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Asombros y paralajes por Alfredo Herrera Patiño

Alfredo Herrera Patiño dirige la editorial mexicana Verdehalago y escribe con asiduidad la bitácora Erratas eminentes. Asombros y paralajes intentará dar salida a los muchos asombros en los que vive desde las diversas perspectivas y lugares donde le suceden. Se publica los miércoles.

El gozo de los emilios

Por deber, por placer y por ociosidad recibo cada día más y más emilios. La correspondencia comercial de nuestro padres y abuelos ahora tiene el aire telegráficos de los emilios minimalistas. Propuestas, presupuestos, alarmas, dudas, solicitudes, exigencias, denuestos, vamos, lo normal en cualquier comunicación comercial. Mucho, también, de aquellos y aquellas queridos y queridas contándonos de sus juanetes, cuando los tienes, o de sus escaladas a picos enormes, o de su tristeza por las tardes de lluvia, nada sorprendente entre quienes se cuentan sus alegrías y sus cuitas. Ocioso, en verdad, pues tiendo a suscribirme a ciertas listas de correos de las que a veces entiendo poco o quiero entender más. Ninguna peor que las dedicadas a los afanes editoriales, pues escriben mucho, se pelean más, y nunca sabe uno de qué tratan, si de la edición o de las quejas.

Describo apenas la mitad de los correos que recibo. La otra mitad es la variante extraña llamada espam. Contrario a casi todos, a mi me divierten e instruyen los emilios espammódicos. Pocas veces se entera uno de haber ganado cantidades generosas de dinero sin haber jugado a la lotería, aunque va a la baja la cantidad de emilios recibidos por ese motivo. Ofertan y ofrecen fármacos controlados y descontrolados, desde similares al Prozac, hasta viagras y variantes a precios no tan irrisorios pero sí, al menos, sin límite ni trámite alguno. Puesto en el asombro, la cantidad de medicinas y cirugías puestas al delirio de aumentar una o varias pulgadas nuestros irrisorios penes y a ensancharlos orgullosos para estar a tono con su nueva, si me permiten, envergadura. Junto con los datos científicos y comprobados, nunca citados, de que el tamaño sí les importa a las damas y, sobre todo, que nadie puede tener la autoestima en buen estado sin el tamaño de su pene no es el justo y necesario, habida cuenta, imagino, que la autoestima se mide con el tamaño del tamaño del pene mismo.

Llevo varios ofrecimientos matrimoniales de muchachas rusas dispuestas a todo, cuantimás a casarse, sin que no digamos lo haya pensado, ni siquiera imaginado. Me ofrecen visas para países a los cuales no es necesario solicitarlas, me aseguran que llenando mundanos sobres puedo convertirme en un magnate, tónicos para que no se me caiga el cabello de la cabeza y ungüentos para que se caiga de las piernas de las muchachas, métodos para bajar de peso sin dejar de comer como marrano, jugos de extraños frutos curadores de cuanta enfermedad haya existido en este planeta (300, según enumeró Plinio, pero como la humanidad avanza que da pavor, quizá es un dato caduco).

Lo mejor, cierto residente en Namibia, o Nigeria, me cuenta una historia desgarradora y novelesca sobre su paso por esta tierra, en la persona de gerente de sucursal bancaria y que, ante los acontecimiento de su país, saber de cierto que cierto general, o coronel, o señor, o diplomático, dejó una cantidad generosa que fluctúa, imagino junto con el dólar, entre un millón a veinte millones de dólares, y que sólo me tengo que hacer pasar por hijo o nieto o primo o sobrino del susodicho para que él, experto en esas artes, organice el teatro y me den posesión del dinero. Así, sin más, me ofrece entre el 10 al 20 por ciento de esa herencia.

Otros, variante de las anteriores, deben cambiar cantidades de dólares para obtener no sé qué fin extraño en favor de ellos o de la humanidad, y dan el cambio a precios irrisorios. El fraude nigeriano ya le llaman. Ganada la confianza, piden cantidades fuerte y desaparecen, claro está.

Los más extraños, pues siempre provienen de personas a quien se les tiene cariño y se les otorga un grado de sensatez e inteligencia, de pronto mandan cadenas donde dicen que, de no mandar en el plazo de veinte segundo a diez personas distintas el susodicho correo todos los males, desde dolores de juanetes hasta muerte de personas desconocidas, cernirán su maldad sobre la persona. Antes eran con sobre y monedas, pero a nombre de san Judas Tadeo o el señor de Chalma.

Acabo de recibir, hace unas horas, el más extraño de todos. Cierto abogado brasileño tiene la urgencia de informarme sobre procedimientos judiciales por aprobarse en las cámaras, lo que hará sencillo y expedito, según mi mal portugués, el cobre de créditos no termino bien a bien de saber si fiscales, bancarios o comerciales. Me insta, me invita, me conmina, a presentarme a sus oficinas o, mejor, a mandarle un emilio con todos mis datos para hacer un convenio y liquide mi deuda.

No conozco, para mi desgracia, Brasil. El único amigo lo más cercano a brasileño es un filósofo checoslovaco avecindado en Campinas, centro delantero del equipo de futbol de la universidad, especialista en Kant y en el vodka, a quien tengo muchos años de no ver. Quizá alguna de las rusas casaderas se fue a vivir por aquellos lares y decidió que le debía dinero, imagino que le daré el mail del gerente del banco nigeriano, así podré resolver varios de los problemas propuestos a golpe de un solo emilio.

Claro, olvidaba el mejor. La cereza en el pastel. Bill Gates anunció que si se reenvía un millón trescientas treinta y cuatro mil veces cierto emilio inane (que dice, precisamente, que Bill Gates anunció...) donará muchos miles de dólares para comprar cantidades industriales y obscenas de aceite para llantas de sillas de ruedas, o palillos para chimuelos, o muletillas para la mala prosa, o cualquier otra tontería… Y cuando recibo alguno, sé que vienen en alud, pero cuán divertido y educativo ver quién los envía. Como decían mis tías: ¿quién lo dijera?, ¡tan decente que se veía!

Alfredo Herrera Patiño | 26 de abril de 2006

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