Revista poética Almacén
Tele por un tubo

[Ramiro Cabana]

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Hotel Glamour

¡Cuántos conceptos se van a caer en este programa!
Jesús Vázquez, presentador de Hotel Glamour


En el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE, como lo conocen en su casa) no viene "glamour", así que me traigo la palabra del American Heritage Dictionary of the English Language: 1. Compelling charm, romance, and excitement; especially, such qualities when delusively alluring. 2. Archaic. Magic; enchantment; a magic spell. En otras palabras, encanto. Y me traigo encanto del DRAE: 1. (De encantar) encantamiento. 2. fig. Persona o cosa que suspende o embelesa. 3. pl.fig. Atractivo físico. Y si todavía no habéis pillado que es lo mismo, me traigo encantar: 1. Someter a poderes mágicos. 2. Atraer o ganar la voluntad de alguien por dones naturales, como la hermosura, la gracia, la simpatía o el talento. 3. Germ. Entretener con razones aparentes o engañosas.

¡Así que glamour y encanto son una y la misma cosa! Que nadie antes de mí, vuestro servidor y héroe, se haya atrevido a ir al diccionario para ver qué coño era aquello, ¿es culpa mía? ¿Es culpa mía si cuatro pendejos de la tele piensan que es más glamuroso decirlo en inglés, ese idioma para estar en el mundo, y no en español, ese idioma de andar por casa con agujeros en los calcetines? ¿Es culpa mía si así lo pensáis vosotras también? Probablemente no, pero alguien en La página definitiva sí que sabe de quién es la culpa. Cuando hayáis leído eso, podéis volver y leer el resto del artículo de Cabana, vuestro maestro y defensor, vuestro quijote y vuestro quijito. Así que id, aldonzas mías, a averiguar por qué no tenéis ni puta idea del uso correctísimo del idioma, que aquí os aguardo tranquilamente, sin prisas, con el dedo hurgando en la nariz en busca del tesoro de la Sierra Madre.

¡Hola de nuevo! ¿Os lo habéis pasado bien, os han enseñado algo deleitando? Bien, ahora que estáis preparadas para todo, vamos allá con el artículo:

¡Ah!, antes de que me olvide, he hallado otra cosilla interesante, desinteresadas amigas, y es que glamour viene del escocés, glamor, que no es otra cosa que una forma popular de grammar, o sea, gramática. ¿Y cuál es la conexión? Muy fácil: en otros tiempos, el lenguaje y la magia iban de la manita al cole. Y alguien que se interesara mucho, mucho por la gramática, pues no podía ser otra cosa que un mago. Como yo. Entonces, glamour, encanto, es magia. Una persona con glamour, con encanto, es una persona mágica. ¡Una persona encantadora es alguien que nos hechiza!

Y ha quedado claro, amigas, hermanas mías en la duda existencial, que Jorge Berrocal, el primer expulsado de esta academia de famosos no posee glamour alguno. Ni magia. El de la pata encima ha demostrado que no os hechiza. Ese dechado de honestidad espeinola, de honradez mal entendida, quiere decirle a unos cuantos en los programas que le dan de comer lo que piensa de ellos. Y vosotras, expulsándolo, le habéis demostrado lo que pensáis de él. Ya decía yo que no había ningún problema con mi pantalla de plasma. Cuando lo vi entrar en el Hotel, pensé que se trataba de alguna interferencia maligna. Ese honrado, ese honesto. Con la honestidad de Jorge y un euro fui el otro día al bar de la esquina y me tomé un café; incluso me dieron cambio.

Pero no es ninguna deshonra hacerse expulsar del Hotel Glamour. ¿Os acordáis de la palabra deshonra? Borja, mi perro salchicha, dice que no. Pero él es joven y vosotras no, amigas mías. Vosotras sois viejas. Como yo, que también soy una vieja y un viejo, aunque todavía no de camino a la muerte, cortesía de uno de esos viajes semirregalados que dan ciertas instituciones en invierno. Pero a lo que voy: dejarnos engatusar por palabrejas de la tele, dejarnos deslumbrar, encantar, glamurizar por ellas sin que sepamos qué cojones nos están diciendo, eso sí que nos deshonra, nos ultraja, nos la inserta doblada por cuatro y ya dentro nos la desdobla. Puede que a alguien le guste, pero a mí, personalmente, dulces personas lectoras, me parece inútilmente doloroso.

Lo que hechiza es la tele, claro. Por ahí es por donde picamos. La tele, en mi caso una enorme pantalla de plasma, nos apendeja tanto que hay gente que piensa que vale la pena ver a Aramis Fuster en pelotas. Es una bruja que no sé si carece de magia, aunque no precisamente de encanto y sí de glamour. El desparpajo de encuerarse ante la cámara es otra cosa, cosa vieja, y todavía muy apreciada en nuestra Espéin de videntes y mirones.

Hotel Glamour también es cosa vieja. Todo el glamour está gastado, glamour de calcetín, de pintalabios encontrado en la calle, de cabaret cerrado hace años y con la purpurina pálida, cayéndose de las paredes con todo y trozos de escayola. Pensión hortera, el Hotel Glamour está cansado, vencido, desvencijado, como un viaje de fin de curso repetido mil veces en la memoria, deletreado ad infinitum, con todas las oportunidades perdidas de echar ese primer polvo llenas de polvo. Y aún así, sé que a vosotras os gustará. No os perdáis ni un capítulo, amigas, que no pienso volver a hablar de esto.

En el Hotel, está el glamour de la peluquería de barrio, enclavada entre el bar de grasiento menú a seis euros y el kiosco que la nutre de revistillas del corazón y de moda para que haya algo de que hablar en el desierto del silencio a gritos en el que vivimos. Para eso está el peluquero Juan Miguel, que se afeitó todo el cuerpo y que para evitar el tostón de aburrimiento en este Hotel de paso, se dedica a peinar y repeinar a las señoras, encantadoras, que lo acompañan.

Hotel Glamour, esquilmadas amigas, es la melancolía de boca seca y mal aliento que se nos acerca en la oscuridad de la resaca de una noche plena de errores. Se nos aproxima por detroit y nos pega un susto de muerte: ¿es esto lo que somos?, pregunta. ¿En esto nos hemos querido convertir? Tamara y Yola Berrocal conversan íntimamente, de mujer a mujer, sobre cirugía estética, implantes, operaciones echadas a perder, tetas de silicona y pus por todas partes. Y en eso andamos resbalando cuando Tamara cuestiona retóricamente: “¿Qué soy yo, un bicho raro?” La pregunta quedará sin respuesta para siempre, por los siglos de los siglos, o hasta que vosotras mismas, amigas mías de oro en los dedos, decidáis si ha de ser expulsada o no. También podéis decidir si para esto os interesa llegar a ser famosas. Quizá vuestra gran ambición en la vida sea poder intercambiar pareceres de silicona con la próxima muñeca hinchable.

Y hablando de muñecas hinchables, también está Carmelina, introducida en el Hotel Glamour por Pocholo Martínez-Bordíu, que a pesar de su ascendencia, me cae de puta madre: un desastre como él es lo que necesita un programa como este. Mientras Jorge el Expulsado le hacía ojitos de perro muerto a Estíbaliz Sanz, otra muñeca, Pocholo andaba por ahí, a lo suyo, haciendo el idiota y escaqueándose por enésima vez de aprender a hablar. Con todas sus movidas es un tío que está vivo, un tiovivo, un carrusel de sorpresas. Carmelina y Pocholo son los personajes más interesantes del Hotel.

Está claro que a mí me gusta que me peguen, si no, no sería en mejor crítico de televisión de esta revista, Almacén. Pero vosotras, amigas en lo espiritual, que todavía estáis en lo más dulce de la tercera edad, ¿por qué veis estos programas? ¿Por qué os ponéis el liguero sin medias y os masturbáis delante del ojo ciego del televisor? ¿Quién os está mirando, que tanto os excita? ¿Dónde conho está el mando?

Bien hasta ahora he escrito una elegía por vosotras y nuestra televidencia. ¿Os ha gustado? Pues a mí también. Y también está claro que Hotel Glamour es lo mejor que nos podía pasar. Hotel Glamour es un steak tartar de caca, delicioso, heroico, lleno de famosillos a modo de picatostes para que algo cruja al masticar. Puro sushi, Hotel Glamour nos demuestra de una vez por todas y para siempre que cualquiera, CUALQUIERA, puede llegar crudo a la fama y ser devorado crudo con y por ella. Crudo, en mexicano, también significa resacoso, queridas.

Saber, aprender eso, es lo mejor. Es lo que a muchas de vosotras os obliga a soñar con el reconocimiento en Crónicas Marcianas. Y pensáis: Si cualquiera, CUALQUIERA, puede llegar a estar a escasos centímetros de Boris y Sardá y gritar obscenidades y salir en pelotas en el Interviú y decir mentiras para cobrar por dejarse echar limón y sal en los ojos durante las cuatro horas que dura el Tómbola, si CUALQUIERA puede, yo también.

Así que ya lo sabéis: lanzaos a la fama, poneos unas tetas falsas (y mejor si sois tíos) y una dentadura postiza y un tercer brazo de goma y unas gafas con nariz y bigote y ya estáis listas. A ver, amigas, gritad conmigo: ¡YO TAMBIÉN QUIERO SER FAMOSA, YO TAMBIÉN QUIERO QUE ME METAN UN GANCHO EN EL CULOY ME CUELGUEN EN LA CARNICERÍA MÁS CONCURRIDA CON UN LETRERITO QUE PONGA: CON LA COMPRA DE UN KILO DE ESTO, SEA LO QUE SEA, GRATIS UNAS HOSTIAS EN EL CRÁNEO! Y luego os pilláis un taxi con taxista borracho y os lanzáis al Hotel Glamour.

Como estoy seguro de que habréis podido observar, lindas mías, hoy estoy de malas. Como si se me hubiese salido el supositorio en plena calle, siento que tengo que hacer una maniobra extraña con la pernera del pantalón y dejar caer al suelo el supositorio a medio consumir. Espero que nadie me vea. Espero que nadie me lea. El jefe Taracido me ha amenazado con echarme si no escribía sobre el Hotel. Yo sigo sus órdenes al pie de la letra, como si fueran vuestras, queridas amigas personas lectoras. Y mi pantalla de plasma llora electrones de rabia, chisporrotea con la electricidad estática de la congoja.

Borja, mi perro salchicha, huye de mí como de un apestado que le pegara. Mi chavala ya no se esconde para reírse de mí; incluso graba su risa y la deja puesta cuando sale. Yo, amigas íntimas, os lo confieso todo. Me ha dado un calambre en la mano de tanto reprimirla para que no cogiera el mando. Hasta la mala leche se me está agriando. Hasta los condones me quedan grandes por el encogimiento de partes que padezco. ¡SOY UN PARIA, UN POBRE DESGRACIADO, AMIGAS! ¡SOY UN HOMBRE HUMILLADO POR SUS PROPIOS OJOS Y OÍDOS! ¡SOY UN PERRO!

¡Perdóname, Borja, tú eres más humano que yo, tú tienes más encanto y con ese nombre, más glamour! ¡Borja! ¡Ven aquí! ¿Qué no sabes que en la alfombra persa de ciento cincuenta años de antigüedad no se mea? ¿Qué no ves que si mi chavala se entera, nos expulsará a los dos del palacete?

Amigas, con un perro no se puede razonar. Tampoco con la tele, y menos si la tele es este famoseo infame. ¡Borja! Que te he visto, ¡trae aquí esa zapatilla! ¡Venga, que vamos a hablar en español un rato!


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