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El numerito de los huevos

Antonio Dyaz desvela en Yorokobu el significado de un dígito arcano: el que indica el nivel de felicidad de las gallinas: El numerito de los huevos

«Pero también hay gente, si no sensibilizada con el sufrimiento animal sí con la calidad de lo que ingieren sus estómagos burgueses, lo que me parece muy bien. Todos los caminos son buenos, pero el problema es que la industria avícola ha hecho todo lo posible para que no se conociera de manera suficiente esta clasificación.»

Miguel A. Román | 22/05/2012 | Artículos | Gastronomía

Comentarios

  1. Luis Tovar
    2012-05-25 20:41

    Creo que la verdadera cuestión de fondo en este tema sería qué justificación tenemos para usar a otros animales como comida. Ya sea para comernos sus cuerpos (lo que se llamamos “carne”, que en realidad son cadáveres) o lo que proceda de ellos (leche, huevos,…).

    Por un lado, no tenemos ninguna necesidad nutricional de consumir sustancias de origen animal para poder vivir y estar sanos. Las proteínas, las vitaminas, los minerales, y todos los nutrientes en general, que necesitamos podemos fácilmente obtenerlos de alimentos de origen vegetal. Sé que mucha gente no es consciente de esto, o que le cuesta creerlo la primera vez que lo oye, pero es solamente cuestión de informarse un poco al respecto.

    http://www.taringa.net/posts/salud-bienestar/13352184/Guia-para-una-dieta-vegana-_escrito-por-el-CFMR_.html

    Por otro lado, no podemos justificar éticamente el hecho de utilizar a otros animales como nuestra propiedad, como objetos de consumo, más de lo que podemos justificar el usar a otros humanos en los mismos términos. Los demás animales son seres con capacidad de sentir. No son cosas, no son objetos, son individuos con intereses propios. El simple hecho de que no sean humanos no justifica moralmente que podamos usarlos sin tener en cuenta su consentimiento ni sus intereses.

    Damos por hecho que no hay un problema ético en usar a otros animales para satisfacer nuestras necesidades y gustos. En el mejor de los casos, nos preguntamos si el hecho de usarles les causa mucho sufrimiento, y cómo podríamos evitar o reducir dicho sufrimiento. Pero lo cierto es que en primer lugar deberíamos preguntarnos por qué estamos usando a otros animales como si fueran máquinas de producción. Por qué usamos a seres que sienten como si fueran objetos.

    En realidad, las etiquetas de los productos animales que supuestamente garantizan el “bienestar animal” solamente sirve para proporcionar bienestar a quienes consumen dichos productos. Porque el verdadero bienestar no es compatible con la explotación. Todas las gallinas usadas para producir huevos habrán vivido toda su vida confinadas en espacios cerrados, ya sean jaulas o corrales, y finalmente, cuando ya no sean productivas, serán enviadas al matadero.

    http://www.youtube.com/watch?v=o-jgy-Sdqic

    Para terminar, pongo un enlace a una receta de tortilla de patata (sin huevo) para que cualquiera pueda ver que prescindir de los productos de origen animal no signfica en ningún caso prescindir del placer de comer:

    http://cocinaricasanayvegana.blogspot.com.es/2010/01/tortilla-de-patatas-sin-huevo.html

  2. Miguel A. Román
    2012-05-28 18:11

    D. Luis
    Pues no, no creo que sea la que usted propone la verdadera cuestión. Es más, creo que lo que usted apunta es maliciosa tergiversación de la cuestión, y que lo hace simulando argumentos supuestamente científicos aun a sabiendas de que oculta una buena parte de la verdad científicamente establecida.

    No es cierto que no haya una necesidad en nutrición completa y sana de acudir a la fuente animal de proteinas y vitaminas, no ya en el caso absoluto como sucede con las vitaminas B12 o D, hierro o algunos aminoácidos, sino que habla usted desde la suficiencia de un ciudadano privilegiado que forma parte del escaso 10% de la población mundial que tiene acceso a un número de recursos alimenticios en cantidad y diversidad suficiente para minimizar esas carencias; pero no creo que podamos obligar a esa opción a los millones de seres humanos que viven en terrenos pobres, que luchan con la sequía y las plagas y que a duras penas procuran no esquilmar los recursos forestales de su entorno. Desde luego no a los Inuit o “esquimales”, pero tampoco a tribus negroafricanas, bereberes, amerindias o polinésicas.

    No es casualidad que aquellas culturas que mejor se integran en su entorno y que mejor lo han conservado aun en estos siglos de barbarie ambiental, tienen la caza, el pastoreo o la recolección de invertebrados como insustituible fuente de supervivencia.

    Cosa que me parece de una justificación ética y natural impecable porque, al fin y al cabo, nuestro tubo digestivo, desde la dentición hasta el recto, y pasando por las tres clases de pepsinas, está condicionado para una alimentación omnívora donde la proteina animal tiene una cuota innegable (curiosamente, lo que no es tan natural es la presencia de lactasa en un mamífero adulto que nos permite consumir lácteos durante toda nuestra vida, en ese aspecto los intolerantes a la lactosa serían mejor reflejo de nuestro acervo genético). Advierta simplemente que el 80% de la materia vegetal que ingerimos no podemos asimilarla, a diferencia de rumiantes y hervíboros infinitamente mejor adaptados a ese régimen.

    No se quede usted tan suave al afirmar que comemos “cadáveres” intentando inspirar repugnancia. Eso sería banal. El término adecuado en este caso es “carroña”. Aunque aparentemente sorprenda, preferimos la carne mortecina a la palpitante. Soy un carroñero, y orgulloso de serlo; me basta observar mis garras romas y mi torpeza motora para entender que los homínidos que afrontaron el inicio de mi especie eran nómadas que seguían a las manadas en la esperanza de arrebatarle unas migajas a los verdaderos depredadores. Aún les quedaba mucho trecho para ser cazadores, pero desde luego mucho más para poder confiar a la agricultura y al pastoreo su pitanza diaria miles de milenios antes del primer atisbo tecnológico.

    Reconozco, y también deploro, que consumimos muchísimo más animal de lo que nuestros ancestros (y, probablemente, nuestra fisiología) tenían por natural. Y no lo deploraría tanto si no fuera porque, para hacer frente a esa demanda culturalmente anómala, explotamos —sí, estoy de acuerdo- a nuestros ganados en condiciones penosas, sea desde el punto de vista ético o gastronómico.

    Porque, a lo que vamos, sí creo que sea el trasfondo del artículo una cuestión real, desde el respeto de los “derechos” de las fuentes de alimentación (permítame entrecomillar “derechos”) pero no desde un zoocentrismo provinciano que considere que una gallina o una vaca requieren más indulgencia que un tomate, una alcachofa o una seta de cardo. Creo sinceramente que es necesario respetar a todos los seres vivos, cualquiera que sea el reino al que pertenecen.

    Tomates, alcachofas y judías verdes que crecen y mueren sin ver el sol más que a través de un plástico, en terrenos artificialmente dispuestos, urgidas en un crecimiento desnaturalizado por la via de la química (e incluso de la ingeniería genética), y arrancadas en estado de inmadurez para seguir un tratamiento cosmético en oscuras cámaras donde, por supuesto, ya no incorporarán nutrientes.

    Esos tomates tampoco son felices, y créame que también las plantas tienen sentimientos, relaciones vitales y “derecho” a una existencia digna. Esos tomates en la mesa son seres insípidos, desvaidos, fantasmas que han sido inmolados ignominiosamente en aras del mismo consumismo que encarcela a esas vacas, gallinas y lubinas por las que usted parece sentir vana piedad.

    Yo no la siento, yo consumo animales (carroña si prefiere el término) pero prefiero elegir animales que hayan vivido con dignidad, naturalidad y felicidad, tanto como las alcachofas y cebollas que les sirven de guarnición. Si no fuera por sensibilidad, entonces como mínimo por el egoismo de considerar que no me merezco menos, pues, entre otras cosas, sabe muchísimo mejor.

    Y créame, aunque no lo parezca por mis palabras, que respeto profundamente el vegetarianismo, veganismo e incluso vegacrudivorismo, como opción personal, sean por razones éticas, presuntamente sanitarias o incluso religiosas. Solo le ruego, en justa correspondencia, que nos respete usted a los que también libremente hemos elegido la otra opción, evidentemente a los que por razones socioeconómicas y culturales no tienen otra opción, pero también a los seres humanos en fase de desarrollo, es decir, los niños, y dejar que se alimenten sin riesgos carenciales hasta que, en plenitud de conciencia y educados en un impecable respeto al alimento y su procedencia, se decanten ellos por la dieta que mejor les apetezca.

    Le agradezco su receta de tortilla sin huevo; la probaré, soy un enamorado de la harina de garbanzos. Permítame recomendarle hacer la masa con cerveza en vez de con agua, quedará mucho más esponjosa y sabrosa permitiendo reducir la cantidad de sal e incorporando una fuente de vitamina B.


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