El rugby es uno de esos deportes que sólo se disfrutan de dos maneras: mamándolo desde pequeño o por “revelación”. Yo soy de los segundos, de los que un día viendo el Cinco Naciones descrubrió que amaba ese deporte exageradamente noble. Óscar L. Bergaz habla de su relación con la pelota ovalada. El rugby y yo.
«Y llegaba de nuevo el sábado, esta vez los colores cambiaban, blancos contra azules, Inglaterra contra Francia, en un estadio de nombre Twickenham, pero los mismos fines, alcanzar a toda costa la línea blanca, a veces difuminada por el barro del terreno de juego, que había detrás de unos palos enormes en forma de H. Me costó un tiempo entender las reglas de juego, hoy en día aún me cuesta a veces reconocer el porqué de una falta, un golpe, o que “leches” ha pitado el arbitro, al final si no lo entiendo digo lo mismo de siempre, “será que ha pitado miedo”, al fin y al cabo el señor arbitro, y nunca mejor dicho porque así hay que dirigirse a él, es el que manda, y lo que dice va a misa, tenga o no razón.»