Revista poética Almacén
Colaboraciones

El terrorismo como una de las bellas artes

Marcos Taracido


O mira, sed perversa delectatio! Hugo de Fouilloi

El 19 de septiembre leía en un periódico una noticia de título luminoso: Stockhausen, a la hoguera. Allí se daba cuenta de un suceso cuando menos sorprendente:

"[...] El genial compositor Karlheinz Stockhausen ha visto cómo se cancelaban dos de sus conciertos previstos para ayer y hoy en Hamburgo por unas polémicas declaraciones sobre «la mayor obra de arte jamás ejecutada», en referencia al doble atentado contra el World Trade Center neoyorquino. [...]"

Inmediatamente se me plantean dos cuestiones: una se refiere a la consideración de obra artística a lo sucedido en el atentado del 11 de septiembre; la otra vuelve al inquisidor título. Trataré a continuación de responderme a ambas en el orden en que las he planteado.

El artículo citaba unas palabras más de Stockhausen:

«Lo que hemos visto, y hemos de cambiar por completo nuestra manera de contemplar, es la mayor obra de arte jamás realizada: el hecho de que unos seres se preparen como locos para un solo acto durante años y lo ejecuten una vez y mueran en la ejecución hace que sea la mayor obra de arte jamás realizada. Yo no podría hacer algo similar. Los compositores no podemos hacer nada comparable»

Poco me importa, y por tanto no lo tendré en cuenta, que el compositor alemán montará de inmediato una página web para matizar las declaraciones achacando la genialidad a Lucifer: vive de dar conciertos.

¿Puede ser considerada, en efecto, una obra de arte una acción terrorista como la realizada sobre las Torres Gemelas y el Pentágono? Si obra de arte es aquello que produce belleza y placer estético entonces la respuesta indudable es sí. Me sirvo ahora de las palabras de Sofía Casal porque expresan exactamente lo que quiero decir:

"Por otra parte, tal vez que lo más inquietante de este atentado haya sido precisamente su espectacular belleza. Los periodistas (vanidad profesional aparte), al retransmitirlo, apenas podían reprimir en su tono la fascinación y la emoción ante lo que presenciaban/presenciábamos. Pienso que esta emoción, en absoluto reñida con el miedo, es la clave de la estética contemporánea, basada en una exigencia extrema de conmoción y temblor. De ahí su poder masivo. Antes le llamaban "lo sublime". Pero creo que aquí hay algo peligrosamente nuevo, quizás todavía no nombrado."

Pero es que además de esa indudable fascinación y deslumbramiento por lo que se veía hay razones más propiamente artísticas para juzgarlo.

Hay dos tipos de obras de arte, las de ejecución unitaria y las de "varios niveles de existencia"; un escultor imagina y cincela él mismo la obra; un compositor crea la partitura que un director interpretará y una orquesta ejecutará dándole vida. Stockhausen sabía de lo que hablaba: el atentado fue obra de una mente que sólo pudo llevarse a cabo mediante la preparación exhaustiva durante años y la ejecución perfecta en el tiempo y en el espacio. No es sólo el momento del impacto y el derrumbe lo que maravilla, sino que nos estremece la precisión y el cálculo, la grandeza y la genialidad de la perfección con que se llevó a cabo.

Más. Se habla [1] también de que toda obra de arte no lo es hasta la recepción de ella por parte del lector, aquí vidente. En el caso que nos ocupa la obra sólo tiene sentido cuando se produce la recepción, recepción que además no pudo agradar más a los autores. Esto nos lleva al requisito de la inagotabilidad de interpretaciones, hecho que cualquiera puede corroborar si ha ojeado la prensa desde entonces. Stockhausen hacía hincapié en que la cerrazón de la obra legaba con la muerte de los ejecutores, que es lo que a su vez le da el valor moral y, también, el aurea divina y el matiz de incompresibilidad que necesita todo arte para ser valorado.

El atentado del 11 de septiembre puede ser considerado una obra de arte, y en ello no se valora si sus consecuencias o intenciones fueron buenas o malas, morales o amorales, sociales o asociales, pues no es ese requisito atribuible a ninguna de las aceptadas unánimemente como obras de arte.

¿Los que cancelaron los conciertos a Stockhausen ―y comienzo aquí a responderme a la segunda pregunta― lo hicieron porque diferían en cuanto a qué es una obra de arte? Parece que no, pues habrían respondido dialécticamente. No, cancelaron los conciertos y declararon la polémica porque las afirmaciones de Stockhausen fueron recibidas ―de recepción― sin atender a su componente filosófico y escuchando sólo el hecho de que, de algún modo, elogiaba a los ejecutores llamándolos artistas y, supongo, ofendía a todos los allí asesinados. ¿Y? ¿Por qué hablar de ofensa? El miedo al elogio del malvado, al igual que el intento de ver un agravio a los muertos, nos retrotrae a la estética de polarización maniqueísta en la que estamos instalados. La censura al compositor alemán evidencia la vuelta ―o permanencia― a las prácticas inquisidoras más antiguas, cuando cualquier manifestación, adepta o no al pensamiento dominante, era susceptible de ser manipulada y tergiversada hasta la depravación:

De derecho y sin que sea menester nueva sentencia, quedan privados los hereges de todo, oficio, beneficio, fuero, dignidad, etc. [2]


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[1] Sigo aquí la entrada “Obra” del Diccionario Akal de Estética.

[2] Del Manual de Inquisidores que hacia el siglo XIV compuso Nicolau Eymeric.


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