Pues Alvaro no tiene el don de la síntesis, pero sí el del sentido del humor. En El encantador de perros explica primero las consecuencias del sentido español de la honra y de la Contrarreforma para terminar analizando el fenómeno del mágico domador de perros que triunfa en las pantallas.
«En Estados Unidos u otros países anglosajones es distinto. También hay gente que está sola, que no saben qué hacer y terminan adoptando animales. En su desesperación, como no conocen las mieles del matrimonio católico, el altar sagrado de la Patria o las gestas de la Armada y la Roja, se vuelcan en los bichos. Hasta un punto que acaban tratándoles como si fueran personas. Pero, ay amigo, no lo son, y los perros, canis lupus familiaris, si les tratas así al final como acaban comportándose es como españoles sometidos a su peculiar sentido del honor la honra y las consecuencias derivadas de la Contrarreforma. Es ahí donde aparece entonces la figura del Encantador de Perros.»