Revista poética Almacén
Colaboraciones

Recuperemos la experiencia de la poesía

Ximo Ferrando


Hace ya algunos años, una noticia despertó mi atención, escondida en el rincón menos accesible de un periódico. Decía así: "Joan Brossa critica la falta de simplicidad de la literatura actual. El poeta catalán Joan Brossa criticó ayer la falta de simplicidad de los textos poéticos [...]. Brossa describió al poeta como un comunicador de intuiciones que va más allá de la vida real de cada momento, muy lejos de la concepción actual de literatura "de confesionario" en la que se está convirtiendo la poesía. En este sentido, no dejó de criticar el deseo común de los escritores de hablar de sí mismos […]"


Frente a la poesía de la experiencia no cabe adoptar una actitud contemplativa, antes bien se debe dar una vuelta de tuerca: hacer experiencia de la poesía. Experiencia de la poesía como gesto, como provocación, como acción de rebeldía cotidiana. Las percepciones soberbias, las emociones sublimes, por sí solas, no sirven. Es la conciencia de esa percepción, de esa emoción, de ese sentimiento inefable, la que debe provocarnos la búsqueda. Debe lanzarnos con vuelo ágil sobre las palabras que definen -que nos definen- y en esa misma definición descubrirlas como nuevas, ajenas a sí mismas, a ese vano intento de asir lo inasible, lo que siempre escapa.
Poesía sobre las olas: las gaviotas son letras en círculo formando palabras –experiencia–, la espuma de las olas el papel fugaz sobre el que escriben sus alas –experiencia–, las nubes colocan acentos e imponen tormentosas cesuras –experiencia–, la estela de un barco es un verso donde las letras-gaviotas alcanzan ese ritmo misterioso, esa cadencia de gaviota –experiencia–. ¿Poesía de la experiencia? ¡No! Permutemos los términos del enunciado: experiencia de la poesía. ¡¡Silencio!!: sobre el papel se está dibujando un campo de amapolas. El águila surca triunfante las alturas. Un árbol escorado hacia la derecha, al fondo, hace sombra. El viento sopla haciendo ondular las espigas. Juego de espejos. Poesía. ¡Un libro es un campo de amapolas!

Y si viene al caso la cosa saco las ocas del saco.

¿Acaso no es del poeta el ocaso?

Por el caos hacia el asco

cual poeta dudando

la coronilla me rasco.


La poesía no es una experiencia que luego traducen las palabras, sino que las palabras mismas constituyen el núcleo de la experiencia.

Octavio Paz


Al construir esta página reclamo el alimento de lo que es no ya la esencia de la literatura, sino más bien una actitud vital, una forma de estar en el mundo, una manera de ser. La poesía es un bien precioso que debe preservarse –¡a toda costa!– de los melifluos y blandos llorones que se masturban con las letras de sus poemas mientras tratan de que yo, lector, recree su experiencia, como si su experiencia fuera capaz de recrearse en mi lectura. Mi lectura es creativa, no re-creativa. Mi lectura es experiencia por sí misma, no es "de la experiencia" ni de nadie. Mis manos son a la urdimbre de la página una trama de espejos que retienen enigmáticas combinaciones de letras: azarosos los poemas entretienen miradas y alzan sus copas en señal de bienvenida: el mundo es todo él una enorme y gigantesca eclosión de poesía. Y para llegar a ella no necesitamos que nadie nos preste sus muletas: ¡cuántas poesías de la experiencia debemos sufrir antes de conocer la certera poesía, la que nutre las venas de la tierra con savia de bardo, la que todas las mañanas descubre en el banco de la alameda, como por casualidad, una letra como aventura!

Termino como empecé, con una noticia inserta en el diario (8-4-2000): José Ángel Valente, poco antes de su muerte, defendió la poesía meditativa y lanzó algún que otro dardo -"dardos merecidos"- contra los que se denominan poetas de la experiencia: "No tienen la experiencia de la poesía", añadió convencido.


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