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Heredarás la tierra

El lucro desmedido, los intereses oscuros, la liberalización y la globalización mal entendida —mal practicada: “En esta última cumbre, la Unión Europea, Estados Unidos y Japón han intentado imponer su criterio de rentabilidad económica parapetados tras una máscara de compasión hacia los pobres. En ningún caso han planteado el problema de la distribución de alimentos y de medios de producción como eje de las discusiones. Tampoco han ocultado su intención de reforzar la economía de las transnacionales, cuatro de las cuales controlan el 80% del mercado mundial agroalimentario y por supuesto no han tenido en consideración el delicado equilibrio existente entre agricultura, alimentación y pobreza.” Sira Rego, Heredarás la tierra.
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Artículo publicado por Libro de notas
De la Agencia de Información Solidaria


Heredarás la tierra


El pasado 14 de septiembre se clausuraba en Cancún la cumbre de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Con la excusa de paliar el hambre en el mundo y de impulsar el desarrollo de los países pobres, “los otros”, los países ricos, trataron de anotarse un tanto intentando colar los “temas de Singapur”. Entre ellos figura la transparencia en los concursos públicos, las facilidades para el comercio, la protección a las inversiones y las garantías para la libre competencia. El resultado concluyó con la ruptura de las negociaciones y la consolidación de un nuevo bloque negociador, el G-22, que agrupa a países pobres y países en vías de desarrollo.

Lejos de ser amarga, esta victoria es dulce; la cohesión del G-22 y la ambición de los países ricos, hace que se perfile un nuevo horizonte. Las necesidades contrapuestas entre Norte-Sur, e incluso entre Norte-Norte son evidentes. Por un lado, encontramos las propuestas liberalizadoras de los ricos, que tratan no sólo de asegurar sus inversiones en nuevos mercados, sino también de mantener sus muros frente a los países más desfavorecidos. Por otro, los países pobres que tratan de hacer frente a la carestía de medios, a la falta de recursos y al hambre, exigiendo un papel protagonista, intentando acabar con las ayudas de “los otros” a la exportación y solicitando el fin de los aranceles escalonados.

Sin embargo, detrás del lenguaje de la economía, detrás de las negociaciones y detrás de las guerras de despachos, surge incólume la realidad: según la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO), 850 millones de personas son víctimas del hambre, 11 millones en los países industrializados, 30 millones en los países en desarrollo y 799 en los países pobres. 25.000 mueren cada día, 2.000 millones sufren falta de micronutrientes como la vitamina A, que genera problemas visuales (afecta a 2 millones de niños de los que se estima que entre 250.000 y 500.000 quedarán ciegos), también afecta al sistema inmunitario, aumentando así el riesgo de morir por enfermedades como la diarrea (de escasa o nula incidencia en países industrializados).

Las necesidades alimentarias básicas de los seres humanos están perfectamente definidas por organismos como la Organización Mundial de la Salud (OMS), por parámetros como las cantidades diarias recomendadas. Según estas recomendaciones, el aporte de vitamina A necesario para que un niño crezca con normalidad es de 400 a 1.000 microgramos al día según la edad y quedaría cubierto consumiendo una zanahoria de tamaño mediano, o bien tomando dos vasos de leche, lo que supone una paradoja dentro de un mundo donde los excedentes de alimentos son un hecho. Es más, estos excedentes hacen que se abaraten los precios del mercado internacional, haciendo menos competitivos los productos de países en desarrollo o países pobres que no cuentan con las mismas infraestructuras y capacidad de producción.

Frente a esta práctica desleal surge el concepto de “soberanía alimentaria” según el cual cada nación y cada identidad cultural tienen derecho a desarrollar y coordinar la producción de sus alimentos básicos de acuerdo con su diversidad y su cultura. Si tenemos en cuenta que el 70% de la población pobre de los países en desarrollo vive en zonas rurales y obtiene su sustento directa o indirectamente de la agricultura, es necesario que el control de la tierra esté en manos de los campesinos, sobre todo, si se valora que sólo el 44% de la tierra potencialmente cultivable es realmente cultivada. Se trata no sólo de un problema de distribución de riqueza, sino también de una apuesta por sanear la infraestructura de los países más desfavorecidos.

En esta última cumbre, la Unión Europea, Estados Unidos y Japón han intentado imponer su criterio de rentabilidad económica parapetados tras una máscara de compasión hacia los pobres. En ningún caso han planteado el problema de la distribución de alimentos y de medios de producción como eje de las discusiones. Tampoco han ocultado su intención de reforzar la economía de las transnacionales, cuatro de las cuales controlan el 80% del mercado mundial agroalimentario y por supuesto no han tenido en consideración el delicado equilibrio existente entre agricultura, alimentación y pobreza.

Nos enfrentamos a una nueva ronda negociadora en la que la abstracción de la macroeconomía no es posible. Es necesario abordar el dilema moral que supone el hecho de que existan millones de seres humanos subnutridos, sobre todo cuando hay recursos suficientes para evitarlo. Es necesario que la alimentación y por ende la agricultura, sean patrimonio de la humanidad.

Sira Rego
Nutricionista
Agencia de Información Solidaria
sirarego@yahoo.es
Marcos Taracido | 24/09/2003 | Artículos | Economía

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