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9mm Parabellum

El verano es un gran momento para devorar un cuento tras de otro, y mejor aún si es de género negro negrísimo como este 9mm Parabellum de Rafael Marín.

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Descubrí que me estaban poniendo los cuernos gracias a unos gemelos. De oro, eso sí, con una perlita rosa en el centro. Nos los regaló el presidente de Uzbekistán, creo. Una pareja para José Ignacio o y otra mí, que soportaba con él los honores y el calor sofocante y no me tenía en pie del cansancio tras doce horas de vuelo, otras diez de reuniones, una recepción, un dolor de muelas bíblico y una mala combinación de antibióticos y ginebra de esas que te dan en los aviones, en botellita pequeña, y que emborracha más que un litro de los que se compran en los duty-frees de los aeropuertos. Claro que nosotros hace mucho tiempo que ni tenemos tiempo de pasar por los duty-frees, y estaría mal visto que un ministro y su secretario de estado se atiborraran de tabaco y bebidas de alta graduación antes de subir a bordo.

José Ignacio es el ministro, claro, y yo soy su número dos. Siempre lo he sido. Y no sólo en el escalafón, quiero decir. Estudiamos juntos en los mejores colegios religiosos de Madrid, hicimos nuestros viajes correspondientes por Europa y por América justo cuando había que hacerlos, ingresamos en el mismo partido y nos batimos el cobre en cientos de comisiones parlamentarias, controles al gobierno, mociones de censura, campañas electorales y, por fin, pudimos acariciar el codiciado sillón azul. Bueno, lo acarició José Ignacio. Como siempre, yo me quedé en segundo plano. Y, ojo, no es que sea más tonto ni tenga menos enchufes que él. Simplemente, es mi sino. En el colegio, en las universidades, yo siempre sacaba mejores calificaciones que él durante todo el curso. Pero llegaban los exámenes finales, las subidas de nota, los trabajos extraordinarios, y entonces, en el cómputo de final de curso, me ganaba por unas décimas o incluso por un punto largo. Lo mismo cuando pasamos por la empresa privada, y cuando nos afiliamos al partido (yo lo hice seis meses antes, por cierto). Cuando empecé a salir con la hija de un banquero, al final fue José Ignacio quien se casó con ella. En las quinielas que hizo el Presi en su libretita azul para ver a quién le endosaba el cargo, sé que yo estuve encabezando los nombres durante un montón de semanas. Pero el puesto se lo llevó José Ignacio. Yo me quedé segundo. »

Alberto Haj-Saleh | 21/07/2010 | Artículos | Literatura

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