Revista poética Almacén

Las ciudades y los signos. 5

Las ciudades invisibles
Italo calvino


Nadie sabe mejor que tú, sabio Kublai, que no se debe confundir nunca la ciudad con las palabras que la describen. Y sin embargo, entre la una y las otras hay una relación. Si te describo Olivia, ciudad rica en productos y beneficios, para glosar su prosperidad no puedo sino hablar de palacios de filigrana y cojines con flecos en los antepechos de los ajimeces; más allá de la reja de un patio, una girándula de surtidores riega unn prado donde un pavo real blanco hace la rueda. Pero a través de estas palabras tú comprendes en seguida que Olivia está envuelta en una nube de hollín y de pringue que se pega a las paredes de las casas; que en el gentío de las calles los remolques, en sus maniobras, aplastan a los peatones contra los muros. Si he de contarte la laboriosidad de los habitantes, hablo de las tiendas de los talabarteros olorosas de cueros, de las mujeres que parlotean mientras tejen alfombras de rafia, de los canales suspendidos cuyas cascadas mueven las aspas de los molinos: pero la imagen que estas palabras evocan en tu conciencia esclarecida es la del gesto con que el mandril se acerca a los dientes de la fresa, repetido por miles de manos miles de veces en el tiempo asignado a los turnos de los equipos. Si he de explicarte cómo el espíritu de Olivia tiende a una vida libre y a una civilización refinada, te hablaré de damas que navegan por la noche cantando en canoas iluminadas entre las orillas de un verde estuario; pero es sólo para recordarte que en los suburbios donde desembarcan todas las noches hombres y mujeres en filas de sonámbulos, hay siempre quien en la oscuridad se echa a reír, da rienda suelta a las bromas y a los sarcasmos.

Tal vez no sabes esto: que para hablar de Olivia no podría pronunciar otras palabras. Si hubiera de verdad una Olivia de ajimeces y pavos reales, de talabarteros y tejedores de alfombras y canoas y estuarios, sería un mísero agujero negro de moscas, y para describirtelo tendría que recurrir a las metáforas del hollín, del chirriar de las ruedas, de los gestos repetidos, de los sarcasmos. La mentira no está en las palabras, está en las cosas.


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