronas artificiales, y en estudio de los “sistema emergentes” en general, ya sean neuronas, ciudades y o software que a partir de la interacción simple entre sus elementos (microconductas) crean un patrón complejo en una escala superior (macroconducta). Esto es, la suma de programas automáticos de conductas muy simples que generan finalmente conductas complejas.
Así, las hormigas son capaces de crear colonias “inteligentes” que se autorregulan en función de sus necesidades al igual que los habitantes de una ciudad crean barrios y estructuras para gestionar la información que circula en ellas o un software es capaz de “aprender” por sí mismo. Es interesante el trabajo de unos investigadores de Granada que han diseñado un sistema para la movilidad de las tropas militares dentro de un campo de batalla siguiendo los mecanismos que emplean las colonias de hormigas para desplazarse, desarrollando un software que permitiría a las tropas del ejército definir el mejor camino dentro de un campo de batalla militar, considerando que dicho camino lo recorrerá una compañía y que ésta deberá tomar en cuenta criterios de seguridad (llegar al destino con el número menor de bajas posibles) y rapidez (llegar al destino lo más rápidamente posible). El simulador podría servir también para resolver otros problemas de la vida cotidiana tales como problemas de planificación, optimización de combustible, distribución de mercancías en forma eficiente o ayudar a servir al mayor número de clientes partiendo de un almacén central considerando el menor número de vehículos posibles.
Sean individuos inteligentes o un macroindividuo inteligente, en un mundo de hormigas no sorprende que todos los lenguajes humanos tengan una palabra para denominar a las hormigas, lo que las convierte en uno de los animales más nombrados por todas las culturas humanas. Su estudio ha creado y derrumbado grandes teorías sobre la cooperación, el altruismo y la selección de grupo. Así, han sido objeto de ejemplo de nuestra propia organización y de la naturaleza humana, en lo que se refiere a la estratificación social en sistemas de castas claramente diferenciadas o como modelos utópicos de sociedades humanas cooperativas basadas en el beneficio del grupo por sobre el del individuo. Y también han servido para asumir que incluso ellas, símbolos de la cooperación y el beneficio grupal, pueden llegar a moverse también por motivos individuales y egoístas. Pero una de las razones fundamentales por las que considero a las hormigas como paradigmáticas es que nos permiten cuestionar el tópico del supuesto “alejamiento de la naturaleza” por parte del ser humano, ya que su éxito, en gran parte, se debe a muchas conductas que vemos como “no naturales” en nuestra especie, tales como el esclavismo, las guerras, las conquistas y las reconquistas o el maquiavelismo y, sin ir más lejos, la administración y utilización de animales y vegetales para nuestro beneficio. Creo las hormigas suponen, además, una lección de humildad para nuestra especie. Nos guste o no, estos diminutos insectos, a los que muchas veces tratamos de insignificantes, son igualmente exitosos e influyentes en los ecosistemas en los que habitan y comparten con nosotros atributos que siempre hemos creído exclusivos de nuestra especie o de mamíferos que se nos parecen. Si nuestra especie desapareciera, los insectos sociales como las hormigas seguirían adelante, pero si fuera a la inversa, dado el impacto y la importancia que tienen en la ecología del planeta como dispersadores de semillas y polinizadores, nuestra capacidad de supervivencia sería más cuestionable. Quizá lo que perduraría de nosotros serían, gracias a ellas, muchas de nuestras características conductuales evolucionando, eso sí, en un mundo de hormigas.
]]>La superioridad que representan las hormigas en los bosques tropicales me quedó clara el día en que, cabalgando por la selva amazónica del Manu junto a un grupo de turistas, nuestros caballos se detuvieron de golpe, comenzaron a corcovear muy nerviosos y no pudimos continuar la marcha. El suelo y la vegetación vibraban de una forma que parecía que todo hervía en frente nuestro. En ese momento el guía nos indicó que no podíamos seguir adelante ya que el camino estaba cortado por una batalla de hormigas en la que una especie estaba librando una guerra contra otra para capturar esclavos. Así descubrimos que estas hormigas cada año realizan algunas incursiones en los hormigueros vecinos de otras especies, capturando larvas y pupas que luego criarán en su propio nido, para utilizarlas cuando completen su desarrollo a modo de obreras. Nosotros habíamos sido los afortunados de presenciar una de éstas. Otra historia que escuchamos es que existía una fecha determinada en que hordas de hormigas legionarias recorrían la selva y cubrían de negro incluso algunas casas de los poblados. Cuando esto ocurría nadie debía moverse y había que permanecer en calma mientras una alfombra negra de miles de hormigas migraban por la selva, hormigas cuyas picaduras por su gran número podían matar a los seres humanos si estos se ponían nerviosos y se movían abruptamente. La selva estaba llena de leyendas y entre ellas, las hormigas, tenían un papel protagonista.
Creamos o no en estas historias, la realidad del mundo de las hormigas supera con creces cualquiera de las fantasías que en torno a ellas se puedan elucubrar. Estos insectos ya eran bastante exitosos antes de que el ser humano apareciera en la historia de la vida. Hormigas muy parecidas a las que conocemos hoy en día habitan la tierra desde hace unos 120 millones de años. De hecho, hace muy poco se descubrió una especie de hormiga que habita en la selva amazónica, pálida, ciega y depredadora, prácticamente idéntica a estas primeras hormigas. Pero su gran éxito se produjo unos 60 millones de años después, cuando algunas de ellas diversificaron sus dietas y se adaptaron a las plantas con flores, alcanzando así la supremacía ecológica que las caracteriza en nuestros días. Desde esos tiempos, la relación de las hormigas con las plantas sigue siendo muy importante, hasta ejemplificar casos de coevolución y cooperación impresionantes en los que, por ejemplo, algunas plantas proporcionan néctar a las hormigas a cambio de protección contra los herbívoros. Esta protección es tan feroz que he llegado a ver árboles en los que no crece nada en un radio de un metro y a los que realmente no te puedes acercar a más de esta distancia porque si no las hormigas que lo protegen te lanzan un chorro de ácido fórmico que puede ser muy dañino.
Supuestamente la agricultura y la ganadería son los grandes inventos e hitos en la historia humana pero, mucho antes, las hormigas ya las habían inventado junto al pastoreo, la esclavitud y hasta los pesticidas. En cuanto a la agricultura, un ejemplo muy claro son las famosas hormigas cortadoras de hojas, quienes cortan pedazos de hoja y los transportan hasta sus hormigueros, donde los usarán como medio de cultivo de los hongos de los que se alimentan, tras trocearlos y humidificarlos. Además, en los cuerpos de algunas de estas especies se han hallado receptáculos en los que crían bacterias a las que alimentan con secreciones de su propio cuerpo. En caso necesario, pueden utilizar a estos microorganismos como pesticidas para defender sus hongos del ataque de parásitos. Siguiendo con la medicina natural, las hormigas rojas buscan la resina seca de los árboles y el esfuerzo que esto les demanda es el equivalente a una persona transportando 10 veces su propio peso en una maratón. Tanto trabajo se justifica, ya que estos montones de resina se distribuyen a lo largo de toda la superficie de la colonia y cada vez que una hormiga pasa por ahí se desinfecta las patas, debido a que la resina, por ser la defensa de los árboles frente a las lesiones, tiene bactericidas y fungicidas que protegen a las hormigas.
Además de la invención de la agricultura y el uso de pesticidas, las hormigas inventaron el pastoreo y la ganadería, lo que realmente significa que solo las hormigas y los seres humanos tenemos animales domésticos. Los animales domesticados por las hormigas son los pulgones, a quienes las hormigas les beben la melaza que estos segregan mientras liban los jugos dulces de las plantas. Estas hormigas, al igual que muchas culturas pastoras humanas, son nómadas y cuidan mucho a sus animales domesticados (sus pulgones); los transportan a nuevas plantas con hojas frescas cuando estos agotan sus jugos, llegando incluso a reunir sus rebaños bajo grandes hojas antes de que llueva (cómo las hormigas detectan la lluvia aún es un misterio) y cuidan especialmente a las madres de los pulgones transportándolas sobre su cabeza mientras a los de menor tamaño los trasladan con sus mandíbulas.
Podríamos dedicar capítulos enteros solamente a más ejemplos increíbles de especialización y adaptación en el mundo de las hormigas. Bastaría con decir que existe una especie que puede sobrevivir hasta dos semanas bajo el agua y que también son los animales más fuertes del planeta en relación a su tamaño, ya que son capaces de levantar 50 veces su propio peso y 30 veces el volumen de su cuerpo. El primer lugar de las armas letales que existen en el reino animal perfectamente se lo podría llevar la “hormiga bomba”, una especie de hormiga asiática que cuenta con soldados que, al igual que los kamikazes o terroristas modernos, entran en el campo de batalla dentro de las filas enemigas de otras especies de hormigas, rompiendo unas glándulas en sus abdómenes y estallando en mil pedazos, literalmente hablando, con las que liberan esquirlas y gases tóxicos, al igual que bombas de racimo, aniquilando a los enemigos que se encuentren en el área a costa de su propia vida y en beneficio de la vida del hormiguero. Podemos hablar también de la vanguardia del “feminismo” en las hormigas, que parece cuestionar la necesidad de los machos para la supervivencia de una especie, ya que una hormiga, “amazónica”, por cierto, ha evolucionado hacia una población formada únicamente por hembras que han renunciado al sexo, prescindiendo de los machos y desarrollando un sistema de reproducción basado en la clonación, en el que todos los ejemplares son clones de la reina de la colonia y su aparato reproductivo se ha degenerado de tal manera que les resulta imposible copular con otros de su especie. De esta manera, son las hormigas reinas las que controlan la población de las colonias, produciendo hijas idénticas y las obreras, en cambio, son estériles.
Pero lo que más llama la atención de las hormigas es, sin duda, su trabajo cooperativo. Se supone que la forma cooperativa de búsqueda de alimento en masa, un elemento dominante en el comportamiento de muchas hormigas, pudo haber comenzado como una manera de cazar a las presas grandes para luego, en el transcurso de la evolución, derivar hacia ir en grupo por una presa más pequeña y de ahí evolucionar a comportamientos cooperativos mas complejos. Caso sorprendente es el de las hormigas “pote de miel” quienes utilizan sus propios cuerpos como contenedores de almacenamiento de alimento para el resto del grupo. Otro comportamiento increíble es el que se observa cuando las hormigas deben emigrar y han de cruzar terrenos inundados, para lo que crean una superficie enlazando las patas de todas las obreras como una balsa salvavidas de hormigas transportando a todos los miembros de la colonia y teniendo especial cuidado en que la hormiga reina disponga del mejor lugar. De la misma forma, las hormigas pueden crear puentes entre ellas para que otras hormigas pueden cruzar de un arbusto a otro. Impresionantes también son los hormigueros subterráneos que construyen gracias a su trabajo en equipo, obras arquitectónicas fascinantes que llegan a tener chimeneas para extraer el exceso de dióxido de carbono.
Todos estos ejemplos de cooperación y trabajo en equipo han llevado a pensar que las hormigas trabajan y se sacrifican por el resto. De hecho, del estudio de su comportamiento surgió la idea del altruismo por parentesco y fue esta idea la que llevó a Edward Wilson a intentar ampliar el concepto de selección natural, aplicándolo a los sistemas sociales y a la conducta social de los animales, incluidos los seres humanos, creando una nueva síntesis biológica evolutiva llamada Sociobiología. En esta síntesis las hormigas se convirtieron en los mejores ejemplos de cooperación y búsqueda del bien grupal. Sin embargo, recientemente, la hormiga está cambiando de imagen y perdiendo su papel de “cooperadora por excelencia”. La creencia de que la hormiga reina es de algún modo elegida de forma aleatoria por el resto y con ese fin se alimenta cuidadosamente y que por lo tanto cualquier cría tiene la misma probabilidad de llegar a ser reina parece desmontarse. Los científicos han descubierto que algunos machos se comportan de forma egoísta y pasan sus genes a un grupo selecto de hembras y además protegen solamente a su descendencia para así asegurar el orden de la colonia, en un régimen despótico en el que unos viven a costa del trabajo de la mayoría. Incluso las líneas genéticas de las colonias hacen pensar a los investigadores que los machos portadores del gen que provoca esta conducta egoísta esparcen su esperma en distintas colonias para que nadie note la ventaja que dan a sus descendientes. Las hormigas que poseen determinados genes con ventajas para alcanzar el poder podrían ser detectadas por el resto, por lo que sus padres además las protegen para evitar ser descubiertas. Este estudio ha desmentido el hecho de que las sociedades de las hormigas se basen exclusivamente en la cooperación y el igualitarismo, de forma que la corrupción por el poder en su sistema abunda tanto como en la especie la humana. Así que tomando en cuenta todas estas características, por lo menos en cuanto a manipular y aprovecharse de los demás para hacerse del poder, parece que no hay otro insecto más humano que la hormiga. Dejémosles pues el lugar que se merecen en nuestros picnics…
]]>Podemos sumar a esta muchas otras anécdotas. En Suiza también hubo un caso muy conocido de un pastor que silbaba cada día una melodía en forma bastante desafinada hasta que un día escuchó cantarla a un mirlo, quien, muy por el contrario, por cierto, no fallaba en la afinación. Existe el caso de un loro gris al que le habían enseñado a silbar fragmentos de la música de Beethoven. Cuando se le decía, por ejemplo “sonata pastoral”, el animal silbaba un trozo de esa sonata. Durante varios días escucharon al loro y anotaron lo que cantaba comprobando que el tono era siempre el mismo. Pero, un día, estando el loro al sol se puso a silbar por iniciativa propia todo lo que sabía ¡pero esta vez en tonalidades diferentes!. Algo realmente importante porque solamente se puede lograr cuando un músico no hace uso de una afinación absoluta, sino relativa.
Los animales han sido fuente de inspiración para muchos músicos. Otro ejemplo es el de Walther, quien alrededor del 1650 imitaba el canto de las aves para componer música de cámara o el de a los clavecinistas franceses del siglo XVIII, quienes escribieron numerosas composiciones relacionadas con los cantos de los jilgueros, las tórtolas o los ruiseñores. Compositores famosos, como Haydn, Wagner o Saint-Saëns en su obra el carnaval de los animales, aluden a las aves o incluso las imitan. Vivaldi también las homenajeó en su concierto del cuclillo, y un jilguero inspiró su concierto para flautas “Il gardellino.” Telemann también lo haría en su aria del ruiseñor, y Händel en su obra el cuclillo y el ruiseñor. Bach y Beethoven también están entre ellos; en la VI sinfonía de Beethoven el canto de un pinzón es seguido por el de una codorniz y luego de un cuco. El cuco es una de las aves más populares dentro de la música occidental e incluso aparece en una fuga de Bach en un contrapunto con una gallina. Hacia 1700, John Hamersley publicó en Londres un libro con melodías especiales para pájaros, que les podían ser enseñadas mediante el flageolet. A principios del siglo XX, el cantante Frangcon Davies relató como un petirrojo americano practicó su propio canto en el Central Park de NY hasta que aprendió a emitir las notas de manera tan clara y afinada que su melodía pudo ser transcrita a un pentagrama. El tercer concierto de piano de Bela Bartok fue inspirado por las aves del norte de Carolina, donde Bartok vivió durante la composición.
Creo no equivocarme si afirmo que dentro de esta línea el músico más importante, y figura fundamental del serialismo, por cierto, fue Olivier Messiaen, quien en 1931 se interesó por el canto de los pájaros, los sonidos del agua y del viento cómo la música creada por Dios. Después de años de tomar apuntes de las diferentes aves de los bosques de Francia y de realizar una exhaustiva clasificación ornitológico-musical, Messiaen pudo componer su extenso y ambicioso “Catálogo de pájaros para piano”. En sus propias palabras “Los pájaros son músicos: primero escuchan las gotas del agua y los silbidos del viento y luego cantan.”
Así podríamos enumerar una larga de lista de diversos músicos que antes y después de Mozart se han inspirado en los sonidos de los animales para crear algunas de sus obras.
Este interés en tocar música inspirada en aves y/o otras especies está presente desde los albores de la humanidad y continúa vigente hasta nuestros días. La mayoría de la música étnica contiene cantos que hacen alusión a los sonidos de los animales y también en muchos casos cumplen la función de comunicarse con ellos por medio del trance inducido por la música. No es de extrañar que así como las pinturas rupestres se utilizaban como rituales de caza o adoración a los animales, también la voz y los instrumentos musicales encontrados con más de 50.000 años nos hablen de que ya los neandertal podrían haber creado música y posiblemente con estas mismas funciones. Relatos antropológicos nos hablan de los esquimales que atraen a los patos por medio de cantos para cazarlos, similares a los cantos grabados de la mujer chamán de la etnia Selk’nam, antiguos habitantes de la tierra del fuego hoy ya extintos. El chamán Selk’nam, en períodos de hambruna, era instado por la gente para que trajese una ballena a la playa. Este cantaba durante 3 a 4 días seguidos un canto, imitación del canto a una ballena en agonía, lo que se suponía que la atraería a la costa.
Actualmente existen músicos que, siguiendo esta tradición de música chamánica, buscan comunicarse con animales por medio de la música e instrumentos modernos. Jim Nollman, un guitarrista norteamericano, lleva dos décadas realizando experimentos de comunicación con ballenas, delfines, búfalos y pavos, entre otros, y reuniendo diversos artistas con el fin de entablar comunicación con otras especies por medio de la música. ¿A que les suena esto? ¡un claro ensayo digno de Encuentros en la tercera fase! Jim se embarca en su estudio de grabación marítimo e improvisa blues reggae con las orcas y ballenas, invita a monjes tibetanos a cantarles mantras y graba cualquier vocalización que los animales pudieran emitir, las que en muchos casos describe como diálogos musicales. Aunque su iniciativa y experiencias son fascinantes, aún estos estudios no pasan el filtro del método científico.
También la corriente del new age utiliza y se inspira muchas veces en los sonidos de la naturaleza para sus composiciones. Entre sus más destacados y pioneros exponentes está Paul Winter, ex músico de jazz con su discográfica Living Music, quién compuso junto al científico y músico Roger Payne el álbum “Whales alive” inspirado en el canto de las ballenas jorobadas.
Actualmente no solo de new age se nutre esta tendencia (necesidad) que nos acompaña desde los albores de la humanidad. Los lobos con su aullido a coro han inspirado innumerables canciones, y sus parientes domésticos, los perros, quienes a partir del aullido y de su relación con nuestra especie, han dado lugar a nuevas vocalizaciones, ladridos y gemidos, que a muchos dueños los han sorprendido en diálogos musicales. Incluso los perros han participado improvisando con sus aullidos en composiciones de blues y rock, como dos blues de los padres de la música psicodélica, Pink Floyd.
Las relaciones animal-música humana parecen ir en ambos sentidos. Numerosos son los casos de aves como estorninos y loros) que imitan y aprenden melodías de canciones populares, clásicas óperas, etc. con suma facilidad. Esta habilidad obviamente se ha entrenado a voluntad por los dueños de mascotas y espectáculos, pero muchas veces surge espontáneamente por parte de las mismas aves, sorprendiendo a los dueños. Además, el gusto por la música de muchos animales también se ha documentado. Belugas (un cetáceo cercano a los delfines) y ballenas han sido rescatadas tras estar atrapadas en el hielo (las primeras) y en ríos (las segundas) por medio de música, que ha servido como guía para su salida. Y los tiburones han sido atraídos para ser filmados y vistos por los submarinistas por medio de la música del grupo de hard rock AC-DC.
El gusto o la facilidad por la música en los elefantes ha dado pie a que en Tailandia un neurólogo y un biólogo haya creado y dirigido una orquesta compuesta totalmente por elefantes que tocan “lo que les place” y utilizan diversos instrumentos como el “renat”, una especie de xilófono tailandés, una gran harmónica, un gong, un sintetizador y numerosos tambores. La “Thai Elephant Orchestra”, compuesta por once paquidermos ya tiene a su haber dos discos cuyos beneficios se destinan a la preservación de los elefantes de Tailandia.
En esta misma línea Don Ritter creó el “teclado elefante”, un instrumento musical controlado por ordenadores especial para que los paquidermos toquen su propia música
Recientemente las estrellas del rock Paul McCartney y Peter Gabriel han creado música y han logrado hacer sesiones de improvisación de jazz junto a dos bonobos o chimpancés pigmeos, como parte de un proyecto de investigación con estos simios, que son nuestros primos primates más cercanos genéticamente hablando. Este trabajo se centra en investigar cómo el desarrollo de habilidades lingüísticas está relacionado con la cognición musical en animales. Según Peter Gabriel “comprenden a la perfección lo que les digo, si les pido que toquen las teclas blancas, lo hacen; si les pido las negras, también, yo, en cambio, no entiendo nada de lo que ellos dicen”. Esta experiencia dio lugar al tema ”Animal Nation”, que en la simpleza de su composición y en el mensaje de sus letras creo resume la relación ancestral de la comunicación musical humana y animal
Animal Nation
I didn’t meet you in the jungle
Swinging from a tree
I sat down at the piano
You were playing with me
I couldn’t believe all the things you could do
The apes I’ve seen were in the zoo
They say we are unique with this language that we speak
But you have proved them wrong
Skinner and Chomsky, how could they be so blind
With evidence this strong?
Intelligent life is all around us
Intelligent life is all around us
When you watch King Kong or The Planet of the Apes
Upon your video screen
When the animals die, tears fill your eye
And you question what you’ve seen
Intelligent life is all around us
Intelligent life is all around us
Hey, bonobo woman
Hey, bonobo man
Look in your eyes
That’s where I come from
Hey, bonobo woman
Hey, bonobo man
Talk to me now
I am listening
You can search the internet
You can use your video phone
To call another friend
If we gave you all the tools
You can do whatever you want
Who knows when this will end
Intelligent life is all around us
Hey, bonobo woman
Hey, bonobo man
Look in your eyes
That’s where I come from
Hey, bonobo woman
Hey, bonobo man
Talk to me now
I am listening
Hey, bonobo woman
Hey, bonobo man
Look in your eyes
That’s where we come from
Hey, bonobo woman
Hey, bonobo man
Talk to us now
We are listening
Bonobo calling me now x12
Starting to hear the things you’ve said
Getting to know what’s going on in your head
There’s no humans on the line
But there’ll be plenty more there in good time
Dolphins, cats, and elephants
This is not some wild romance
Just look in their eyes and say it’s not true
Look in their eyes, they’re checking out you
Communication with the Animal Nation
We are in communication with the Animal Nation
Sin ser en absoluto experto en este tema, me propuse averiguar un poco sobre la respuesta a la pregunta que mi colega amigo había hecho a los doctores, dado, por una parte, a mi interés en la psicología evolutiva y, sobre todo, por lo habitual que me estaba siendo escuchar la cantidad de niños que están siendo diagnosticados y tratados con fármacos por este problema (no sé si esto es así en todos los países, pero en el mío, Chile, es realmente frecuente –aunque no sé si lo frecuente es el síndrome o solamente el diagnóstico–). Mi duda principal era saber si el déficit atencional asociado o no a la hiperactividad había servido o servía aún para algo y, en función de esto, hasta qué punto se justifica clasificarlo como una enfermedad, una anormalidad o un remanente evolutivo necesariamente negativo en la actualidad y, por lo tanto, una característica que hay que eliminar y controlar químicamente como parece que está siendo el caso, en los cerebros de nuestros semejantes.
Me sorprendió saber que en el DSM IV, (Manual Diagnóstico y Estadístico de las Enfermedades Mentales de la OMS) se deja claro que no existen pruebas de laboratorio establecidas para el diagnóstico de este trastorno. ¿Es entonces realmente un trastorno neurobiológico? El déficit atencional se entiende comúnmente como una condición que produce alteraciones en la capacidad de atención y de concentración y se manifiesta en niños o adultos con inteligencia normal, y algo importante, puede o no presentarse asociado a la hiperactividad o a la impulsividad. Se supone que lo que caracteriza a la persona con déficit atencional es la mayor frecuencia e intensidad de estas conductas si se lo compara con sus pares de la misma edad. Asumiendo nuevamente que tampoco soy un experto en neurobiología, hasta donde he averiguado, no existen exámenes de dopamina o de otro químico que se realicen a las personas a los que se les administran estos fármacos y, por lo tanto, no existe ninguna prueba de anormalidad en la química del cerebro de los que padecen esta supuesta ”enfermedad”, las pruebas para diagnosticarlo son mas bien conductuales. Si la etiología exacta del síndrome no se conoce bien, y si existe una falta de tests químicos y conductuales claros para su diagnóstico, entonces, esta claro que la comparación de si el niño es normal o anormalmente hiperactivo o manifiesta falta de atención es muchas veces de índole subjetiva. Creo, por lo tanto, que es muy fácil que profesores y padres con poca paciencia o con falta de conocimiento en técnicas de modificación conductual abusen tanto del “déficit atencional”, que conductas normales de los niños como falta de atención, exceso de actividad o impulsividad sean confundidas con un genuino déficit atencional. Esto, obviamente ha llevado a diagnosticar a niños con este problema con excesiva frecuencia y, por lo tanto, a la administración excesiva de fármacos, con los riesgos que esto conlleva. Pensemos sobre las consecuencias que tiene que miles de niños estén hoy en día siendo medicados con psicofármacos cómo el metilfenidato, una droga psicoestimulante, que pertenece a la familia de la cocaína, en pro de la buena conducta y la excelencia académica.
En cuanto al déficit en sí se sabe bastante poco, pero experimentos modernos han demostrado que las personas que lo tienen se desempeñan de forma normal, e incluso mejor que los demás, en tareas en las que hay que prestar atención a varias cosas a la vez y en las que hay que orientarse espacialmente. Esto ha llevado a algunos científicos a pensar que el síndrome consiste, más que en un déficit atencional que afecta en general a la atención, en una distribución distinta de la atención en donde se presta atención a más lugares dentro del espacio visual y por menos tiempo que los niños normales. Algunos científicos han postulado que esta estrategia atencional podría corresponder a un sistema de atención más primitivo, en tanto que los mecanismos de atención sostenida que hoy valoramos en occidente habrían sido seleccionados en etapas más recientes de la evolución humana, en relación a la fabricación de herramientas, la aparición del lenguaje verbal, la lectura o la escritura.
Es decir, cognitivamente, el déficit atencional es en realidad ¡un exceso de atención pero por menos tiempo! Es estar atentos a muchos estímulos a la vez y no poder focalizarse fácilmente por largo tiempo en uno solo o unos pocos estímulos. Si bien el mundo tiene períodos y momentos del día de estabilidad, vivimos en un mundo de constante cambio y sometidos a muchos estímulos. En la naturaleza toda especie animal debe prestar atención a una gran variedad de estímulos provenientes del entorno y de los miembros de su especie para buscar alimento, pareja, refugio, huir de los depredadores y competidores y arreglárselas adecuándose con el terreno geográfico y las condiciones climáticas. Imagínese que usted es un cro-magnon hace 200.000 años y está intentando dar caza con su grupo de pares a un gran mamut. Debe prestar atención a los gestos y movimientos del animal mientras manipula su arma y corre, prestar atención al terreno por donde corre y mientras, al mismo tiempo, debe tener en cuenta las estrategias y movimiento de sus compañeros para cooperar en equipo y así poder dar caza al animal. Todo aquel individuo que pueda prestar atención a gran variedad de estímulos, ser ágil y activo, tendrá mayor probabilidad de éxito en su supervivencia y reproducción y dejará descendientes que porten en mayor grado estas características. En el medio ambiente de un cazador recolector ser concentrado, focalizado en una sola cosa, seguramente era una ventaja para planificar y para organizar la cacería, pero también lo era, por lo que hemos dicho, estar en el otro extremo y tener capacidad para prestar atención a muchos estímulos al mismo tiempo. En la actualidad, los que están en un extremo de la focalización o atención a pocos estímulos son diagnosticados como obsesivos compulsivos, y si no es en exceso se adaptan muy bien al sistema educativo. Los que están en el otro extremo, sin embargo, y con cierta independencia del grado, son etiquetados con déficit de atención con hiperactividad.
Hay que tomar en cuenta que este tipo de comportamiento ha sido favorecido por la selección natural durante cientos de generaciones y sigue siendo favorecido a activamente en diversas culturas humanas, aunque no la nuestra. La cultura occidental ha decidido que dicha característica ya no es algo favorable y deseable en nuestro sistema educativo. Hace 200 mil años, en un ambiente de cazadores recolectores, seguramente era inútil estar 6 o 7 horas sentado escuchando a alguien; sin embargo, hoy lo es, aunque dependiendo de las habilidades y conocimientos que queramos enseñar. Sin embargo, creo que las conductas que se recogen bajo el síndrome atencional con hiperactividad si que pueden ser útiles en determinadas situaciones y actividades aún en la actualidad y dentro de nuestro mismo sistema social occidental. Por ejemplo, podría servir a deportistas, artistas, científicos, al comité creativo de cualquier empresa, a personas de negocios sometidas a un alto nivel de competitividad, personas que deben manejar, sopesar y evaluar muchas variables a la vez y en situaciones de decisión rápida. En ambientes monótonos, de pocos estímulos ambientales, o en situaciones en los que hay que concentrarse por largos períodos en una o pocas tareas con un bajo nivel de actividad motora está claro que es disfuncional, pero en ambientes ricos en estímulos en los cuales hay que prestar atención a muchos de ellos a la vez y por corto tiempo, tal cual es un ambiente natural o la bolsa de Nueva York, no sería un déficit la hiperactividad sino todo lo contrario.
Quizá no estemos, entonces, en la mayoría de los casos, ante un problema neurológico, sino más bien de raíz social. Es la adaptación al ritmo que exige el sistema educativo lo que esta en juego y no una “anormalidad mental” tras muchos de los casos diagnosticados con este problema. No se me olvida la imagen de la película The Wall (El Muro) de Alan Parker con música de Pink Floyd, en la que un profesor insertaba a los alumnos en una gigantesca máquina de moler carne. Me preguntaba en mis primeros años de estudio de Psicología si el rol de psicólogo en relación a la salud mental es solamente intentar arreglar a los humanos con problemas (¿patologías?) para adaptarlos a la máquina social que hemos desarrollado o también deberíamos revisar y cuestionar las instituciones, valores y normas sociales, ya que estas también, a su vez, podrían ser fuente y causa de alteraciones mentales.
Algunos niños con problemas conductuales en la escuela, y que son una pesadilla para los profesores y compañeros, pueden ser, por ejemplo, buenos deportistas. De hecho, ese es un elemento importante a la hora de un buen diagnostico ya que si el exceso de atención es en un alto grado puede ser realmente una patología y claramente se expresa en que existe una falta de coordinación motora. Sin embargo, muchos niños hiperactivos y con falta de atención antes de que existiera el tratamiento con fármacos han salido bien en la mayoría de las pruebas deportivas, han sido personas creativas y han tenido bastante éxito en los distintos trabajos en los que se han involucrado . En Chile hay una frase para los buenos alumnos, “le va bien en clases pero es tonto en los recreos” y la vida real también es como el juego que se realiza en los recreos y no solamente como el escenario de entrenamiento dentro de la sala de clases. ¿No estaremos sacrificando un futuro artista o deportista en pro de su adaptación y homogenización con sus compañeros en la escuela? Quizás a todos estos niños, en vez de drogarlos y doparlos adormeciéndolos, habría que darles un trato distinto, estimularlos de otra forma, poner mucho énfasis a los tratamientos conductuales igual que hace Cesar Milán, el encantador de perros, con sus mascotas y su formula mágica: ”ejercicio, disciplina y cariño”, de modo que no perjudiquen a sus compañeros y, por otra parte, no pierdan esa hiperactividad que puede ser fuente de grandes frutos en el futuro. ¿Cuantos grades científicos no deberán en parte su éxito a su exceso de atención a muchos temas y a su hiperactividad mental provocando que su atención divagara de un lado a otro hasta que dieron con la gran respuesta?
Al menos en Chile, durante estos últimos 20 años muchos niños tomaron Ritalin en algún momento de su educación. Cuando se los administraron pudieron concentrarse mejor en sus estudios, subieron las notas, dejaron de ser tan desordenados en clase, se llevaron mejor con sus compañeros (puesto que ya no eran una fuente de desorden y distracción para ellos), es decir obtuvieron resultados positivos para su rendimiento escolar y social dentro de la institución escolar. ¿Pero que sacrificaron? Veo a mi padre con más de 60 años, levantándose a las 6 am para realizar ejercicios, ver las noticias, salir disparado al trabajo, llevar adelante una empresa a su cargo con cientos de empleados en un mundo de negocios de alta competividad y cambio, y me pregunto si hubiese tenido el mismo éxito de haber sido tratado en su hiperactividad escolar con estos fármacos, y en mi padre me veo a mi mismo dedicado a una gran variedad de actividades en mi vida, afortunadamente sin poder realmente estar nunca quieto y me hago la misma pregunta mientras agradezco que no me hayan dejado tan tranquilo concentrado en una sola tarea.
]]>Cualquiera que conviva o trabaje con animales, dueños de animales domésticos, entrenadores, zooterapeutas, etc., no dudaría en afirmar que los animales sufren. He podido escuchar de primera mano el relato de pescadores y antiguos balleneros, quienes nos han relatado sobre cómo “lloran” las ballenas o los delfines cuando capturan a miembros de su grupo y, peor aún, cuando se da caza a las crías o las madres. Un ballenero en particular me relató cómo él, acostumbrado a dar caza a 16 ballenas diarias, no pudo contener el llanto al escuchar los tristes gemidos de la cría de una gran ballena a la que habían dado muerte. Algo similar han relatado también algunos ganaderos, gente que trabaja en mataderos, o los gauchos de la Patagonia, habituados a faenar corderos. Todos aseguran que los animales sienten dolor y sufren, lo que en más de una ocasión ha provocado la compasión de quienes deben lidiar día a día con la matanza de animales.
Por el contrario, un segmento importante de la ciencia se ha mantenido un tanto al margen o escéptica ante esta cuestión. Y es que ¿cómo saber o probar científicamente si los animales sienten dolor? Solo podemos tener certeza del dolor (como cualquier otra emoción o estado mental) cuando lo experimentamos directamente en nosotros mismos. Al dolor de los demás, sean humanos o animales no humanos, no podemos acceder de forma directa por lo que sólo lo podemos inferir de sus comportamientos externos, bien expresados verbalmente (que nos informen del dolor o emoción sufrida o experimentada), caso exclusivo, por tanto, de otros seres humanos, bien a través de otros comportamientos indirectos tales cómo gemir, quejarse, gritar o dar alaridos, retorcerse, hacer contorsiones faciales, retirar la zona afectada e intentar alejarse y huir de la fuente que provoca el dolor o expresar miedo si se vuelve a repetir, etc. Otros procedimientos indirectos de “medir” o acceder al dolor de los otros es el de recurrir a las imágenes cerebrales, representación de las zonas activadas ante los estímulos o situaciones que, potencialmente, pueden provocar dolor. Pero claro, todos estos signos internos o externos no son el “dolor en sí”, el sentimiento personal y por ende subjetivo, que experimenta un individuo. Si no tenemos acceso a la experiencia, ¿debemos, entonces, negar su existencia en los demás? Obviamente cuando se trata de seres humanos asumimos que sus gestos son señales claras de dolor, incluso más que lo que nos dicen (muchas veces con la palabra es más fácil mentir que con el cuerpo, y en eso se basan los aparatos detectores de mentiras). Quien ante gestos típicos de dolor de los otros no siente o se identifica con el dolor ajeno, o no siente culpa al provocarlo, se considera clínicamente que sufre de una patología mental y son diagnosticados como personas con trastornos de personalidad o psicópatas. El problema derivado de nuestro antropocentrismo es que este mismo modo de actuar no lo transferimos a las mismas señales corporales no verbales cuando son expresadas por otras especies, siendo que todos los mamíferos e incluso las aves presentan estas expresiones básicas . ¿Por qué esta diferencia?
Para entender las bases de esta postura hay que remontarse a Descartes, uno de los padres del método científico clásico y del paradigma mecanicista, quien pensaba que los animales eran meras maquinas sin sentimientos o emociones (tampoco pensamiento) y, al igual que la maquinaria de un reloj, no existía ni un alma ni un ser o conciencia de cualquier tipo dentro del animal que pudiera sentir dolor. Solamente los humanos, creados a imagen y semejanza de Dios, podíamos experimentar dolor y sufrir, dada nuestra capacidad de conciencia. Esto lo explicaba a sus alumnos mientras pateaba, incluso, a los perros, explicando que sus gemidos eran meras reacciones reflejas y no una genuina expresión de dolor. Elementos de este pensamiento cartesiano aún persisten hoy en día. Yo recuerdo como en la escuela, en la asignatura de ciencias naturales, debíamos anestesiar y cortar ratas con el bisturí bajo el adoctrinamiento de que no sufrían. Pero incluso en el caso de que lo hicieran, nosotros no debíamos identificarnos o empatizar con este sufrimiento y debíamos mantener “la mente fría” para llevar acabo nuestra tarea científica. Esta mente fría sigue siendo un atributo positivo dentro de algunos cursos universitarios en áreas como la biología o la medicina veterinaria y humana, tildando como “meros sentimentales” a aquellos alumnos que en sus primeros años se atreven a cuestionar la experimentación y la matanza indiscriminada de animales de laboratorio. Desde mi posición, algo claramente asociado a la ignorancia y fruto de un mal entendido papel del científico. Todo en aras de la objetividad, la rigurosidad y las soluciones prácticas.
Darwin, muy por el contrario a Descartes, en “Sobre la expresión de las emociones en el animal y en el hombre” sitúa a las emociones como fenómenos ”adaptativos”, y no como cualidades elevadas y únicas del ser humano atribuidos exclusivamente a su conciencia. Bajo esta perspectiva, la capacidad de sentir dolor obviamente mejora las esperanzas de supervivencia de una especie, puesto que ocasiona que los miembros de una especie eviten las fuentes del daño. Por tanto, bajo su teoría de la evolución por selección natural, rasgos de nuestro mundo emocional podían también encontrarse en las demás especies.
El sistema nervioso humano, además, no surgió de la nada ni es una creación especial “aparte” de la naturaleza, sino que “es parte” de un proceso evolutivo. En nuestro sistema nervioso los impulsos básicos y las emociones, e incluso los sentimientos, están localizados en el diencéfalo, el cual también está muy desarrollado en otras especies de animales, tales cómo los mamíferos y las aves. No es extraño, por lo tanto, que sus reacciones al dolor sean muy similares a las nuestras: elevación inicial de la presión en la sangre, pupilas dilatadas, transpiración, pulso agitado, etc., y si el estimulo continua, una caída de la presión sanguínea. Así, muchos científicos piensan que la evidencia apoya la afirmación de que, al menos los mamíferos vertebrados “superiores”, experimentan sensaciones de dolor tan agudas como las nuestras. Además, los animales clasificados como “inferiores” poseen sentidos mucho más desarrollados que los nuestros, como el olfato, la vista o el tacto, y ya que dependen de éstos, es lógico pensar que, incluso, sientan más, y no menos dolor que nosotros, si se ven afectadas las áreas que cumplen estas funciones. El filósofo Peter Singer piensa que es irracional suponer que sistemas nerviosos que son virtualmente idénticos, tienen un origen y una función evolutiva común y resultan en formas de comportamiento similares en circunstancias similares, puedan de operar de una forma totalmente diferente en el nivel de sentimientos subjetivos tales como el dolor. Huir de los estímulos desagradables y acercarse a los placenteros es la ecuación básica de todo el comportamiento en el reino animal. Esta simple ecuación produce el movimiento en todos los animales (a diferencia de los vegetales). Incluso organismos tan simples y primitivos como las amebas o las anémonas se contraen o huyen de un estimulo no deseado (potencialmente dañino) cumpliendo la función de protegerse y se acercan y fagocitan algún estimulo que les atrae (potencialmente alimento o pareja) cumpliendo la función de crecer y reproducirse. Y de ahí en adelante todos los animales presentamos el mismo patrón elemental, en eso se basa el conductismo (refuerzo negativo o positivo) o el psicoanálisis (principio del dolor y del placer), etc., etc.
Algunos experimentos para estudiar el dolor en animales se probaron lógica y paradójicamente provocando dolor a los animales y analizando sus reacciones, abriendo sus cráneos, escudriñando su cerebro y estimulando las zonas del dolor y del placer y registrando sus reacciones. A pesar de todo el dolor infligido a estos animales aún sus resultados no convencen a un segmento de expertos ¿es que acaso esperamos que el animal nos hable con palabras para estar seguros de que sienten dolor? ¿acaso sus gemidos no nos bastan? Creo que quizás ésta sea una de las consecuencias más graves del antropocentrismo, el solamente tomar el lenguaje verbal como señal inequívoca de la experiencia del dolor. Pero si fuera así llegaríamos al absurdo de pensar que no podemos saber si sufren los bebés o las personas con problemas en el habla. Está claro que nuestra corteza cerebral es bastante más compleja que la de las demás especies y que solamente nosotros tenemos la capacidad del lenguaje verbal y que, por lo tanto, si la conciencia fuera la cualidad que nos permite o no sentir dolor, entonces quizás los animales no deberían sentir dolor. Pero si la conciencia fuera la cualidad que nos permite dar una explicación al dolor que experimentamos, entonces los animales estarían condenados a un mayor sufrimiento, condenados al dolor sin posibilidad de explicación, como decía Konrad Lorenz, uno de los padres del estudio del comportamiento animal. Cuando voy al dentista al menos digo este dolor es por mi bien y es por evitar un dolor mayor aún si no lo hago, pero a los animales no humanos simplemente les duele igual que a un bebé humano que aún no tiene acceso al nivel del lenguaje y ante quién toda madre siente una impotencia enorme por no poder explicarle que es momentáneo y que se le va pasar, o cuál es la razón de su dolor. Aquí aparece justamente la distinción radical tan importante que establece la psicología del dolor entre el dolor, de origen físico, y el sufrimiento, de origen psicológico.
Si esto es tan claro para la mayoría, entonces ¿por qué ha sido tan difícil para la ciencia aceptar unánimemente que los animales sienten dolor? De hecho, para gran parte de los científicos es incluso más común admitir oficialmente que los animales pueden pensar a que pueden sentir emociones. Sorprendente, ¿no? Yo creo que básicamente esta dificultad radica en las responsabilidades y consecuencias éticas que esto implicaría. Si el mundo científico aceptara unánimemente que los animales sienten dolor habría que cuestionar bastantes procedimientos, usos y finalmente maneras en que nos relacionamos con el resto de las especies. Si además se aceptara clara y oficialmente que algunos incluso también pueden tener la capacidad de sufrir psicológicamente, las responsabilidades aumentarían aún más, ya no quedaría tan impune, sobre todo para los mismos científicos, el hacer sufrir a los animales no humanos.
Afortunadamente, las cosas están, aunque poco a poco, cambiando, en parte producto de las protestas de grupos activistas en defensa de los derechos de los animales, y en parte al propio avance del conocimiento científico y los debates éticos como consecuencia de ellos. Su fruto es un código internacional de bienestar animal que busca regularizar tanto la investigación como la producción de alimentos de manera que se minimice el sufrimiento animal.
Si bien a ciencia cierta no podemos afirmar que existen el dolor y el sufrimiento animal, tampoco podemos negarlo. La lógica sustentada en la teoría evolutiva, la opinión de la gran mayoría y nuestra propia experiencia, aunque subjetiva, apuntan a que es absurdo pensar que los animales no humanos no sienten dolor. En beneficio de la duda, lo más ético y razonable es asumir y legislar tomando en cuenta este muy probable dolor y sufrimiento animal.
]]>Desde este modelo, la agresión animal, y humana, es entendida como un mecanismo que, como si se tratara de un contenedor, va cargándose poco a poco hasta que “se llena”, momento en el cual ha de ser ‘descargado’ mediante la emisión de conductas agresivas. Pero este mecanismo no se llena solamente por estímulos del medio ambiente, como era el caso del espejo frente a mis peces, sino que puede desencadenarse espontáneamente sin ningún estímulo ambiental externo. En los tiempos en que fue formulado el modelo se realizó un experimento con gallos de pelea, a los que se mantuvo en condiciones de aislamiento hasta su madurez. Cuando fueron adultos estos animales combatieron con sus semejantes con las pautas de conducta típicas de su especie en situaciones sociales pero, y de ahí lo sorprendente, cuando no se les otorgó ninguna oportunidad de pelear, lo hicieron con su propia cola o atacaron con los espolones su propia sombra. Clara demostración de su impulso “innato” para la lucha. El modelo de Lorenz, su teoría instintiva de la agresión, no era normalmente bien recibida, siendo objeto de fuertes reacciones y críticas. Más de una vez fue increpado en sus exposiciones orales, a lo que el solía responder: “está bien, pero no es necesario que se ponga agresivo para discutirme”.
Y es que asumir que somos una especie agresiva por naturaleza no es fácil, de hecho, nos violenta bastante la idea.
El punto de vista contrario y que cae en la clásica dualidad instinto/aprendizaje, hoy genes/cultura, es el de que causa de la agresión, como la de cualquier otro comportamiento, está en el exterior. Esto es, es el medio ambiente o la sociedad quien crea, condiciona o refuerza la conducta violenta. Películas como “El experimento” y la recién estrenada “la Ola”, basadas en casos reales, muestran como, bajo condiciones ambientales muy claras y fácilmente reproducibles, la conducta violenta y “fascista” del ser humano se expresa fácilmente, de manera mucho más rápida de lo que los experimentadores y el profesor, en cada caso, pudieron haber previsto.
Entonces ¿todo el mundo puede convertirse en fanático? ¿El fanatismo estaría en nuestros genes esperando las condiciones adecuadas para expresarse de igual manera que cualquier otro comportamiento? Según los paradigmas instintivistas (Lorenz) y ambientalistas (Skiner), todos potencialmente podemos. Según otros, como el de la psicología del carácter, no. Por ejemplo Fromm, dentro de esta última linea, defiende la idea de que mientras para algunas personas funciona perfectamente el modelo hidráulico de Lorenz, para otras no funciona en absoluto. Para él, la clave de la agresividad se encontraba en la incapacidad de algunos caracteres ansiosos de soportar el malestar y la angustia que genera la duda existencial, entre otras cosas.
Ni todo es ambiente ni todo son genes, aunque yo más bien diría que todo es ambiente y todo son genes. En especies con plasticidad genética como la nuestra, y en gran medida las de los grandes simios y otros mamíferos sociales, estamos sólo parcialmente constreñidos por nuestra biología, lo que permite y potencia las diferencias individuales en el modo de satisfacer estos impulsos.
En la especie humana, al menos, los distintos modos de satisfacer nuestros impulsos biológicos se sustentan en la capacidad de representación mental de éstos. Nuestra mente, gracias en gran parte al poder del lenguaje, puede recrearse cualquier realidad, puede enfocar el mismo problema de infinitas maneras (por lo que nunca es el mismo problema) y dependerá de la flexibilidad o el apego que cada uno de nosotros tenga a estas representaciones la violencia con que las defenderemos, lo heridos y atacados que nos sintamos cuando las veamos cuestionadas o bajo amenaza y la poca capacidad de empatía que tengamos con las representaciones de los otros, es decir, con la capacidad de ver la “realidad” de los demás. Para mí aquí esta el meollo del problema de nuestra excesiva violencia como especie (o de cualquier otro comportamiento): en nuestra capacidad de representación mental. Atribuyamos a mis peces beta la capacidad de “pensar” sobre su propia realidad. Imaginemos que les hubiera dado por pensar que el supuesto pez (realmente su propia imagen) creía que el acuario le pertenecía por derecho animal o divino. Si sumamos el poder de este pensamiento a su impulso innato a cargarse de agresión cada vez que ve la imagen de otro macho y atacarlo, imaginemos el tremendo efecto, su capacidad de retroalimentar y aumentar esta carga agresiva. Si, además, el pensamiento se rumia constantemente y se suma al pensamiento de las hembras de su harén, con capacidad de comunicárselo y compartirlo, cargándolo aún más de agresión; si además, les otorgamos una buena memoria, que podría almacenar batallas en las cuales el otro macho mató a una de sus crías, etc., etc., no hace falta que les describa el nefasto final. Cuando esta pre-programación biológica de una agresión adaptada a las necesidades de defensa y, por ende, supervivencia, se une a la representación mental, ya sea individual o colectiva, de un enemigo y de una recompensa a cambio de la defensa de mi grupo (sea honor, vírgenes en el paraíso, la tierra prometida, el reino de los cielos, la gloria de Dios o lo que sea), tenemos el caldo de cultivo para el fanatismo extremo. Cuando uno comulga con una idea, y detrás de ésta, con un grupo o líder carismático de la idea, disminuye el miedo a las incertidumbres de la existencia, encuentra un lugar de pertenencia, unas categorías mentales que le permiten organizar su mundo y sus ritos de interacción. Cuanto más cerrado y sectario sea el grupo, más seguro será, y generará más seguridad y “felicidad” a quien se adscribe. De esta forma, todos los mecanismos innatos de la agresión en defensa de nuestra idea y nuestro grupo se dispararán contra quienes supongan una amenaza. De ahí que el racismo, el fanatismo y la intolerancia provoquen euforia y tengan un efecto unificador, basado en el amor a los iguales y odio a los diferentes. “Tienes el mismo enemigo que yo, gracias al odio, nos amaremos”. Por eso el fanático también es un gran altruista y lo mismo nos echa los brazos al cuello porque nos quiere, que se lanza hacia nuestra yugular si demostramos ser irredentos. “En cualquier caso echar los brazos al cuello o lanzarse a la yugular es casi el mismo gesto”. En la misma linea, Cyrulnik, etólogo y psiquiatra experto en la reparación de traumas de guerra, explica cómo hoy el Medio Oriente está lleno de héroes y kamikazes, quienes tienen la función de reparar la identidad de un grupo humillado y por lo tanto están sometidos a un discurso social y prestos a morir por la realización de esta utopía. El tema es que con su muerte el héroe no sólo reparará a su pueblo humillado, sino que será aún más amado y vivirá eternamente en la representación de su pueblo gracias a su sacrificio heroico.
Esto concuerda con la idea de Fromm de que a las personas muy ansiosas les cuesta soportar la incertidumbre y pueden estar más predispuestas a caer en actitudes agresivas y fanáticas si se dan las circunstancias ambientales adecuadas. Por lo tanto la convivencia con la incertidumbre y la duda resultan fundamentales a la hora de que caigamos o no en una actitud fanática. Al contrario de lo que mucha gente podría pensar, si nos acostumbráramos a vivir más en la duda y en la ambivalencia habría más cuestionamientos, discusión y debates, lo que nos permitiría tomar más en cuenta la opinión de los demás. ¿Dónde está el bien, dónde está el mal? Esto no estaría tan claro. ¿Son los Palestinos o los Israelíes quienes tienen razón? Eso depende. Según Oz ,“los judíos israelíes quieren exactamente la misma tierra por exactamente las mismas razones que los palestinos”, por lo que la paz llegará al medio oriente solamente cuando tanto palestinos como judíos se entreguen a un doloroso proceso en que dejen de lado sus sueños e ilusiones proyectadas en la tierra santa que ambos defienden y dejen de elegir entre Israel o Palestina, y por el contrario elijan, por encima de eso, estar en favor de la paz. Es a partir de esa actitud desde donde deberían nacer los acuerdos y los compromisos entre ambas partes y no desde el fanatismo, cediendo ambos de una manera justa para ambas partes y sufriendo en el proceso”. Como dice Oz , “no hay acuerdos felices”; “un acuerdo feliz es una contradicción”.
Pienso que independiente de nuestra herencia genética, nuestras circunstancias ambientales y nuestro carácter, podemos aprender a convivir con la duda y podemos aprender a discutir críticamente nuestra propia concepción del mundo y las distintas realidades que nos rodean. La clave está en aprender a convivir y hacerse amigo de esta “angustia existencial”. Desde ahí, podremos ver la realidad de los demás y relativizar las diversas realidades que hoy en día dividen a la humanidad. Los que entre nosotros no adquieran un mecanismo para tranquilizarse y controlar la angustia existencial, sufrirán hasta el momento en que algún líder o idea les aporte, al fin, la verdad, y se convertirán en fanáticos. Entonces, y coincidiendo e integrando el punto de vista de Lorenz, Skinner, Fromm, Cyrulnik y Amos Oz, creo que solamente la aceptación de la naturaleza genética y ambiental de la agresión junto a la duda, la convivencia con la ambivalencia, el miedo a la incertidumbre y una actitud crítica y flexible, nos salvará del fanatismo que sigue afectando a nuestro mundo. En el fondo se trata de olvidar la perfección de una muerte heroica y preferir aprender a convivir con las experiencias ordinarias y las imperfecciones e incertidumbres de la vida, extirpando así a la violencia y al fanatismo de la misma manera en que se extirpan remanentes evolutivos como el apéndice o la muela del juicio, los cuales hoy en día no cumplen ninguna función adaptativa.
]]>Nunca se me olvidará tampoco un documental que vi siendo niño en el que se descubría y filmaba por primera vez el caso de una especie de termitas que depositan y cubren con piedras a sus muertos, hecho al que, por lo que tengo entendido, aún no se le encuentra ninguna explicación convincente.
Entre los recuerdos de mi niñez también se encuentran los tábanos, pesadilla de las vacaciones, que no dejaban de picarnos en todo el verano. Como la mayoría de los niños experimentaba con distintas formas de eliminarlos –un ensayo básico de supervivencia para defendernos de una especie programada a extraernos la sangre–. Lo que descubrí fue que los tábanos hacían caso omiso a la muerte o al posible sufrimiento de sus semejantes. Por más que sus cadáveres estuvieran esparcidos por el suelo, o por más que algunos agonizantes siguieran intentando moverse y seguir picando, los demás caminaban encima de los cadáveres y aún con media vida y mutilados seguían comportándose como si nada estuviera pasando a los demás o ningún peligro les acechara a ellos mismos. Me asombraba la gran diferencia que había entre éstos y las abejas, que se comportaban de una forma completamente distinta: como se te ocurriera matar o incluso asustar a una de ellas en defensa propia, le habías declarado la guerra a toda la colmena.
En el caso de los animales domésticos también encontré notables diferencias. Mientras que las gallinas podían seguir tranquilamente picoteando el maíz en frente de las compañeras que estaban siendo sacrificadas para la olla, los cerdos se ponían muy nerviosos e intentaban escapar. Para mí esto también era un claro indicio de que de alguna forma los cerdos “se daban cuenta” de que algo perjudicial les estaba pasando a sus compañeros y que quizá también les podía ocurrir lo mismo a ellos. Una vez me entrometí en un matadero y observé que las vacas también se alteraban e incluso intentaban retroceder cuando estaban siendo transportadas por la cinta mientras podían oler la sangre y ver como faenaban a sus compañeras. El caso es que así entendí en mi niñez que cada especie animal reaccionaba de forma distinta frente al mundo que le rodea, que tienen, en definitiva, realidades muy distintas ante la experiencia de la desaparición de sus semejantes y quizá sobre la conciencia de la muerte en sí misma.
Básicamente, llegué a entender que las reacciones ante la muerte de un semejante cambian bastante cuando se han establecido vínculos emocionales entre animales, animales sociales. Sorprendente es el caso de una especie de periquito llamados “inseparables”, quienes pueden llegar incluso a la muerte al dejar de alimentarse voluntariamente ante la muerte de su pareja. Konrad Lorenz describió numerosos ejemplos, entre sus parejas de gansos, de individuos que se apartaban del grupo y rehusaban a establecer una nueva pareja tras la muerte de su compañero o compañera.
El movimiento ambiental en USA debe su existencia en gran parte a las reflexiones y conclusiones de un cazador de lobos que durante el cumplimiento de su labor de eliminar a las poblaciones de lobos de Norteamérica persiguió por meses a la pareja reproductora líder del clan hasta que logró atrapar y dar muerte a la hembra. Llevó el cadáver a su rancho y la sorpresa fue que durante toda la noche escuchó aullidos que le parecieron distintos a los que el siempre había escuchado en el campo, aullidos que en sus propias palabras “estaban cargados de tristeza”. El cazador estaba seguro que el macho había viajado kilómetros en busca de su pareja, y, al día siguiente, descubrió las huellas del macho cerca del cadáver de su compañera. Ese día salió en busca del lobo a quien logro atrapar. Cuando se disponía a dar el tiro de gracia miro a los ojos de lobo y desde ese preciso instante, según relata, dejó de cazar para siempre lobos, dedicando su vida la protección de la naturaleza. De ahí nació el movimiento ambiental en USA y de alguna manera el movimiento ecologista mundial. Y todo, al menos según cuenta la leyenda, por un macho de lobo que se expuso a su propia captura y muerte por no abandonar a su hembra.
Esta fidelidad de los vínculos entre lobos y de lo que podría afectar para ellos la muerte de un compañero parece estar presente también en nuestros perros domésticos. Emblemático es el caso de Hachiko, un perro japonés en cuyo honor se erigió una estatua por esperar en el mismo lugar a su amo por más de diez años hasta que murió. O el yorkshire que tras la muerte de su amo nunca abandonó su tumba y vivió toda su vida hasta su propia muerte en el cementerio junto a su amo.
Ahora, y sin restar su importancia a todas estas reacciones ¿cuál es la explicación de las mismas? ¿“extrañan” los animales y sienten de alguna manera la ausencia del ser querido o estamos ante una simple reacción ante un cambio en su medio, en su rutina?
Mi realidad frente a la realidad de esos animales que transportaban sus muertos o que sufrían frente al sufrimiento se ha ido modelando desde mi infancia. Ahora sé, fruto del trabajo de los investigadores del comportamiento animal, que muchas de esas conductas podrían responder perfectamente a programas automáticos. Por ejemplo, en el caso de las hormigas, sería algo así como un programa barredor o limpiador de cadáveres de congéneres que se activa con claves del entorno específicas y cuyo fin, según la especie, es o bien limpiar el hormiguero de cadáveres, o bien construir un gran depósito de cadáveres que sirva materia orgánica al hormiguero. En el caso de las abejas, la reacción ante el daño a un semejante podría ser desencadenada por la liberación de feromonas específicas por parte del individuo afectado, señal de aviso de algún peligro para toda la colmena. ¿Es esto alguna forma de conciencia de la muerte o peligro de los semejantes?
Por otra parte, cuando nos preguntamos por la reacción de un animal ante la ausencia de otro con el que ha mantenido alguna clase de vínculo afectivo, vemos que ésta es muy distinta al hecho que el animal tenga una reacción frente al cuerpo muerto de dicho individuo, o que asocie, pasado un breve período de tiempo, dicho cuerpo al individuo con vida. Lo más habitual es que la mayor parte de los animales no muestren interés por sus parientes muertos, ignorándolos por lo general.
Los pocos casos en que al parecer existe algún grado de reacción, si se me permite decirlo, que pueda sugerir algún concepto o entendimiento del hecho de la muerte de un semejante, los encontramos en algunos de los mamíferos sociales que poseen los cerebros más complejos. Por ejemplo, se ha observado a madres chimpancés, gorilas y delfines transportar por días los cadáveres de sus hijos, quizás sin darse cuenta que están muertos o quizás simplemente rehusándo a abandonarlos. Se cuenta un caso de una madre gorila que pasados varios días, y cuando el cuerpo de su cría mostraba claros indicios de deterioro, llego al extremo de comérselo. Además, en todas estas especies los individuos han mostrado cambios de conducta asociados a la muerte de algún animal con el que estaban vinculados, como buscar a sus compañeros en los lugares que solía frecuentar o retirarse del grupo y dejar de participar por días en las dinámicas sociales. Estos comportamientos son, para muchos, claros indicios de que el animal recuerda y extraña al individuo que ha desaparecido. El hecho de no abandonar a los semejantes en problemas, enfermos o moribundos, es llevado al extremo en los cetáceos, quienes pueden morir en masa con tal de no abandonar a uno de los suyos. Esto es conocido por balleneros quienes, en el pasado, han arrastrado a veces a crías moribundas a un costado de la embarcación para hacer que la madre o el grupo los siguiera adonde ellos quisieran y se se sigue utilizando, por ejemplo, en las Islas Faroes, en Dinamarca, para atraer a todo el grupo a la costa donde estos animales son asesinados por el pueblo en una cruel tradición popular.
Pero de todos los ejemplos, el de los elefantes es el que más nos suele impresionar, quizás por su semejanza con algunos de los duelos humanos. Los elefantes, al encontrarse con los restos de otro elefante muerto se muestran agitados, tensos y excitados. Con sus patas y trompa los escudriñan, huelen y tocan los restos óseos de otros semejantes. ¿Tendrán los elefantes además del apego afectivo a su pariente algún concepto de la muerte o solamente actúan por curiosidad al encontrar objetos inusuales?
Para intentar esclarecer este problema se estudiaron 19 grupos distintos de elefantes de una reserva en Kenia y sus reacciones ante la presencia de cráneos y huesos de elefantes dejados a propósito a su paso. Se realizaron tres experimentos. En el primero, se investigó la respuesta de los animales a los cráneos, los colmillos y trozos de madera. En el segundo, se investigó la respuesta de los elefantes frente a una variedad de cráneos de rinoceronte, búfalo y elefante. En el tercero, se estudió la reacción de grupos de elefantes que habían perdido a su matriarca ante la presencia del cráneo de la misma frente a la de otros procedentes de elefantes no emparentados.
Lo que se encontró es que los animales mostraron mucho más interés por las piezas de marfil que por los objetos de madera, mucho más por los craneos de elefante que por los de otros animales y, sobre todo, mayor interés por los de parientes frente a los de no parientes.
Si bien su interés por los colmillos probablemente se deba a sus experiencias con elefantes vivos, lo que no se sabe realmente es cómo los elefantes eran capaces de distinguir los huesos de los elefantes con los que están emparentados, ya que supuestamente su olor ya se había extinguido. (No obtante, si hubiera sido por el olor podría no ser muy distinto a nuestro reconocimiento visual de nuestros parientes). Los resultados y conclusiones de estos experimentos se han visto reforzados por observaciones de campo de conductas naturales en las que se ha visto a los elefantes detenerse ante el cadáver y permanecer hasta varios días silenciosos, y aparentemente entristecidos, olfateando y acariciando el cuerpo o los huesos de sus parientes, e incluso defender estos restos ante cualquier intruso como si se tratra de un familiar con vida. Uno de los comportamientos que más impresiona es que además muchas veces los cubren con tierra y hojas, como una especie de tumba del cuerpo sin vida.
Al igual que los chimpancés o los delfines, los elefantes son especies en las que sus individuos viven durante mucho tiempo y tienen fuertes relaciones sociales tanto entre familiares como entre los distintos miembros de una manada, con presencia de actos altruistas, es decir, con la ayuda a otros miembros del grupo, comprometiendo incluso la seguridad personal. En el caso de los elefantes, estas características podrían explicar, en parte, su gran interés por los restos de otros elefantes. ¿Son acaso estos ritos semejantes en algún grado a los ritos de duelo que prácticamos los humanos?
Como diría Blas Pascal “no es conveniente enseñarle al hombre su parentesco con el animal sin señalarle al mismo tiempo su grandeza”. Ahora sabemos, gracias a las excavaciones en la sierra de Atapuerca, que por lo menos hace 300.000 años que los seres humanos despedían a sus muertos de forma consciente mediante un ritual. A partir de entonces la especie humana ha continuado elaborando una gran diversidad cultural de rituales, se ha planteado innumerables preguntas y ha desarrollado diferentes visiones o concepciones de lo que es la muerte. Ahora, salvo todos estos envases culturales, y salvo la compleja elaboración de ritos, creo que aún permanecemos, en términos de contenidos, bastante ignorantes a qué significa realmente y qué ocurre en el proceso de morir. En la base de todos nuestros rituales y explicaciones estamos tan presos como los elefantes, los chimpancés, el gorila, los delfines y demás animales al dolor provocado por la ausencia y la pérdida de un ser querido, el cual solamente puede ser paliado con representaciones, si se me permite, ”creaciones” mentales y, por lo tanto, imaginarias, de lo que nos ocurre después de la muerte. En cuanto a lo que realmente ocurre, y salvo unos cuantos “iluminados” que supuestamente han regresado de ésta (pero que no nos pueden transmitir la experiencia al igual que no se puede transmitir el sabor de una manzana a quién no la haya probado), creo que aún estamos en el mismo nivel de ignorancia que las demás especies, salvo por la diferencia, abismal, en todo caso, de que nos hacemos la pregunta y nos inventamos las respuestas.
]]>La orca es uno de los animales marinos, junto al tiburón, que más temor inspiran a los seres humanos. Mientras que algunos predadores como los leones y los tigres, a pesar de efectivamente comerse a seres humanos, son venerados como símbolos de poder, liderazgo o de masculinidad, la orca, en cambio, es nombrada como “la ballena asesina” y vista como un quasi-monstruo marino. De ahí su nombre científico, orcinus orca, que significa para algunos monstruo proveniente del reino de los muertos o demonio del infierno. El temor que inspira la orca ha provocado que ya desde los años 50 la marina de USA, sirviendo al mandato del gobierno de Islandia, ametrallara a más de 300 orcas y que luego, durante los 70 y los 80, los barcos balleneros soviéticos cazaran en la Antártica más de 900. Pero esto no ha pasado a la historia, hoy en día se sigue baleando a la orca clandestinamente en varios países por el temor que despierta a pescadores y navegantes.
Pero, para empezar, la supuesta “ballena asesina” no es una ballena sino el más grande de los delfines. Este nombre fue dado en el siglo XVIII por marineros españoles, quienes apodaron a estas criaturas asesina-ballenas, o “asesina de la ballena” debido a que observaron como un grupo de orcas era capaz de matar a una gran ballena. Esta denominación se tradujo inadecuadamente al inglés como killer whale. Así, mientras que sus primos los otros delfines gozan de la simpatía del público como animales inteligentes, tiernos, juguetones y cariñosos, entre otros atributos positivos, la Orca, por su parte, y a pesar de compartir las características generales de todos los delfines, se lleva la peor parte de nuestros prejuicios. Paradójicamente, esta mal llamada “ballena asesina” es temida siendo, al mismo tiempo, una de las mayores atracciones en muchos acuarios del mundo. Pero, ¿cúal es la verdadera naturaleza de la orca? ¿Suponen en realidad las orcas salvajes o las orcas de los acuarios un peligro para el buzo, navegante o espectador que ose nadar junto a ellas?
Las únicas orcas que atacan o han atacado a seres humanos son en realidad las que están mantenidas en cautividad. Los ataques de orcas cautivas a entrenadores suman ya más de 30 víctimas, algunas de ellas mortales. Dos datos importantes a este respecto: (1) hasta la fecha, las orcas cautivas solamente han llegado a vivir hasta 12 años, cuando en libertad pueden vivir más de 70 años. y (2) los ataques agresivos no sólo han sido hacia los humanos, sino también hacia otras orcas con las que comparten la piscina, suceso que por su parte, no ha sido prácticamente descrito en orcas en estado salvaje. Estos dos datos pueden explicarse por el hecho de que estas orcas viven en un medio artificial, y por lo tanto, están alteradas tanto en su biología como en su comportamiento.
En estado natural, en cambio, sólo existen un par de casos registrados de ataques de orcas a humanos, lo que sorprende tanto a científicos como al público en general, tomando en cuenta que estos animales pueden partir en dos a un lobo marino o una foca de un solo bocado y con suma facilidad. El caso más conocido ocurrió en 1972 en California, y fue a un surfista de 18 años, quien estaba sobre su tabla en el agua cuando una orca lo tomó de su muslo izquierdo, lo soltó rápidamente y se alejó a gran velocidad. Afortunadamente no perdió la pierna, aunque le tuvieron que aplicar cien puntos de sutura. Para entender este ataque hay que tomar en cuenta que el surfista se encontraba en una zona donde abundan las focas y que una tabla de surf con una persona acostada sobre ella y vista desde abajo es muy similar a una foca. La orca (supuestamente un juvenil) al apoyar sus potentes mandíbulas sobre el surfista seguramente se “dio cuenta de su error”, por lo que soltó a su errónea presa. El otro caso fue el ocurrido durante 1977, en el que una orca chocó contra una lancha de carrera en Brasil. El bote se hundió en quince minutos, dejando algunos pasajeros flotando en el agua. Las cuatro o cinco orcas que estaban en el lugar no atacaron ni a los náufragos que nadaban ni a los que quedaron flotando sobre los restos del bote, por lo que finalmente todos los tripulantes se salvaron. Dada la actuación de las orcas tras el choque es plausible suponer que el golpe fue un accidente. Paradójicamente, en ese mismo año se estrenó la película ”Orca, la ballena asesina” en la cual un pescador da muerte a una hembra de orca embarazada, y el macho, supuestamente el padre, inicia la búsqueda del pescador con el fin de vengarse. Obviamente, la película no le dio ninguna buena fama a la especie, llevando a la orca a ganarse la misma mala reputación que el tiburón ganó gracias a la película “Tiburón”.
Pero, ¿cómo se explica que la orca, pudiendo fácilmente comerse a un ser humano, no lo haya hecho en su medio natural? Muchas explicaciones se han dado ante este hecho, que van desde las que plantean que no vienen programadas genéticamente para ello, hasta las que sugieren simplemente no les gusta nuestro sabor, pasando por explicaciones más rebuscadas y menos parsimoniosas científicamente como la de los que plantean que es un animal lo suficientemente inteligente como para darse cuenta que el ser humano podría vengarse y tomar represalias contra ellos y no les convendría atacarnos, o los que piensan, románticamente, que la orca nos respeta de igual a igual como otro fiero e inteligente cazador de los mares, apoyándose en relatos en los que orcas y balleneros han “cooperado” para acorralar y cazar ballenas.
Hay una gran distinción que hacer entre una orca y un predador como es, por ejemplo, el tiburón. Si pensamos en el tipo de alimentación, existen al menos tres tipos de orcas: las que comen solamente peces, las que comen solamente mamíferos y las que comen peces y excepcionalmente podrían comer mamíferos. El punto interesante es que nadie sabe a ciencia cierta por qué unas son de un tipo y otras de otro. Y no es que estén aisladas geográficamente o que unas no tengan a su disposición peces y las otras no tengan a su disposición mamíferos. Es más, estos distintos grupos de orcas son simpátricas, es decir, comparten el mismo hábitat, y podrían perfectamente relacionarse y aparearse entre si y tener descendencia fértil y, sin embargo, se evitan constantemente sin siquiera ser agresivas entre ellas o competir por el territorio o el alimento. Entonces ¿por qué unas comen peces y otras, en cambio, se alimentan de mamíferos como focas, delfines pequeños e incluso ballenas? Algunos podrán pensar que son orcas que tienen antepasados genéticamente muy distintos, siendo la información genética la responsable del distinto tipo de alimentación. Pero lo que han descubierto los genetistas es justamente lo contrario, todas las orcas comparten tanta cantidad de genes que realmente pertenecen a la misma especie siendo hace muy poco en términos evolutivos cuando estas poblaciones o clanes familiares se han comenzado a separar.
La orcas viven en grupos familiares muy estables y cerrados en los que pueden coexistir hasta tres o cuatro generaciones. Estas familias son grupos matrilineales, es decir, están todos emparentados y relacionados con una hembra, generalmente la más vieja, la líder de la familia. Estas familias, a su vez, pueden formar, en ocasiones, clanes de familias emparentadas, y los clanes, super-clanes, lo que recibe el nombre de una “comunidad”. Además, en general, ni las hembras ni los machos dejan sus familias, es decir, existe filopatría de ambos sexos, lo que implica que tanto machos como hembras permanecen toda su vida con su madre y su abuela, incluso con su bisabuela –para evitar la endogamia se aparean con hembras de otras familias en reuniones anuales que se efectúan con el fin de socializar entre distintos clanes–.
Estas características son importantes a la hora de intentar darle una explicación a este problema en el que se investiga desde hace más de 30 años: ¿por qué no atacan a seres humanos?
La hipótesis a la que me adscribo es que las orcas que comen peces no comen mamíferos porque no lo aprendieron de sus madres ni de sus abuelas, ni de la matriarca del grupo, y así sucesivamente a través de muchas generaciones, de la misma manera en que usted no come insectos, reptiles ni ratones cuando en otras culturas son unos de los manjares más apetecidos. ¿Por qué no los consume? simplemente por que su familia, y más extensamente, su cultura, no los consume. Algunos pensamos que estamos ante una caso de especiación, es decir, un paso en la evolución que en muchas generaciones más dará como fruto, al menos, dos subespecies distintas. Lo interesante, si esto es así, es que la razón de esta especiación tendría que ver con el aprendizaje social, con un rasgo “cultural”. Es decir, este “aprendizaje social o fijación cultural” en las orcas sería tan extremo que incluso podría estar dando lugar al nacimiento de al menos dos nuevas subespecies: las orcas que comen peces y las que comen mamíferos marinos, siendo el mecanismo responsable de que, afortunadamente, no se alimenten de humanos, cuando podrían hacerlo tanto por capacidad física como intelectual.
Y es que, como la receta de mi madre…
]]>Pues se estiran y, lo más importante, lo hacen siempre a menos que la situación amerite actuar (huir o atacar) rápidamente. ¿Se han preguntado alguna vez por qué lo hacen o cómo es que lo aprenden?
La conducta de estirarse prepara el cuerpo para la acción, lo que significa que el cuerpo y sus sentidos estén en las mejores condiciones posibles para poder enfrentar los desafíos de cada día y, de esta manera, poder sobrevivir y reproducirse. Los animales hacen al menos dos movimientos: primero estiran las patas delanteras tirando de las caderas hacia atrás y hacia arriba y después realizan el movimeinto contrario, levantando la cabeza y bajando la cadera, estirándose así, las patas traseras.. De esta forma, su columna vertebral se estira realizando un arco hacia arriba y luego hacia abajo. Este arco se extiende por todo el cuerpo, desde los dedos, que se abren, y, algo muy importante, la lengua, la cual se estira por medio de un amplio bostezo. Al estirarse de esta manera abren los espacios intervertebrales de la columna en ambos sentidos de manera tal que las ramificaciones nerviosas que parten en la columna activan la circulación sanguínea por todo su cuerpo. Al estirar sus cuatro patas provocan el mismo efecto. El bostezo, por su parte, activa los músculos faciales provocando con ello mayor oxigenación al cerebro. El estiramiento de lengua, a su vez, produce un estiramiento de todo el estómago, ya que ésta es una prolongación de todo el sistema digestivo.
Si observan el comportamiento de sus mascotas y de otros animales domésticos y sobre todo de animales salvajes (no culturizados por el ser humano) se darán cuenta de estas y otra gran cantidad de conductas que los animales realizan para cuidarse a sí mismos, manteniendo así el correcto funcionamiento del cuerpo e incrementando en mayor grado las posibilidades de adaptarse a los desafíos del medio ambiente y sobrevivir. Así, se puede observar a los animales rascarse con sus extremidades o contra un árbol o una superficie rugosa o angulada o tenderse de espaldas para frotarse y masajearse toda la espalda y, por lo tanto, la columna vertebral. Muchas veces me entretengo mirando a las moscas lavarse o acicalarse las alas, la cara y el cuerpo, ¡y los gatos! ¡Qué belleza observar la prolijidad con que los gatos se lamen y se limpian a sí mismos! Es fácil observar a las aves estirar sus alas, darse baños de polvo y agua, acicalar y cuidar sus plumas y, algo sumamente importante tanto en aves como en mamíferos sociales, acicalarse entre ellos en parejas o en forma grupal, es decir, establecer y nutrir los vínculos sociales a través del tacto.
Y ¿qué ocurre con nosotros? Basta con que usted, fiel y legítimo representante de la especie, se observe y tome conciencia de lo primero que hace al despertarse, de qué conducta “le pide el cuerpo” hacer. ¿estirarse?, ¿rascarse?, ¿frotarse los ojos?, ¿bostezar?, ¿emitir sonidos?. Y eso ¿dónde lo aprendió? ¿Lo hace más bien en forma consciente o inconsciente? La verdad es que muchas de esas conductas podrían ser perfectamente universales a la especie humana. En este sentido, el cuerpo humano naturalmente sabe como autocuidarse y muchas veces lo hace sin que tomemos conciencia de ello, es decir, lo hace en forma casi automática o involuntaria (inconsciente). El cuerpo posee un conocimiento natural para muchas conductas, entre ellas, las de autocuidado, el cual proviene de la información genética acumulada a través de miles de años de evolución y es transmitido de generación en generación gracias a los mismos genes. A este aprendizaje evolutivo o conocimiento algunos lo denominan “sabiduría organísmica”. Si venimos dotados de esto ¿por qué hay tantos “cursos” sobre técnicas específicas de autocuidado? ¿Es que no sabe nuestro cuerpo, por naturaleza, igual que el de los animales, cómo autocuidarse? Creo que aquí se entremezclan dos factores. En primer lugar, la mayoría de las técnicas de autocuidado que provienen efectivamente de la información genética, es decir del aprendizaje evolutivo de la especie, también han sido profundizadas, refinadas e incorporadas cultural y racionalmente a través de la información que sanadores, médicos y demás hombres de conocimiento de todas las culturas han realizado a partir de la observación de la naturaleza, sus elementos, ciclos y el comportamiento de los animales. Técnicas orientales cómo el Yoga o el Tai Chi surgen de estas observaciones De hecho, una de las metas principales del Yoga y de la filosofía Taoísta, a la que pertenece el Tai Chi, es conectarse con esta sabiduría natural de cuerpo a través de estas técnicas. El Taoísmo dice que una vez que el flujo de Chi (circulación de la energía) se ha establecido saludablemente por el organismo en su totalidad, el cuerpo sabe lo que le hace bien o mal y uno ya no necesita reglas externas que nos digan sobre qué comer o no comer, cuándo dormir etc., sino que “la sensibilidad y el contacto” con este flujo de energía (o, en términos menos esotéricos, con las “sensaciones propias”) nos diría exactamente qué nos hace bien o mal en un momento particular. A modo de ejemplo, en occidente, la creadora de la llamada Eutonía desarrolló su arte en gran parte a partir de la observación del tono corporal de los gatos. Cuando Gerda Alexander, su creadora, contrajo de joven fiebre reumática y endocarditis se vio obligada, debido a las crisis de dolor que sufría, a crear formas de movimiento que no complicaran aún más sus afecciones. En estos largos períodos de reposo indagó en sí misma buscando una forma de movimiento más “económica” y espontánea, a partir del aprendizaje de la regulación tónica para lograr mayor bienestar. En sus propias palabras, la observación del movimiento y el tono corporal de sus felinos domésticos fueron uno de sus grandes aprendizajes en esta búsqueda. Curiosamente en su época esta intención era denominada: “la búsqueda del movimiento espontáneo” y solo 30 años después paso llamarse eutonía.
En segundo lugar, muchas de estas conductas naturales o “espontáneas” han sido excluidas de los “manuales de buenos modales” y, por lo tanto, han sido reprimidas a través de la sanción social. ¿Cuántas veces se les dice a los niños que no deben estirarse, bostezar ostensiblemente, oler las comidas (lo cual, por ejemplo, nos sirve para saber si está o no en buen estado el alimento antes de comerlo), emitir sonidos al desperezarse, rascarse, etc.? No digo con esto que haya que expresar todas las conductas que nos surjan naturalmente del cuerpo en cualquier momento, ya que obviamente las normas culturales y los buenos modales son paradójicamente también parte de “nuestra naturaleza de autocuidado”, pero creo que en la actualidad esta tendencia se ha extendido a niveles que van en contra de la función que tenían originalmente, y que vivimos en una cultura represora de la expresión de muchas de estas conductas naturales del cuerpo, que no necesariamente son inadecuadas y que por el contario su no manifestación puede tener consecuencias negativas en la salud física y mental.
La gran mayoría de los animales, si no todos, saben y practican diariamente conductas de autocuidado, las cuales, según se trate de la especie y la conducta, se aprenden tanto a través del aprendizaje genético (innato) como social. Conductas como estirarse, bostezar o rascarse y masajearse, tanto uno mismo como entre otros, son parte del un “paquete del autocuidado”. El ser humano parece haber olvidado o bloquear muchas de éstas. Recuperarlas servirá al reestablecimiento de un hábito natural practicado por la mayoría de las especies para su supervivencia y, por lo tanto, para la prevención de enfermedades de origen orgánico y psicosomático provocadas por sedentarismo, represión, estrés o sobrecarga emocional. El estado natural del cuerpo es que esté en conexión con su propia naturaleza, la cual tiene como uno de sus elementos básicos la expresión espontánea del comportamiento de autocuidarse.
Así que, estírese y bostece cuando se lo pida el cuerpo, a no ser que se encuentre ante el rey o el embajador, aunque… ¡quizá en esos casos sea incluso más necesario!
]]>Pues se estiran y, lo más importante, lo hacen siempre a menos que la situación amerite actuar (huir o atacar) rápidamente. ¿Se han preguntado alguna vez por qué lo hacen o cómo es que lo aprenden?
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