Qué gracia tienes, corazón. No hay día
que no me digas algo. Me divierte
ser incapaz de verte y conocerte.
Y con qué poco te conocería.
Me das sombra en el pecho. Y alegría.
Me das calor de corazón. Y suerte.
Yo no tengo la culpa de tenerte.
Ni perderte tampoco es culpa mía.
Me das pena también. Y te acaricio.
Y me vuelvo a reír tranquilamente.
Es un defecto de tenerte, un vicio.
Y tiene gracia, corazón. La gente
de corazón no tiene desperdicio.
Pero mi corazón es diferente.
Seguramente tengo frío
y me caliento con mis huesos.
Seguramente tengo hambre
y me alimento de mis dedos.
Seguramente soy un pobre
que se conforma con su cuerpo.
Seguramente estoy aquí,
seguramente. Y tengo miedo.
Seguramente lo inseguro
es ser amor y carne y alimento.
Seguramente en esta mesa
mi plato está lleno de tiempo.
Seguramente vivo, seguramente muero.
Seguramente soy un hombre libre,
seguramente soy un libre preso.
Seguramente miro a la esperanza
como un espejo más frente a otro espejo.
Seguramente marcharé algún día.
Seguramente vuelvo.
Pero ya no podré, seguramente,
alimentar mi corazón hambriento
Que el aire tenga al aire. Que las cosas
renazcan en las cosas. Que la vida
brote sobre la vida revivida.
Que Dios enseñe cosas a las cosas.
Que haga la luz su luz para las luces.
Y que el amor nos sepa a amor, amando
lo que de nada en todo se convierte.
Que cada cruz se pierda entre las cruces.
Y que llegar sea andar y estar pasando,
llenos de eternidad, sobre la muerte.
Hoy he comido carne.
Alguien murió por mí.
¿0 yo he matado a otro,
tal vez, por no morir?
Me huele el sol a sangre.
Y, a ti, ¿también a ti?
A nadie le alimenta
la muerte como a mí.
Hoy he comido carne
de mí mismo, de mí.
¿Por qué, si yo soy muerte,
mato por no morir?
Es caro este alimento
que yo como de ti.
Y tú comes del hambre
que me quitas a mí.
Hoy he comido carne.
Alguien mató por mí.
¡Con qué pocas palabras
me enseñan a morir!
Contemplación
Tú eres, mujer, un árbol.
Se caen de ti los hombres, los espejos.
Mi corazón te lleva entre los árboles,
con una soga al cuello.
Hoy se mecen contigo
los silbos de las hojas, los aullidos del viento.
Tú eres, mujer, otoño:
hoja en blanco, en amarillo, en negro.
Mujer enarbolada,
otoñalmente madre del recuerdo:
tú eres, mujer, simiente antigua,
nuevo celo;
una continuación
del verano en el tiempo.
El hombre va a tu lado,
en la misma estación. 0, quizá, lejos
de las palabras que son años,
o los abrazos, que son ecos.
El otoño ha traído a nuestras manos
algo que nos caliente en el invierno.
Al fin, mujer, en ti es igual —otoño—
que en el bosque o jardín o en el paseo.
No son las arboledas las que pierden las hojas,
son nuestros propios dedos.
Como son cosa nuestra,
las pisamos, y oímos nuestro peso
estremecerse en músicas pisadas,
en lluvias chirriantes en el suelo.
Deseo
Tú eres, mujer, la miel de la colmena;
son de azúcar las cañas de tus huesos.
Tú eres mujer total,
música adentro,
amor, reino del seno de tu vientre
y de tus senos.
Los senos que amamantan
a los hijos futuros del invierno.
Lloran todos los árboles. Y hablan
con palabras que llegan a no serlo.
Es otoño en tus ojos,
primavera a lo lejos,
fruta súper madura, leche pura, plenamente alimento.
Eres, mujer, Diana del otoño en el campo,
y en la ciudad campana tocada por el fuego.
Si fuera otoño cada día
del año por la vida o por el sueño,
te aseguro, mujer,
que el pasado sería más duradero.
La verdad se da cita otoñalmente
en los mismos espejos.
¡Ay, perfume del bosque, qué amarillo
me pones el olfato y el recuerdo
Tú eres, mujer, un ángel todavía
del otoño perfecto.
Ya que estamos, mujer, en el otoño,
yo debo verte en él. Y en él te reto
a que nos despojemos de la ropa
de hojas de tanto tiempo.
Que se queden los árboles desnudos,
desnuda tú conmigo, a lo inocente, a lo pequeño.
Los trenes que perdimos
Otoño es la razón que pone el hombre
al pecho.
Y es alegría, sin embargo,
en los caminos y en las carreteras, en los mares y puertos.
Tú eres, mujer, la causa
de este presente puro, amarillento.
Amanecer en el otoño
es darse preso
y darse prisa hacia lo razonablemente viejo.
Tú, mujer o paloma mensajera,
comprende que el otoño es sólo un juego
para todos los hombres y los árboles,
para las hojas muertas o mensajeros muertos.
Donde el otoño ha puesto el alma,
tú, mujer, escondiste tu misterio.
Todo el mundo conoce las canciones
y los cuentos
humanos del otoño.
Pero tú y yo, mujer, los escribimos y leemos
paseando del brazo todavía
por la sombra paciente de la plaza del pueblo.
Ya que estamos, mujer, en el otoño,
debajo de los árboles, perplejos,
recordemos los trenes que perdimos
tan velozmente ciegos.
Recordemos al tren que, al fin, nos trajo,
y el tiempo en el estribo allá a lo lejos.
Y esta estación de otoño abra la puerta
de la sala de espera de tu pecho.
Que eres, mujer, otoño
siempre nuevo.
La calle de los Bécquer tiene sabor
de nombre de hortaliza.
Tiene sabor a fresco de paladar de aljibe.
La calle de los Bécquer es un poema oscuro
en la sed
de Toledo. Es
un paso a nivel donde ya se han perdido
los más firmes
niveles.
Pero trenes que vienen de todas las estrellas
pasan, como luces,
derramando silencio
sin ser vistos por nadie.
- Mira esta calle, sabio florentino,
desparrama tus ojos por esta fe siniestra,
por esta corcovada caricia de los muertos,
de los que no supiste tú nunca antes de ahora...
Y esta calle es tan nuestra
como para sabernos
cómplices de su pena. 0 quizá para hacernos humanos
transeúntes de muertos más distantes.
Aquí está el mar
andando también por esta ola
que se sube a la frente de todo lo noctámbulo,
que dedica nocturnos al pecado y la vida
y que acaricia al paso todo lo deseable.
Esta estrechez es mía
en esta calle vuestra, penitentes
siglos desparramados,
más bien envejecidos en paredes
o pechos carcomidos.
Esta estrechez es mía
y no la siento apenas.
- Maestro, alejémonos ya de su sabor de antes.
Sigamos caminando.
Los dos somos el tiempo un minuto parado
en nuestras manos juntas.
La calle de los Bécquer es una voz posible,
o posible invención de lo desconocido.
Esta estrechez es mía. La estrechez que se guarda,
sumisa,
en una mano
y luego se transporta a donde el alma quiere.
Belchite el Ebro, Agamenón. Vino la guerra.
Estalló el mar encima de la muerte,
Aquiles endiablado y yo aturdido,
blanco entre los escombros de Madrid.
Guadalajara. Y yo temblando porque Tetis
todavía no era agua
ni madre ni existencia, ni tiempo.
Dios nos bombardeaba desde arriba y el diablo desde abajo,
y sudábamos sed,
y los niños regalaban su hambre a los guerreros
pero yo ni siquiera me acuerdo si era niño
o entonces era un gato huyendo a los tejados
después de oler la muerte en las alcantarillas.
El Alcázar, Guernica. Y otra guerra
vino a matar al tiempo y a la Historia
en os museos
y refugios de Europa desde Monte Cassino.
1936, España estaba sola. Y con el Mundo a un lado.
1944, Italia estaba sola. Y guerreando con el Mundo, junto a él.
1982, el Mundo está más tiempo y generando soledad,
mientras atiza el fuego de la muerte.
Y, ¡qué más da, si Yo Perdí la vida en la batalla de Cunaxa
abrazado a los pies de Ciro el joven!
Aunque nada de mí dice la Historia, por más señas.
Tetis, perdona que lo cuente,
que es verdad que yo, entonces, no sabía de ti,
aunque ya conocía que tenía que amarte
y esperaba asombrado a todas las nereidas
desnudo ya y bailando a la orilla
del mar.
Puede que sea una virgen italiana
con Bernardo de Tasso en una alcoba,
fresca sobre una cama de caoba
pintada en una rica porcelana.
La lira es más así que la manzana,
es menos transparente y no es tan boba.
Sabe bien quién la besa y quién la soba
y menosprecia si le da la gana.
o sé lo que esperaba Garcilaso
trayéndola a mi casa como loca,
ella sabe también que dio un mal paso.
Ahora estará besándome en la boca,
aunque no se desnuda, por si acaso,
todo me lo revuelve y me lo toca.
Como un otro terrible,
el otro de mí mismo no razona.
Todo es incomprensible,
no sé lo que ambiciona
si tocamos a muerto por persona.
No voy a comer nada,
nada me satisface cuando pienso
que la vida es delgada.
Mi esqueleto está tenso,
soportando mis carnes indefenso.
Siente como un enjambre
de abejas, todas dentro de su oído.
Se alimenta del hambre,
de saberse comido
de estar siempre por ánimas vivido.
Me tiene el otro en coma,
ya no siento el sentido, lo que siento.
Será mejor que coma,
aunque de pensamiento,
será mejor que ser el alimento.
Ya no valemos nada,
y menos tú, divino puñetero,
sopa recalentada
en un viejo caldero,
que sueñas con chuletas de cordero.
Todo se contradice,
todo está hambriento a mis alrededores,
muerto, como quien dice,
sin nostalgia y sin flores,
para que vivan los depredadores.
Si el otro ha de pensar,
¿qué puedo hacer de mí, yo, mientras tanto ?
¿Sólo hablar por hablar ?
¿Por qué no llamo al llanto,
me muero de llorar y luego canto?
Se va la Poesía
con todos los poetas a la cama,
se va la amada mía con todo el que la llama.
Me quejaré al Patrón si no me ama.
Tapada con la aurora,
con un olmo se fuga del olmedo.
La noche delatora
le acusa con el dedo,
el olmo es de cristal y tiene miedo.
La noche va de ciega,
se da contra los árboles de frente,
no ve por dónde llega al mundo tanta gente
y el olmo de cristal muy reluciente.
Después de la aventura,
vuelve la Poesía embarazada,
revuelta su figura
y muy entusiasmada,
sé que la tengo mal acostumbrada.
(¡Si el miedo no lo viera,
ni su invisible busto de escondido,
de sueño de madera, de muerto arrepentido,
de oscuridad de noche sin sentido...)
La noche se entusiasma
con el miedo de la luz que da la aurora
con traje de fantasma
y tan madrugadora.
Yo no se que pensar de Dios ahora.
qué bueno ha sido leer esta poesía, cada una de ellas tiene una carga de buen sabor en la pureza siemple de su lenguaje, en la búsqueda de figuras y en su composición toda, buenos resultados y gracilidad de estilo. Felicitaciones por la publicación.
Comentado por malu de francesco el 16 de Junio de 2004 a las 05:31 PM