David Beriaín acompaña a una compañía de soldados norteamericanos en la visita a uno de los barrios todavía suníes de Bagdad: «“¡Allawi!”, saluda el sargento abriendo la puerta y cogiendo en brazos a un niño de tres años, cabeza descomunal, rico en cicatrices y chichones, que no para de reírse. Allawi es la debilidad de los soldados de la compañía Apache que vigilan esta zona. Casi todos tienen fotos colgadas en sus barracones con el niño, que se acerca a cada convoy a la caza de caramelos o de Gatorades con los que los militares combaten la deshidratación. Allawi esconde tras su sonrisa la tragedia de este barrio y de esta ciudad. Su padre tuvo la mala idea de ser uno de los pocos suníes que se sumaron a las filas de la policía iraquí. Al Qaeda no se lo perdonó y lo asesinó a tiros. Después le cortaron la cabeza y la tiraron al jardín de la casa de Allawi, para que toda la familia viera el precio de trabajar con los ocupantes o con “los apóstatas”.» Un paseo por Dora, un niño sin padre y una cabeza cortada.