El texto de Francisco Javier Irazoki es a penas una leve herida en el complejo tema de las lenguas en contacto y la diglosia, pero es una herida hermosa: Quien ama un idioma ama todos los idiomas.
«Fue a finales de los años cincuenta del siglo XX. Mi hermana, en medio de un paisaje verde, lloraba mientras recorría un camino de tierra. Enseguida me describió las burlas padecidas en el colegio. Ella se expresaba en el euskera que nuestros padres nos enseñaron, y sus compañeros se reían. Persona enérgica frente a las humillaciones, no tardó en preparar una estrategia. Para que yo, más joven y menos valiente, no sufriera, me hizo aprender sin ira el castellano y sentí que con cada nueva palabra recibía un escudo.»