No sólo están todas las molestias en los aeropuertos (como aparece un par de notas más abajo), con el equipaje, y un montón de pequeñas prohibiciones que los norteamericanos van inventando y nosotros (siempre hemos sido una sociedad gregaria) vamos copiando. También están las crecientes dificultades físicas—y hasta morales—para viajar en avión: poco espacio, te tratan como a ganado, personal de abordo impaciente y por lo tanto insolvente, y mil cosas más que han empeorado. Eduardo Jordá: “Quien haya viajado en vuelos de larga distancia hace unos veinte años recordará que las azafatas tenían aún la asombrosa costumbre de sonreír. Y no sólo eso, sino que servían vino en las comidas y daban croissants en los desayunos. Y los asientos, en aquella lejana era geológica, permitían que un ser humano dotado de movilidad pudiera desentumecer un brazo dormido sin tener que someter a abusos deshonestos a su vecino. Y aún había más maravillas: el café no sabía a trapos hervidos en un hospital de leprosos y la ternera no había pertenecido a la momia sagrada de un yogui hindú. También quedaban asientos libres, con lo cual no era difícil ocupar una hilera de asientos contiguos y ponerse a dormir a pierna suelta. Ahora todo eso se ha terminado.” Vuelo de larga distancia.