Quiero hacerme una casa. Esta frase tan repetida en los cientos de despachos profesionales esconde toda una perversa maquinaria mental tras de si de la que no siempre son conscientes ni el emisor ni el receptor de la misma. Se acepta como punto de partida para desencadenar la primera secuencia de una batalla desigual en la que ambos deben perder.
Coherencia. La actitud que podría llevar a cualquiera de ustedes a hacer suya en algún momento la afirmación que inicia este artículo no se repite mas que de manera esporádica a lo largo de sus vidas. El reconocimiento de la capacidad ajena hace que nos dejemos llevar en ocasiones en las que potencialmente se juega con lo que mas nos suele importar, nuestra salud o la de los nuestros y nuestro dinero.
Damos por sentado que quien mejor puede hablarnos de lo que le sucede a nuestro cuerpo cuando este enferma es un médico, siempre a partir de las escasas y crípticas pistas que le damos tras un simple ¿qué le pasa?. Entramos en su consulta con mas dudas que certezas para ponernos en sus manos y aceptar que se entrometa en nuestras intimidades, para permitirle que nos ordene, para, por fin, salir de allí con nuestro preciado botín: una colección de extraños términos y de desconocidos preparados químicos que hemos de ingerir previo ritual horario o de hábitos. No nos preguntamos, generalmente, si los preparados que nos recomienda son o no peligrosos, si realmente nos funcionarán o no (el tan utilizado y efectivo efecto placebo) en fin, depositamos toda nuestra confianza en unos conocimientos que suponemos en el otro y de los que aceptamos carecer. También aceptamos sin miramientos los dictámenes de cualquier letrado que nos haya recomendado un amigo puesto que no solemos ser doctos en leyes y nos dejamos llevar por aquel en el que hemos depositado nuestra confianza al suponerle mayores conocimientos que los nuestros, exponemos nuestra problemática y esperamos a que el abogado de turno se base en nuestras circunstancias para elaborar un producto, una solución que se adapte tanto a nuestros requerimientos como a lo permitido por la ley que él interpretará.
Quiero hacerme una casa. Nunca se hace, pero debería añadir “ ... y se como la quiero”. Sin embargo no es así. Admitimos con facilidad nuestra ignorancia en materia médica, admitimos con la misma facilidad la necesidad de asesoramiento legal o económico dejando en manos de los profesionales la tramitación de nuestros asuntos privados, los procedimientos que desconocemos, la elección de nuestra futura actitud, pero no admitimos que nadie nos diga que no sabemos donde o como debemos vivir.
No se trata de una discusión acerca del gusto ni mucho menos, pero el último argumento siempre es ese, “...es que a mi me gusta así...” o el tan manido “..sobre gustos no hay nada escrito”. Falso, tal vez sea el tema mas prolífico el de la estética, y aun así creemos que no hay nada escrito al respecto. Cuando alguien recurre a este tópico siempre me viene a la mente la respuesta que daba uno de mis profesores en la Escuela de Arquitectura, “... efectivamente, no hay nada escrito, nada que tu hayas leido por lo que se ve”, si, un poco prepotente, pero cierto.
La necesidad que nos lleva a plantearnos la construcción de nuestra vivienda rara vez tiene algo que ver con la necesidad de poseer un objeto estético del que nos sintamos orgullosos, rara vez tiene que ver con el disfrute visual del objeto, ni siquiera tiene que ver con la necesidad de exponer a los demas una muestra de nuestro gusto. Tiene mas que ver con la repetición de los estandares visuales, con la repetición de lo habitual, con la asimilación de las formas a los recuerdos o a las imágenes del marketing.
Mi último cliente admitía cualquier propuesta alternativa para su estudio (a pesar de haber entrado en el despacho con el proyecto ya dibujado) siempre y cuando se cumpliesen dos condicionantes inamovibles, cinco habitaciones (condicionante funcional y por lo tanto interpretable o al menos parámetro de trabajo) y que su casa tuviese buhardillas, sin duda producto de una imagen mental. Lo absurdo de su condicionante no reside solamente en la clara implicación estética del parámetro sino que obvia por completo la configuración de la vivienda para permitir que la misma tenga buhardillas, sin pensar, probablemente, que su vivienda no tiene porque ser de mas de una planta, sin plantearse que el garage no tiene porque estar debajo del salón, sin pensar que su ansíada bodega no tiene porque limitarse al aprovechamiento de un hueco en el sótano. En fin, sin haberse planteado que delante tiene a un profesional al que le tiene que dar los parámetros de su problemática para que este la resuelva en base a unos mayores conocimientos respecto al tema.
No es la imagen que busco para mi casa. Evidentemente, porque nadie puede construir tu sueño, porque no existe esa imagen, porque no se busca al arquitecto como se busca al médico sino que se acude a su establecimiento como se acude al taller, a que nos solucionen un problema tecnológico, o a la ventanilla de una administración, a que nos ayuden a salvar el trámite necesario.
La tan cacareada y publicitada campaña contra el “feísmo” en Galicia que a puesto de acuerdo a tantos estamentos nace muerta, lastrada por una ignorancia no reconocida y por una tendencia imitativa. No quiero desde aquí entrar en el juego fácil de analizar el porqué de la aceptación de los arquitectos de proyectos que ya vienen acabados, pero es una triste situación y un incierto (o no) futuro.
En su momento nombré presidente de Plañideras ITRW a un compañero que tras acabar su carrera y enfrentarse a su mundo real lloraba la inutilidad de sus conocimientos repitiéndome como una cantinela "... Bauta, la gente no necesita arquitectos".