Revista poética Almacén
Los Poetas

Felipe Sérvulo
La poesía de Felipe Sérvulo es escueta, sobria, con imágenes atrevidas pero “reales”. Es una poesía pulcra, minimalista, una poesía de “campo”, de afuera, llena y rebosante de olores, iluminada de colores, perfilada de sonidos, un bosque de nombres olorosos, con la presencia de la naturaleza a pleno pulmón, escrita en la ciudad. Poemas con un ritmo preciso y precioso. Metáforas que son como chispas que saltan, puñaladas que te entran por lo ojos y te deslumbran, brasa que quema. Destacaría en sus poemas la “limpieza”, el trazo limpio, seguro, equilibrado. Parecen poemas escritos con tinta purísima y lápices olorosos en papel de nieve. Dirige la revista El laberinto de Ariadna y ha publicado Hasta el límite de las violetas (Editorial La Mano en el Cajón. Barcelona, 1995), Las noches del sur (Diputación Provincial de Jaén. 1996) y Casi la misma luz (Tágilis Ediciones. Almería, 1999).
h.b.

EXISTES, PORQUE VEO EL RAYO
inacabable de tus ojos y sé
de tus oráculos. De cuando
invades la penumbra, iluminas
la ciudad infinita y me retomas
desde un vaho de crisantemos.


Promiscuo sabor a ti. A tus ojos
como labios, me besas
si me miras. Festejo
la libertad de saberte.


Malvasía en tus palabras.


Malvasía y domingos
en tus silencios. Sólo
te pierdo en la derrota. Opacos
los párpados y en el sopor.


Me apasionas y te busco.
No te encuentro
nada más que en los recuerdos.


Tan azules
que me hielan. Pertinaz
tu nicotina o tu sonrisa. Un café
apenas es nada. O es un sueño
en tan larga distancia. Inútiles
pueden ser tantos pasos. Humedad
y nieblas en los ojos.


Lo mismo vienes que te vas. Te meces
ensortijada en mis neuronas.


De púrpura
dibujas tus adioses. El último
me supo a nostalgias. A óxido
en la lengua. A resaca
de tus ojos. Que me besas
si me miras. Tenaz
la tarde pasa. Y yo te busco.
Y no te encuentro. Y te espero.

ESPERA...
eres el aliento, el íntimo
aire que revive, el vértigo
de saberte tras el humo
de mis brazos.


El justo dolor que acosa
por quererte.
El pájaro que sobrevuela
la espesura y la resina
en la distancia.
El son de mis palabras
que murieron
por las violetas
que no te supe. Tú eres
mis versos, tan tristes.
El sino inescrutable
de la vida y las mimosas
de este invierno
como tú: transparente y frío.


Están lejos tus párpados
como semillas floridas.
O tus labios que desconfían
de tanto amor.
Y esa mañana, levísima,
que me prestas
desde tan largo regreso.


Y tuyo es el salitre.
Y tuyo el vuelo de las gaviotas.


SEA POR TI EL DESORDEN
y el nácar en la lengua. No
la urgencia rebelde
que nos cerca y nos olvida. Deja
que tu piel sea lentisco,
sea jara y romero.


Sea tomillo, sea palabras
y sea memoria. Deja
que este febrero tan frío
sea milagro,
como nido, como deseo.


Que el impudor nos acose.
Sepa a noches. Sepa a mirra.
Que tu boca como uvas.


Y levadura tu cuerpo


De: HASTA EL LÍMITE DE LAS VIOLETAS


LA MIRÉ Y ME OFRECIÓ
el candor de sus pupilas
y la espesura de bosque.

Pero no vi en ella sino tristeza.

Después la blanca brisa
bajó por el río
y al heraldo de la bruma
le pregunté tu nombre.

- La recuerdo,
pero hace tanto tiempo... -

Ahora quedan
capiteles mutilados,
cal exhausta
y el aire que alberga
la descarga de los fusileros.

En la lejanía,
el humo de las bombardas
envenena la tarde.


DURANTE TODO EL DÍA
he visto sangre nueva
sobre los campos sucios.

La muerte entretejió
un osario temprano
entre el frío
de silentes espadas.

Si ahora aparecieras,
verías el dolor
mineral, la lágrima
de madre, la avidez
del gusano...

Hace tiempo
fuimos hermosos,
y nuestro hogar,
una risa encendida.


EL HECHICERO Y SU PODER OCULTO,
ha mentado tu nombre por dos veces
y he vuelto al silencio
para sentir el crepúsculo
y la hojarasca.

Dondequiera que estés,
me trae el aire
el aroma del espliego en flor,
- tristeza verde
y soledad que callo -.

Te lo juro hoy, que escampa el día
y tanta vida queda por delante.


YA VES: A PESAR DE TODO,
retoñaron los rosales
sobre las tapias de la vieja casa.

Después de tantos años de abandono,
ya ves: están como encendidos.

Apunta el día, se germina.

Nos llega el frescor
de la hierba mojada.

Estamos vivos, nos amamos.
Como si estuviera la paz cercana.
Como si ya hubiera paz.


De LA CIUDAD DE HIELO


DESPIERTAS ENTRE EL VAHO
y en tus ojos,
mechas de oro viejo
y espigas,
en la solitaria cartografía
de la materia.

Caminas por el infinito
mar de los sueños,
donde brota la aguamiel
para los labios.

Donde se impone la cordura
de astuto navegante,
que, en ausencia de azules,
busca la verdad
de antiguas travesías.

TODO SE HACE NUEVO EN EL SILENCIO.
Lo sé: la historia que aguardo,
la lluvia imprevisible,
o el saberme, sin remedio,
arcángel maldito.

Y en cada esquina, trasiego al no verte
y velo los balcones en desamparo.

Como cuando la vieja ciudad
se hace sólo una calle,
que no cabe en el pecho.

La última calle.

Y tras ella, los campos de ceniza,
sin álamos donde grabar un nombre.

Porque si fueras
algo más que una fiebre,
podría amarte en la quietud de la noche,
como amo la honesta luz,
que invade esta casa, que no es la tuya,
pero lo sé: vienes como marzo,
a todos los rincones.

Y te diluvias en ramas,
volteas el tiempo
y haces que todo vuelva
a ese instante,
en que sonríes madrugadora.

Nada sin ti.
Ni siquiera la inmensa sencillez
de este misterio que me profana
y tensa las venas,
que deja la vida inflamada,
entre los músculos,
que gira el planeta
y hace que piense
que ya no existe la ciudad
que nos amó.

Entonces, ya no sé
si alguna vez te tuve cerca;
porque, quizás, el tiempo,
es sólo una medida,
que nos hemos dado
algunos hombres.

Y los días, sus huellas.

Ellos, tan sólo, señalan el camino
y te inventan.

De LA NUBE DE OORT


SERÁS LUZ
sobre los escombros
de lo que un día fue brasa
y cuerpo amado.

El hilo pulcro del ajuar,
la hogaza sobre la mesa,
las voces por los cerros,
la escarcha primera
que anuncie el frío.

Y antes del derrumbe,
la flor en la espadaña.

De La pureza de la tierra



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