Revista poética Almacén

Habitar

Extraído de "El Arca de Noé: sobre los orígenes de la vivienda"
de Joaquín Arnau Amo en "Nuevos modos de Habitar"

[...] El plató es un prototipo de espacio transeúnte. En el plató no se habita, porque no se puede, porque no se quiere. Se empieza no pudiendo y se acaba no queriendo. En el plató, espacio transeúnte, se suceden las imágenes, y esa superpoblación de imágenes crea la inapetencia de habitar. Habitar ¿para qué? Habitar puede parecer aburrido. Lo parece, desde luego, al que no ees habitante. Al transeúnte no le apetece habitar. El transeúnte se dice a sí mismo que el planeta está demasiado lleno. Lo está, pero de vaciedades. Porque es en el vacío, en el plató, donde un tropel de imágenes atropella a otro topel de imágenes. Si habitar, pues, es estar donde se está e ir siendo, hemos de reconocer que toda una maraña de artimañas se ha conjurado para que no estemos donde estamos y para que vayamos no siendo.

Cuando Leon Battista Alberti proclama la arquitectura bajo el nombre De re aedificatoria el arquitecto nos recuerda que la arquitectura es una cosa. Ahora bien, enajenados del espacio real ¿para qué la re aedificatoria? Porque las cosas que Alberti dice son el macizo y el vano, reales ambos como el suelo que pisamos, las paredes que nos defienden y la techumbre que nos da abrigo. De nada nos sirve edificar si no estamos donde estamos ni en lo que estamos, si nos enajena un plató, vacío de espacio, caleidoscopio de imágenes, o nos suspende la espera de algo que quizá sea una nueva espera, la espera de la espera. En el plató – lo hemos visto – no hay espacio real. Tampoco tiempo real. Hay ordenadas y abcisas. Hay puntos de fuga. El plató como fábrica de imágenes que es, es sede de perspectivas, y no es casual que al ordenador le cuadre la ilusión perspectiva. En el plató, el espacio es inconmensurable, es decir, todo y nada. Si queremos, pues, hallar algún modo, uno al menos, de habitar, habremos de empezar por restaurar, no la habitación, sino al habitante, que es como recuperar para el hombre la facultad de habitar.

Hace medio siglo, a los portavoces del Movimiento Moderno les apremiaba la necesidad de saber ver la arquitectura. La cuestión ahora es saber habitar. Un cuarto de siglo antes, Le Corbusier había llamado a la casa máquina de habitar. Suponiendo firme y a prueba de bomba la vieja ciencia del habitar, Le Corbusier magnificaba con estas palabras el prestigio de la máquina, por aquel entonces prestigiosa. Cayeron luego, sin embargo, demasiadas bombas, y causaron demasiadas muertes, y las máquinas siguieron su curso, refinándose. Ya hoy las tenemos a punto, desafiando todos los controles de la mas alta calidad. Pero ¿quién quiere habitar? No habiendo habitantes, mal pueden las máquinas serlo de habitar. Las al uso y más perfectas son ahora, sin duda, las máquinas transeúntes. Máquinas de imaginar que substituyen a la imaginación en su noble oficio y que enajenan, no ya el pensamiento, lo cual desde luego es malo, sino la fantasía, lo que acaso el peor. Que piensen por mi no me gusta pero que imaginen por mi me gusta menos.

Huido el habitante, la arquitectura depone su condición de habitación. La que fue maestra de disposiciones y acreditada composición se reduce a cínica deposición. Lo prueba, por ejemplo, la actitud que familiarmente llamamos Dickens. Antes que hallarse desalojada, como habitación deshabitada, si habitantes, prefiere ofrecerse como mercancía. Y se embarca en la insensata aventura común de la imagen y del videoclip. Deja ser la gran cosa que Alverti veía en ella y se conduce como top model que posa y se pasea por las pasarelas, esclava de la fotogenia y transeúnte en sofisticadas revistas de alta costura. Abandona la casa – una casa no es un hogar, había profetizado Banham, brutalista –, ahora deshabitada nos aguarda, desahuciada a la fuerza, y sale al reencuentro, al fondo del desagüe, en el plató, basura efímera con la basura efímera, irreconocible. Mataiotes mataiotetos kaí panta mataiotes – como dicen las Escrituras –: "vanidad de vanidades y todo vanidad". El desagüe, como he dicho, lleva el triturabasuras incorporado. Para no ser menos la arquitectura ha hecho la prueba de la deconstrucción, por la cual se asimila a la vida y anticipa, precipitándola, su propia entropía.


A Isma, tal vez Junquera, tal vez otro, pero sólo Top Models.
.


________________________________________
Comentarios