Carlos Pérez Llana advierte sobre las conclusiones simples y optimistas al reflexionar sobre la importancia de la caída del muro de Berlín hace veinte años y enumera una serie de problemas derivados o sin resolver: Después del Muro, erradas utopías de un mundo feliz.
«En verdad no se trató del “fin de la historia”, ya que el comunismo había muerto en Polonia años antes, cuando el régimen de Varsovia aceptó la existencia del sindicato Solidaridad, reconociendo que el Partido Comunista no representaba los intereses de la clase obrera. Comenzó, entonces, con la disolución del imperio soviético, un nuevo ciclo histórico identificado genéricamente como la era de la globalización que se desarrolló velozmente en la década de los 90. Los apóstoles del nuevo credo pronosticaron una utopía sin héroes, bajo el reinado de la economía y el repliegue de la política encarnada en los Estados. El postulado crecimiento perpetuo, sin fracturas y sin fronteras, se convirtió así en una nueva utopía centrada en el advenimiento de un “mundo feliz”. Pero la falta de perspectiva los condujo a un error: no advirtieron la magnitud de dos fuerzas dispuestas a rechazar el nuevo tiempo: nacionalismo y religión.
Así arribamos al 11/9 del 2001. La sobrecogedora imagen de muerte y demolición generada por el criminal atentado a las torres de Nueva York pusieron en evidencia cuán lejos estábamos del “mundo feliz”. La historia nuevamente recomenzó a través de los ciclos y el mundo pareció unirse contra el terrorismo bajo un recordado título: “todos somos norteamericanos”. Esa imagen de dolor compartido duró muy poco, ya que la respuesta americana, instrumentada por G. Bush, resultó divisionista y equivocada: declararle la guerra a una religión cuando se trataba de armar un gran consenso para combatir una metodología.»