Antonio Agredano, como yo, como tantos otros, ha sentido en su empeine y en su cara la velocidad de esa piedra que era el balón “de reglamento” MIKASA. El cholismo y los Mikasa.
«El cambio se produjo en torno a los ocho años. Nos dimos cuenta de que ese balón ingobernable, vulnerable y colorido ya no respondía a nuestro instinto de futbolistas. Que el Super Tele con su rodar errático y sus vuelos de acróbata ya no satisfacía nuestra pulsión primaria, nuestras patadas con intención, nuestro juego sambístico. Fue entonces cuando el Mikasa llegó a nuestras vidas. En una comunión, o en el primer entrenamiento, sus triángulos japoneses, su material irrompible y la dureza del fútbol, por fin, sobre el campo de tierra. La verdad duele, se nos brinda como una ley que todo el mundo había mantenido en secreto: el fútbol es sufrimiento. Cuesta despegar la pesada bola del suelo. Ya no salen los tiros desde lejos, duelen los dedos, se amoratan, el tobillo se tuerce como la boca de una madre. Los regates son lentos, apretamos los puños. Luchamos contra el balón. Le golpeamos con rabia. El rival no es el otro equipo. Somos aliados. Vamos a por el balón. El portero siente el chasquido en las palmas de las manos. Se le saltan las lágrimas. Crujen las rodillas. Somos demasiado pequeños para hacer magia con esa pelota del diablo, con esa broma que llegó en forma de regalo.»