John Tones ha encontrado casi por casualidad una de las viejas máquinas recreativas de su adolescencia, y ha recuperado algo casi tan importante como el juego: la ceremonia previa al jueg. Gusanos metálicos.
«La saga Metal Slug supone los últimos estertores, ya en plan espasmos post-mortem, de un estilo de videojuego clásico y caduco: dificultad infernal, humor de parvulario de psiquiátrico, caricatura por doquier, sensaciones extremas. Guardo mi libreta y mi cámara de fotos, y recupero un ritual prácticamente olvidado desde hace años: crujo los nudillos, saco la moneda, la miro por cara y cruz, la golpeo con el canto junto a los botones, donde antes estaba el cenicero y la introduzco suavemente, dándole un pequeño empujón giratorio que provocaría, si eso fuera posible en los estrechos márgenes de la cahjetilla que aloja las monedas, un efecto en el hipotético bote de la moneda con el fondo del depósito. La partida resulta desastrosa, porque la pantalla está sumergida en una indescifrable penumbra, y la tecnomúsica que me impide oir mis pensamientos me impide, a su vez, concentrarme en algo que no sea el triple bombo.»